jueves, 29 de julio de 2021

NADA FACIL DE ACEPTAR

Clide Gremiger 
Rio Cuarto, Argentina






 Malditos doce años que ponían más en evidencia sus piernas chuecas, la llenaban de vellos, le hacían crecer los pechos contra unas costillas marcadas, le alargaban su desgarbada figura, le forjaban el odio a sus rulos indomables. "Andá a peinarte, parecés loro muerto a escobazos", recalcaba Teresa. Sentada en la reposera y con la mirada perdida en los cerros que se perfilaban en el horizonte, Clara sonrió ante el recuerdo. "Y ahora, ¡cómo quisiera tener la cabeza como loro muerto a escobazos y no estos cuatro pelos locos, y sobre todo, cómo quisiera tenerte acá diciéndomelo, viejita!", pensó nostálgica y volvió al repaso de aquel presentimiento. En realidad había empezado con una simple composición escolar. Clara creía haber escrito la historia más creativa cuando la maestra de sexto grado pidió una redacción libre. Quiso que se pareciera a alguna de las historias de su madre, mezcla de realidad y fantasía. Estaba segura de haberlo logrado cuando le escribió a su prima predilecta: Mi querida Nilda, hoy nos enteramos de la triste noticia. La muerte de tu papá nos hizo llorar a todos. El tío Quico siempre nos hizo reír con sus chistes. Me imagino cómo estarás de triste. Yo tengo ganas de abrazarte pero no puedo ir a verte hasta que termine la escuela. Un beso grande. Leyó y releyó cada palabra antes de entregar su composición. No quería caer en repeticiones, ni errores de ortografía, así que buscó todas las palabras en el diccionario, hasta que logró lo que imaginó una redacción perfecta. Se acercó a su maestra, emocionada. Casi nunca era decisión de ella aproximarse al escritorio de la señorita Chichí. Por su timidez se hacía más chiquita y más delgadita, con la esperanza de que se olvidaran de ella. Pero esta vez se levantó, casi con orgullo. La maestra leyó su composición en silencio y le dijo que era muy breve, pero que estaba bien y agregó con voz cálida y ojos de cordero degollado: "mi más sentido pésame, Schafer". Fue cuando supo que no se trataba sólo de una redacción inocente. Con su escrito había hecho una brujería y su tío moriría por su culpa. Regresó apurada a su casa, entró a la cocina corriendo y le preguntó ansiosa a su madre si toda la familia estaba bien. Teresa pensó que se trataba de alguna de esas ocurrencias religiosas que tenía Clara y le contestó entre risas "sí Clara, no hace falta que recés por nadie, andá a tomar la leche". Hizo falta que rezara. Esa misma noche llegó el mayor de los hermanos de Nilda, con los ojos inflados por el llanto. Avisaba que su papá se había caído del colectivo en marcha, al regresar de su trabajo, y había golpeado su cabeza contra el cordón de la vereda. Cuando la ambulancia llegó al hospital, ya había muerto por la conmoción cerebral. Clara lloró sin consuelo por horas. No alcanzaron los tecitos de tilo para calmarla. Su padre se quedó junto a su cama, rascándole la cabeza como cuando era muy pequeña y caía en fiebres interminables, hasta que se quedó dormida. A la mañana siguiente, durante el velatorio, trató de no encontrarse con Nilda. No sabía cómo enfrentarla, cómo decirle que por su culpa ella se quedaba sin papá. El velatorio era en la casa de sus tíos, así que no le resultó difícil escabullirse hasta un rincón del patio, entre el huerto y el gallinero. Lo que no pudo lograr fue convertirse en invisible. Su madre la había obligado a ponerse la remera nueva, de color coral con hilos plateados, un indecente semáforo entre tanta gente vestida de negro. Su escondite le duró poco. La primera en llegar hasta allí fue su prima María Elena, la que asumiría más tarde las riendas de la familia porque tía Clotilde no sabía cómo. Con su acostumbrada dulzura, su prima trató de devolverla al velatorio. Clara, se negó con tercos y repetidos movimientos de cabeza y su prima finalmente se alejó, pero le envió a Nilda de emisaria. Con su prima al lado, sólo pudo abrazarse a ella y emitir unos sollozos secos, ahogados. ¡Nilda la consolaba! Eso le resultó vergonzoso, inmerecido. Era tanto el bochorno y la culpa que tironeó del brazo de su prima hasta muy cerca del féretro. Allí, Clara quedó bien expuesta, con su remera semáforo cual ofensa explícita. Ella asumió esa vestimenta con sumisión, como cumpliendo un merecido castigo. Fue mucho tiempo después que comprendió que su madre no había buscado castigarla por nada, sino que la vestía como se vestía ella misma. Fue mucho tiempo después que comprendió que ella no tenía la culpa de la muerte de su tío, que no había influido con ningún maleficio. También mucho tiempo después empezó a asumir que algunas personas pueden percibir hechos que aún no han ocurrido. 
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domingo, 18 de julio de 2021

Medianera

Damián Viloria Cordoba, Argentina Le preguntaron a una flor cómo se sentía en aquel jardín: bien, dijo, las demás flores son bastante discretas, el pasto es verde, un enano de cerámica ofrece cierta compañía y el viento mueve, desde abajo, nuestras flacas siluetas. La señora nos corta alguna que otra vez las hojas muertas y no deja faltar el agua. Lo insoportable, eso sí, es el ojo de la vecina. Se posa, con el sol de la mañana, sobre los últimos ladrillos del paredón. Va insinuando la mano. Y vierte, en un leve y repentino gesto de furia, de nuestro lado, el frasco con hormigas. Los gorriones, que todo lo ven, nos contaron: se pasa el día juntando sus hormigas, para, después, abandonarlas. Pero la señora, aunque no diga nada, lo sabe; como buena vecina, las recoge y las devuelve. Pobres hormigas, qué habrán hecho.

lunes, 12 de julio de 2021

Sentir o presentir

Clide Gremiger Rio Cuarto, Argentina La muerte de Ramiro. Ése parecía el último presentimiento. Sí claro, también eso lo supo antes de que se lo dijeran. En realidad cuando intuía ese tipo de cosas, no sabía que se trataba de un presentimiento. Clara trató de ordenar sus recuerdos, sentada en la terraza de su casa, junto a la puerta, con los cerros al frente como único horizonte. ¿Qué recordaba de la muerte de Ramiro? Que fue en la ruta, adentro del "perro fiel" como llamaba a su auto, contra un camión, en la mañana de un lunes de septiembre, volviendo de la casa de su pareja. Su pareja... ¿Enterarse por los diarios que el mismo Ramiro que había formado parte de su vida durante tanto tiempo tenía una nueva pareja le había afectado? ¿Había sido realmente una nueva pareja o ya la tenía cuando pasaba los fines de semana con ella? Eso ya no importaba. En realidad ya no importaba tres meses antes del accidente, cuando Ramiro dijo por teléfono "la Municipalidad me pide la casa... por deudas anteriores... Me tengo que mudar a la capital. De todos modos nuestra relación no va a ninguna parte" ¿Cómo había recibido esa decisión de Ramiro? Con alivio. Debía reconocerlo. Él nunca pudo conquistar su corazón o ella ya no dejaba su corazón disponible al amor. Dejó el tejido recién empezado sobre sus piernas, miró a lo lejos y pensó que se estaba yendo de tema. ¿Cómo intuyó que Ramiro había muerto en un accidente? No se lo podía explicar. Simplemente había abierto el periódico local y sus ojos se clavaron en la noticia: "Un vecino de la ciudad murió tras un accidente en la ruta 158". Antes de seguir leyendo supo que era él. Pobre Ramiro, su vida tenía tan poca vida, que su muerte parecía otro alivio, como el de terminar la relación con ella. Ni la existencia de una nueva pareja sonaba a que hubiera encontrado el modo de vivir. Probablemente se había aferrado a esa nueva relación como a otra tabla, para seguir flotando en los mares de un mundo que lo enojaba, que le hacía emerger su espíritu pesimista. ¿Había sido pesimista siempre? Qué poco sabía de él. Su biografía se le presentaba en una síntesis de tres o cuatro líneas: era viudo, de una mujer que murió diciéndole que no lo quería; tenía dos hijas vivas y un hijo muerto; recordaba la muerte de su hijo con mucho enojo hacia Dios y la vida; asociaba la muerte de su mujer al sufrimiento por las disputas familiares en torno a una herencia que se reducía a una casa de cien años; decía vivir feliz en su casita del interior, pero las costumbres pueblerinas del lugar lo irritaban. Lo único que le hacía brillar los ojos eran sus recuerdos de viajante y sus nietos. Casi no tenía amigos, sin embargo los que compartían unos momentos con él aseveraban sin dudar: "es una buena persona". ¿Cómo enojarse con una buena persona? Además ¿qué motivos tenía para enojarse? Clara había sentido mucho cariño por él, pero eso sin dudas no alcanzaba para una relación de pareja. Tal vez ni él buscara amor, sino alguien que le diera la felicidad que no podía lograr por sí mismo. A lo mejor su único amor había sido la vida errante, una cerveza compartida con personas que apenas conocía, una mujer pasajera en cualquier sitio. De todo eso, siempre hablaba con lujos de detalles y anécdotas... con nostalgia. Nuevamente se iba de tema. "Debo ir más lejos en mis recuerdos. Seguramente la muerte de Ramiro no fue lo único que intuí antes de que ocurriera, o que supiera sin que me lo contaran", reflexionó. Se puso de pie, con un poco de esfuerzo; sus piernas ya no le respondían de la misma manera que a los cuarenta años, incluso ni siquiera como a los sesenta. Un sendero de hormigas llamó su atención. "Me van a terminar las rosas", protestó. Buscó el veneno y lo arrojó sin compasión sobre las depredadoras. "Lo siento, me gustan más las rosas que ustedes", dijo en voz baja. "Debo ir más lejos. Ése no fue el único presentimiento en mi vida", pensó mientras regresaba a la reposera. Retomó el tejido. Parecía que cada vuelta de lana sobre las agujas le ayudaba a acomodar los recuerdos en su cabeza. "El primero fue el de la hamaca, sí", afirmó con repetidos movimientos de cabeza. www.clidegremiger.com

Clara en el recuerdo ' Presentación

Clide Gremiger Rio Cuarto, Argentina Este espacio empieza con Clara en el recuerdo, mi primera novela on-line ... y espero no la última. Cada semana subiré un capítulo, de modo que pueden comentar mientras esperan el siguiente. Allí, en el alma, en ese imaginario lugar que no es lugar, habitan, "lo" pasado y "lo" futuro, pero lo pasado ya no existe, y lo futuro no existe todavía. De aquello que ha pasado existe una representación, una reminiscencia, en la mente, y también existe una reactualización que configura un recuerdo. Luis Chiozza (Las cosas de la vida) De este modo comienza Clara en el recuerdo que, como en una sucesión de relatos encadenados, se fue componiendo con el aporte de recuerdos de muchas personas y la lectura de muchas otras, por lo que agradezco: A todos los que me confiaron su historia y me dejaron jugar con ella. A mi hija por interpretar con sus diseños la esencia de mis textos. A toda mi familia y amigos por su cariñoso apoyo. A Marisa Asís, Elvira Hoyos y Doris Irizarry por sus atinados comentarios. Y así también doy comienzo a este blog, donde aparecerán semanalmente los diferentes capítulos en los que Clara, mientras teje, desanuda la madeja de sus recuerdos. Mucho agradeceré sus comentarios porque es el alimento para mis ocurrencias. Clide Gremiger

viernes, 9 de julio de 2021

Llegaste tarde

Gil Sanchez Mexico He vivido tantos años que me cuesta reconocer en cuál vivo, sé que los visito a todos ellos. A unos más que a otros, y algunos, pesan tanto que ni siquiera los abro. Vivo en el primer piso, como se debe vivir a mi edad, aún no recuerdo desde cuando dejé de subir las escaleras. Mi sofá ahora es mi cama. Ayer por la noche, escuché ruidos en el piso superior. Si no hay nadie, ¿qué sucederá? Tal vez, los muebles se sacuden el polvo de los años como los perros las pulgas. Pero, ¿por qué en la noche?, durante ella, mis oídos perciben ese tic tac que no cesa. Están fastidiando hasta que me duermo. El sonido de mi radio los ignoraba, pero lo dejé en el piso superior. Allá, donde se oyen los ruidos, molestan, pero no dan miedo. Por eso en el día dormito, hay más silencio. En cambio en la noche todos se ponen de acuerdo para joder. Antes de amanecer se oyeron unas pisadas por las escaleras, que me hicieron levantarme. Por si las dudas comencé a vestirme, no quiero que la huesuda me sorprenda, y yo, todavía en calzones. Quiero esperarla de frente y bien vestido. Macedonio nunca ha tenido miedo. Cierta tarde me rondaron varias sombras, aunque la luz de mis ojos se apaga cada día, sé que otras como fantasmas cubren mis ojos. No sé si llegaré a fin de mes, es cuando mi hijo me trae la despensa y paga los servicios. ¡Ah qué caray!, últimamente recuerdo a Jacinta, todo era bello hasta que murió hace cincuenta años en aquel accidente. Mi vida cambio a un tono gris, nada fue igual. A mi hijo lo dejé con su tía a los dos años. Nunca lo volví a ver, hasta hace un año que me encontró. Nos miramos. Sin decir nada fue por alimentos y me llenó la alacena. Al despedirse solo se retiró con un ¿por qué? Cada mes viene, se me hace que ya no lo voy a volver a ver. No le voy a decir nada, para qué. Aquella noche en el sepelio apareció un hombre que me pedía a Toñito. Insistía que era su padre, todavía con curaciones por sus heridas. Hice mal en descargar el coraje en el pobre muchacho. Desde esta mañana vestiré mi traje negro. La presiento y, de mi tiempo, se acabó hace cincuenta años. La huesuda ya me tocó los pies anoche, hasta baile hizo en el piso de arriba. Pues, aquí te voy a esperar, sentado en mi sillón para preguntarte: ¿por qué tardaste tanto?