Gil Sánchez
México
Al entrar, la mirada del “Bucles” era extraviada, liosa, distraída, no
era la de él. Hace un mes, pasaba como un príncipe a su cuarto, pidiendo
pleitesía. Pero no, hoy era diferente, sus nervios se le trepaban a la cabeza
como piojos sobre sus cabellos ensortijados. Un qué hacer le provocaba un sudor
que mojaba su cabello y como cairel se adhería a su frente. Sus piernas
blandas, como rellenas de algodón lo hacían tropezar con un taburete. Se sentó,
batallaba para recuperarse de la afrenta al no acompañar a sus amigos
entrañables “el Gato” y “el Salmuera”. No podía superar su cobardía, para
enfrentar tal reto. Encendió su estéreo y se recostó, repasaba lo miserable que
se sintió al abandonarlos en la idea del plan del grupo: Violarla. Su mente
incesante, divagaba: ¿qué pasaría?, ¿cómo lo harían?, ¿serían descubiertos?,
¿abortarían una misión tan vil? Quizás, abandonaron la idea al ser sólo dos.
Los ojos cerraron apesadumbrados, bajo la melodía de los Beatles “Let it be”.
Dos meses antes
Sombras grandes alargadas por la luna, los cobijaban, proporcionándoles
la seguridad de llegar a sus casas como hombres pirados, imaginados tiernamente
a sus 15 años, donde la adolescencia entrega siempre, la creencia en la
eternidad de sus vivencias. Ufanos con sus caras estiradas e irritadas por
espinillas, caminaban presuntuosos, ensanchando sus hombros y reían como
idiotas de sus proezas aniñadas.
Caminaron hasta la esquina y encendieron un cigarrillo, se sintieron más
grandes y poderosos con el golpe de humo, para luego exhalarlo con acceso de
tos e intentos de retenerlo. Comenzaron a hablar de sus conquistas, pero todos
coincidían que Laurita, hermana de Roberto,
estaba muy buena a sus 16 años. Siguieron contando anécdotas de ella, empezaron
a idealizar sus visiones, situaciones eróticas, acciones comprometedoras e
intencionadas, para cada cual, según su conveniencia. Contrariados por su
testosterona a tope, se retiraron cada quien para su casa.
Un mes antes
Planearon visitar a Roberto y tener la oportunidad de admirar de cerca a
su hermana, siempre se sentaba descuidada y así le verían a cada rato sus
calzones. “El Bucles” más grande en complexión, pero inseguro en sus actos
entorpecidos, por sus principios de disciplina y respeto, todo lo razonaba. Sus
valores resaltaban dentro de un silencio simulado por la amistad. En su casa,
desafiaba a la autoridad, pero respetaba sus límites. Con cara de niño y
apariencia de rudo forzado les dijo:
––Ya la vimos estudiando, está bien, pero no para postularla como la más
buena.
––Pues a mí me saca ganas a cada rato y ésta, la recuerda todos los días
en el baño ––se señaló la entrepierna “el Gato”, inmediatamente secundado por
su compinche “el Salmuera”, ambos rieron.
Ese día, estuvieron viendo televisión en la sala, junto a Roberto y
miraron las piernas de Laurita con disimulo descarado, haciendo la tarea en la
mesa del comedor distraídamente acomodó el talón para apoyarlo en el borde de
la silla, todos vimos sus tiernos y blancos muslos junto a su ropa interior
blanca. Cuando terminó y se fue a su cuarto, los tres, todavía babeando nos
despedimos y al salir, exclamamos al unísono: ¡Qué fruta, está hecha un
mangazo!
Un día antes
“El Bucles” entró rápidamente a su casa. “el Gato” y “el Salmuera” lo
esperaban después de cenar, para fumar entre todos un cigarrillo robado a su
abuela:
–– ¡Bucles! Apúrate, que nos vamos––dijo el Gato.
–– ¡Ya voy! No tardo.
––Escuché a Roberto que en su casa van a ir a la fiesta de graduación de
un familiar y regresarán muy noche. Lo sorprendente es que
Laurita se quedará sola en la casa. ¿La visitamos? ––dijo el Salmuera.
–– ¡Sobres! Nos metemos por la ventana, la que está descompuesta, no
cierra. Después nos escondemos en el closet, así la vemos desvestirse y al
acostarse nos vamos––dijo “el Gato”––, vamos a comentarle “al Bucles” cuando
salga.
Sin poder gesticular nada, confundido, “el Bucles”, callado intuye que se
están traspasando los límites de un juego de adolescentes a terrenos más serios
y comprometidos. Decide quedarse afuera vigilando y les ofrece la oportunidad a
“el Gato” y “al Salmuera” para que ingresen a la casa. El plan sonaba
desafinado, apresurado, improvisado, con muchos trompicones. “El Bucles” estaba
a seis meses de ingresar a la Universidad, sus bases de valores firmes desde la
infancia lo sostenían con buenos augurios, era estudioso. Comprometió su
amistad desde los 5 años de edad, con “el Gato”, quien provenía de una familia
disfuncional con padre alcohólico y madre conflictiva y analfabeta. “El
Salmuera” cargaba un estigma de mala suerte, por salado ganó su apodo. El Bucles, no arriesgaría sus proyectos, por
la torpeza enorme de formular un plan tan estúpido.
Día de la graduación
Al ver salir a los padres de Laurita junto a Roberto y su hermano menor,
los tres decididos, se fumaron un último cigarro. “El Gato” había llegado ya
alterado, por unos tragos de tequila que le robó a su papá, envalentonado,
aumentó el riesgo. Él, violaría a Laurita, el Salmuera con un grito de
sumisión, lo secundó y se agarró la entrepierna de emoción. Después de un breve
silencio, los tres enfrentaban la idea: uno con ojos de interrogación, el otro
reflejaba una agresividad exagerada, “el Gato” presentaba ante los otros ojos
de indiferencia y seguridad, tal vez vacíos. “El Bucles” se espantó y les
mencionó que abandonaba el plan. Lo maldijeron y llamaron: poco hombre,
cobarde, zacatón, perdedor. Pero no le importó, se retiró a su casa. “Ondean
disparates como ropa en tendedero, por todos lados”, pensó.
Al día siguiente
“El Bucles” se levantó y jugó en el jardín con su perro. Al ver llegar al
chico repartidor del periódico lo saludó y recibió el ejemplar. Al hojearlo en
la sección policial, en letras negras en la parte inferior, una pequeña nota:
Capturan a dos mozalbetes por violar a una menor en su casa. “El aviso de una
señora de edad, que los vio entrar por la ventana, fue crucial para atraparlos”.
Tiempo después
Ramiro Valtierra, “El Bucles”, atrapado por noches inciertas, se acostaba
con la imagen terebrante de la violación de Laurita, en una cocción lenta. Se
sentía culpable ante la señora conciencia, ésta, como castigo, lo hacía
prisionero en la celda del remordimiento. El porqué no avisó a la autoridad, no
lo comprendía. El por qué dio prioridad a la amistad de truhanes como “el Gato”
y “el Salmuera”; no le encajaba. Se decía que él merecía un castigo
mayor. Con el paso de los días, la obsesión de culpa fue creciendo y yacía
perdurable en su alfombra, se acostaba y se levantaba en ella. Afectó a sus
estudios, la depresión por meses lo consumió. Tuvo un intento suicida que
superó. Siempre se resistió a contar su experiencia a los psicólogos que lo
atendieron. Después de tres años, recuperó su vida, nunca fue igual a la
proyectada en sus sueños.
Gil Sanchez
México
Gil Sanchez
México
No hay comentarios.:
Publicar un comentario