sábado, 30 de mayo de 2015

El Candidato

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 Deanna Albano

Caracas, Venezuela

Frente a la ventana, detrás de un amplio escritorio, el hombre de pelo gris, alto, porte distinguido y atlético, observa la ciudad que tiene enfrente, su ciudad, para la cual ha luchado durante tantos años ha sido una y otra vez dirigente, diputado, gobernador. Ahora lo eligieron nuevamente para ser candidato.
Por una parte  se siente halagado por tal distinción; por la otra, aunque su estado fisico es sano, se siente un poco cansado, como que ha perdido algunos aspectos de su vida.
Se pregunta: “¿Qué sentido tiene esto?”. Otra vez los viajes, la espera en los aeropuertos, la agenda tan apretada a cumplir en cada sitio, ver personas, algunas conocidas, otras no, las noches solitarias en un frio hotel,  de sábanas a veces no tan pulcras.
Mientras saborea su taza de té de frutas, mira la foto de la bellísima  mujer que parece mirarlo dulcemente. Recuerda cómo  lo espera después de sus viajes; lo mima con exquisitos bocadillos  para que él los deguste en el cómodo sillón del frondoso jardín que  ella cuida personalmente.
La dama  ya no es tan joven como aparece en la foto, pero tiene el encanto de la mujer madura, de muy buen gusto en el vestir, no oculta su pelo veteado de gris y recogido en un moño bajo, tampoco disimula las pequeñas arrugas cerca de los ojos.
Mientras la contempla en la foto piensa en la época en la que deseaba casarse con ella. Pero hay un lema: Los candidatos no se divorcian.

            El candidato pensativo evoca su juventud, sus sueños de ser un político diferente, que pudiera lograr grandes cambios, sus valores de honestidad, solidaridad; cambiar la forma de hacer política, centrarse en las necesidades de los más humildes.
Sin embargo el torbellino de actividades en que se veía envuelto lo fue alejando de la gente. Los asesores, los comunicadores, cada vez más numerosos, erigieron un muro que poco permitían el contacto personal y solo dejaban  acercarse a individuos con intereses particulares.  La solidaridad hacia los necesitados fue diluyéndose poco a poco, casi sin darse cuenta.
Sus pensamientos se interrumpen con la entrada de uno de los secretarios, quien le  dice ceremoniosamente:
— Señor,  lo esperan en el salón azul, ya llegaron todos.  
—Sí muchas gracias, en cinco minutos voy para allá, responde, con una sonrisa apacible.
 El Candidato se dirigió lentamente hacia el salón adyacente, de repente se llevó las manos al pecho y fulminado cayó al suelo.












miércoles, 20 de mayo de 2015

EL DOCTOR JUAN

Adriana Diaz

Rosario, Argentina



Es una mañana tibia de otoño. Dicen que hoy es el día, el gran día. Lo han repetido sus íntimos hasta el cansancio, lo han elegido desde su partido para Presidente de la Nación. Desde la ventana de aquella habitación, puede ver la ciudad, su bastión extenso, amplio e inagotable mientras los suyos, sus más allegados, están reunidos en la sala contigua, esperándolo a él. El candidato.
En su mente, martillean los recuerdos y también, algunos olvidos. Van y vienen las escenas de su vida, otras épocas. No puede creer a dónde ha llegado. Piensa en su infancia, cuando era un changuito, allá en el campo y su padre soñaba como muchos otros que su hijo pudiera estudiar y ser alguien más.
-Mi hijo será doctor - le decía a quien quisiera escucharlo. Y lo fue nomás, como lo había anhelado su padre y como seguro hubiese deseado su madre si lo hubiera conocido. Pero la madre había muerto en el parto mismo así que no se habían conocido, al menos desde este lado de la vida. Quizás en la otra vida, se reconocerían y recuperarían lo perdido. Pero en ésta, nada.
Había sido una noche tormentosa y con lluvia, se habían empantanado los caminos. No habían podido salir ni ellos a la ciudad ni el médico hacia el campo. Eran otros tiempos y la vida les había jugado una mala pasada pero no guardaba rencor ni resentimiento. Sólo quizás un leve dolor por no haberla podido abrazar o besar, como la mayoría.
Con el tiempo, lo superó y siempre fue un agradecido de lo que le había tocado en suerte, más allá de aquel inicio no demasiado satisfactorio. Recibido ya de doctor, se dedicó a aquello que más lo desvelaba. Tal vez, en memoria de su madre muerta o quizás por revertir alguna vez, su propia historia. Médico obstetra, decía el cartelito grabado con letras negras y prolijas que su padre hizo colocar a la entrada de la casa. Y eso fue. Por años.
Vivía en la ciudad pero una o dos veces al mes, regresaba a su pueblo. Alli seguía su padre, firme como siempre en el trabajo del campo y la atención de la casa. Aunque a veces le costaba dejar su rutina, se sentía feliz de poder verlo y compartir lo que aún les quedaba de vida. Quizás de él, aprendió lo que era ser sencillo, hacer amigos, escuchar, conversar y ser sociable con todos.
Ya en la Facultad, se había hecho con rapidez de un grupo de estudio. Luego armaron uno de servicio. Los días de semana asistían a las clases y estudiaban pero sábados y domingos, visitaban las villas de emergencia y barrios muy pobres que carecían de lo básico para vivir. Iban casa por casa y charlaban con la gente. Si encontraban niños que era lo habitual, se ofrecían a revisarlos. Los medían, les tomaban el peso y revisaban para ver si estaban bien de salud o si necesitaban alguna cosa.
Cuando pudieron y con su propio esfuerzo, armaron un pequeño lugar para recibir a la gente y realizarle allí, curaciones, primeros auxilios y consultas simples. Era una pequeña casita que levantaron con ayuda de la misma gente. La arreglaron, le dieron algunas terminaciones y la pintaron de color blanco. Alguien les donó una puerta y otro, una ventana. El primer desafío estaba cumplido.
Se sintió feliz. Era lo que siempre había deseado hacer aunque no lo supiera. Comenzó a atender a grandes y chicos y para no faltar a la verdad, los pacientes lo preferían y lo buscaban. Todo en él, era suavidad y simpleza. A todos recibía, aún cuando tuviera que permanecer más horas que sus compañeros y al terminar, salía a la puerta orgulloso, con su guardapolvo blanco y su figura elegante.
Los chicos y las madres le tenían una predilección especial:
-Es tan bueno, tan dulce el doctor Juan – decían muchas de ellas mientras hacían filas para que los atendiera sólo él. Y no era sólo porque era un buen médico sino porque además se preocupaba por si tenían casa, ropa, comida. Les hablaba, les explicaba. Siempre tenía para ellos una palabra de consuelo o de ánimo.
Una noche, la recuerda como si fuese hoy, conoció en un baile a la que sería su primer amor. Ella estudiaba ingeniería. Cosa rara en las mujeres – osó decirle él y ella, como si le hubiese dicho lo peor- le hizo un discurso completito sobre la mujer, su lucha y la liberación femenina. Aquel largo monólogo pronunciado entre luces y algunos brillos por esa mujer menuda y extrovertida, lo enamoró.
¡Qué hermosos recuerdos le venían ahora mientras miraba las fotografías de aquella hermosa dama que le sonreía desde el papel junto a sus primeros hijos! El barrio, las caras de sus primeros pacientes. Las casas pequeñas, las calles aún de tierra tan parecidas y a la vez, tan diferentes a las de su pueblo.
Unos años más tarde, crearon el partido. El Doctor Juan, su esposa y otros compañeros que iban siempre a trabajar al barrio. Ya no sólo eran los médicos, también había ingenieros y algún otro que estudiaba derecho y hasta aquel flaquito con anteojos, de ciencias económicas. Eran un grupo tan unido y tan desprovisto de todo otro interés que no fuese el de ayudar a otros que llamaban la atención.
La llegada al poder, su primer cargo fue después de mucho andar. Los años se le confundían en la mente. Primero había sido ministro o secretario. No lo recordaba. Diputado, concejal, intendente... Tal vez, no lograba precisar la cronología de cada escalón de su carrera política. Senador, quizás... por qué no.
Gobernador sí, afirma mientras clava ahora sus ojos celestes y cansados en un hermoso retrato que tiene colgado en la pared. Luce impecable con la banda oficial frente a la Casa de Gobierno.
Observa a la hermosa mujer que le sonríe entre sus manos desde otro de los portarretratos que alguien ha colocado en su mesa de trabajo. Es delgada, morocha. Muy sensual. No puede recordar quién es, tal vez sea su hija o su nieta. No logra encontrar la respuesta, en su cabeza . Un amante, no lo cree, no es de ésos. En todo caso, no la tendría allí a la vista de todos.
Debe ser su nieta predilecta, se dice a sí mismo.
En algún lugar de su memoria está toda esa información pero por más que intenta no logra hallarla. Se siente débil, fatigado. Toma asiento en un sillón enorme de color azul y con bordes dorados. Su mirada se pierde en un barco que pasa lento por el río marrón que corre frente a su ventana. Sus ojos, se quedan como perdidos. Suspendidos en el tiempo y el espacio.
Afuera, ha comenzado a llover.
De repente, una puerta que se abre. Un asesor se acerca y le murmura algo al oído. El Doctor Juan se levanta con cierta dificultad y avanza hacia el cuarto de al lado. Allí lo espera, expectante, un grupo no demasiado numeroso de gente que parece conocerlo muy bien. Lo aclaman con vítores y un aplauso cerrado al verlo.
Él se acerca y los observa durante un rato. Unos segundos que se hacen siglos. Algunos rostros le resultan conocidos, otros ya no podría decir quiénes son. Da un paso al frente, acomoda su traje gris, su cabello blanco y con lágrimas en los ojos, les entrega un sobre con sus estudios médicos y una carta de puño y letra, donde con pesar y gran tristeza declina en la fecha, su candidatura a presidente.

jueves, 14 de mayo de 2015

El Candidato

 

Clide Gremiger

Argentina



“¿Qué ocurre? ¿Por qué nos citó tan temprano? ¿Nos va a decir finalmente si acepta?”, fueron las preguntas de casi todos los que iban llegando al Salón Blanco de la Municipalidad.

Del otro lado, en su despacho, el Intendente miraba por la ventana. Las palomas que tanto preocupaban a los encargados de la limpieza del edificio y la plaza contigua, a él le fascinaban. El despreocupado mundo de esas aves lo condujo a su infancia. Recordó aquella vez que su hermano le enseñaba a cazarlas con la honda. El cuerpo aún palpitante y caliente de la primera paloma muerta lo había entristecido tanto que se había prometido no repetir la hazaña. De hecho, a pesar de que su hermano y su padre eran grandes amantes de la cacería, él nunca se sintió atraído por esa aventura dominguera. Él prefería ayudar a su madre en la cría de palomas mensajeras. Espiaba por horas los movimientos de esas patas incansables; rozaba esas alas inmaculadas y suaves; les ofrecía alimento en sus manos para sentir las cosquillas del picoteo en las palmas. Su madre sonreía ante ese interés infantil… Su madre… ¿Acaso de ella aprendió la caridad bien entendida? Ese afán por ayudar a los niños de la calle, sin dudas le venía de ella. Patente llegaba a su memoria la sucesión de cabecitas inclinadas sobre unos inmensos tazones de leche, en la cocina de la casa… Y pensar que esos comedores que hizo construir en la ciudad para los niños sin hogar fue lo que más le criticaron sus asesores. “¿Cuántos votos nos suma eso?; ninguno”, le había dicho su mejor amigo y Secretario Privado. “¿Todo se tiene que hacer por los votos?”, reclamó en silencio.
      ¿Che, qué pasa que no empieza la reunión?, dijo el Subsecretario de Desarrollo Social, sentado   en    una de las sillas del Salón Blanco.
     
       Otra vez se puso pensativo, respondió entre risas el Secretario de Finanzas.
     
A lo mejor no quiere, aventuró el Secretario Privado que acababa de llegar.
    
      ¿Cómo que no quiere? ¿Vos sabés algo?, preguntó con preocupación otro de los recién llegados.
   
      No, nada. En esto ha sido una tumba… Ni una palabra a nadie, se apuró a responder el
      interrogado
 
 ¡Lo único que falta es que no quiera!, exclamó el encargado de las finanzas, nuevamente entre risas.

     “Ése es como un estilete clavado entre la quinta y la sexta costilla”, pensó el Intendente al escucharlo. Cada vez que proponía alguna acción en beneficio de los más necesitados, él venía con todos los informes financieros para certificarle que “eso no se podía hacer”. Le rebatía todos los argumentos con los números. Para él también las acciones se dividían en votos a favor y votos en contra. “¿Una sala de pediatría en el hospital? ¿Para qué? Al hospital asisten las madres de tres barrios de la ciudad… ¿Cuántas serán? Ochenta o cien… Puedo conseguir los números exactos. El resto son de las localidades vecinas. ¿Vamos a construir una sala para los que no nos pueden votar?”. Su punto de vista, sin dudas era irrebatible desde la perspectiva eleccionaria. De hecho ambas acciones sólo se concretaron cuando la tendencia de voto vino de la mano de la acción social… “Menos mal que ayudar a los pobres se puso de moda”, pensó. Pero eso no lo hacía feliz. Él no quería actuar por designio de la moda. Su madre era así. Recordó que dejó de interesarse por el tazón de leche en la cocina, cuando su marido, Intendente por dos períodos consecutivos, llamó a la prensa para que publicara un artículo sobre lo que hacía su esposa. Podía recordar el desprecio con el que ella leyó el titular del periódico: “Alimentados por la primera dama”. Sin dudas, él había heredado ese espíritu. “Espíritu débil y sensiblero”, según la expresión de su padre. Algo parecido escuchó de su Secretario de Finanzas y hasta de la Subsecretaria de la Niñez.

Cuando finalmente abrió la puerta, una veintena de pares de ojos se clavaron en él. Esperaban su decisión. La venían discutiendo desde hacía meses, pero el Intendente tenía la última palabra. Atrás quedaban las numerosas reuniones que se habían sucedido en los despachos y hasta en las cafeterías del centro de la ciudad. Él era quien tenía la última palabra:

-Lo siento – dijo–, no cuenten conmigo para las próximas elecciones.

Fue lo único que dijo, antes de salir y despertar un murmullo similar al de las palomas en las ventanas de la Municipalidad.