domingo, 29 de junio de 2014

Soledad alcoholizada


Gil Sánchez

México
 

Tuve un sueño muy raro como mal augurio, pero cuando me desperté se fue, lo perdí, no me acordé de nada. Después de ir al baño, la somnolencia me invadió y me tumbó, la ensoñación se trepó en mí. Al final, veía a un grupo de amigos con trajes negros muy serios al final de un túnel. Súbitamente, apareció una luz cegadora con una voz que me dijo, ¡se acabó! Desperté asustado, aún con palpitaciones y abundante transpiración; pero se me volvía a ir de mi mente, sólo me dejaba retazos. Al luchar por levantarme, mi conciencia aturdida, comprendía que era más barato comprar una botella de tequila y llorar después; que adquirir un ramo de flores para mí.

viernes, 27 de junio de 2014

Yakuruna

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Rosa Pinto-Bazurco

Perú


Catherine y su joven madre, Mirella, regresaron cansadísimas de un paseo de tres días a la pujante ciudad Pucallpa, en la Amazonía peruana. Mientras deshacía su maleta en la sala de su casa, Mirella recordaba lo más emblemático de aquella ciudad: sus sirenas o Yakurunas, como las llamaron. Meditó mucho sobre lo que los pobladores de la ciudad les aseguraron: “Cuando las aguas están tranquilas en ríos y lagos, de cuando en cuando, pueden verse a aquellas criaturas, generalmente de espaldas, soleándose sobre alguna roca o sobre su bote”.  Recordó que había quienes afirmaban, inclusive, que conversaron con sirenas, que eran criaturas muy bellas, rubias, de pelo largo, ojos azules y piel y escamas blancas. Y cuando alguna persona desaparecía, hombre o mujer, contaron los pobladores de la región, que esa persona había sido seducida por una sirena. Vivían bajo el agua en casas con jardines, calles, árboles y todo lo que en la superficie de la tierra conocemos ellas lo tienen también.  Algo curioso que nunca antes habían escuchado las excursionistas: Existen sirenas varones a las que los pobladores llaman “Tritones”.  Son rubios y de piel blanca y tienen la particularidad de que no se dejan ver con tanta facilidad como las femeninas.
A estas sirenas que han dado lugar a tantas leyendas y cuentos, Mirella y su hija las han visto representadas en inmensos tallados, en troncos de madera, repartidas en diferentes lugares de la ciudad y en todas las posiciones posibles. En el parque contemplaron, por ejemplo, a una que representaba el preciso momento en que se encuentra pariendo a una criatura.
Mirella recordó que mientras se refrescaba bajo el chorro de agua de la catarata San Carlos, realmente no pidió deseo alguno, como generalmente se acostumbra, pero sí pensó en algo que le gustaría que ocurra. Pensó que si realmente existían las sirenas, sería bonito que una se apareciera, ya que en ese momento se encontraba en su territorio y bajo el agua. Ella quería conocerla. Le pediría que no le hiciera daño y ella tampoco le haría daño. Solo quería saber por qué se hablaba tanto de ellas y por qué exhibían sus tallados por todas partes. ¿Qué habría de cierto en todo eso? Pero fue solo un pensamiento, no lo pidió, de eso si estaba muy segura.
Cuando por fin se dispusieron para ir a dormir, Mirella se sentía incómoda, le invadió una sensación rara, como si muy cerca hubiera alguna presencia. Aseguró las puertas e invitó a su hija para que durmiera en su  cuarto. Catherine se había recostado sobre el sofá de la sala, quería dormir ahí nomás. Mirella  tuvo que llevársela a rastras hasta su cuarto. La acostó sobre su cama —había sitio suficiente para ambas, pues era una King size—. Cerró la puerta del dormitorio y le puso pestillo. “Por fin en la cama, ahora a dormir”, pensó y cerró sus ojos. Al poco rato sintió un golpe en la puerta, como si la hubiesen abierto. Miró. Estaba cerrada como la había dejado. “Será el viento, aunque el cuarto se encuentra ubicado para el lado de adentro de la casa, no puede correr aire”, reflexionó un poco asustada. Siguió descansando unos  minutos más, cuando sintió que algo se acercaba reptando y ese “algo” subió sobre su cama. Mirella entró en pánico y solo atinó a cerrar los ojos. La cosa que reptaba hizo un giro zigzagueante como una culebra y se instaló sobre su cuerpo. No pesaba mucho, podía ser una niña o un niño. La cosa siguió avanzando sobre el cuerpo de Mirella hasta alcanzar la cabeza. Lo único que atinó a hacer la joven mujer fue proteger su cuello con ambas manos hasta que sintió que le acariciaban la cabeza. Los dedos del intruso entraron por la sien y de ahí para atrás. Una vez, dos veces, cinco veces, muchas veces… Mirella llamó ¡Caty!.. ¡Caty!.... ¡Catyyy! Nada. La hija no despertaba. ¡Catherine me están acariciando la cabeza! gritó con más fuerza. ¡Catherine!
       —¡Fuera!, ¡Fuera! Fuera, fuera, fuera… —pudo escuchar Mirella la voz de su hija.
      —Ya mamá, ya puedes abrir tus ojos —le dijo Caty con voz tranquilizadora.
Mirella abrió los ojos,  encendió la luz y constató que en el cuarto solo se encontraba ella con su hija.




lunes, 23 de junio de 2014

Crónica de un pensamiento inocente

 Doris Irizarry
 Puerto Rico


 
Nació una noche de verano en la playa, desde entonces, rodó día y noche por su cabeza. Hubiese querido diluirse en una neurona moribunda y jamás haber saltado del umbral de la conciencia para convertirse en realidad. Pero los pensamientos no tienen culpa, fueron ellos dos, que ajenos a su mirada, le dieron forma mientras amalgamaban la savia de sus cuerpos entre la arena y la espuma.

jueves, 19 de junio de 2014

Otro mundo



Gil Sánchez
México
      Odio a la señora Chole, no la soporto, si tan siquiera no le hiciera caso a la señorita Lucy. Maldita Lucy, es una tirana que comanda inocentes, quisiera borrarla de esta vida, como mis parientes que viven transparentes.  Que se convierta pronto en tierra, para que hable solo a través de las hojas de un simple arbusto miniatura. Y le falte agua, y también le impida crecer por culpa de tanta sed.  Sí, que mueran todas las plantas como ella y deje tan solo el polvo, como en un desierto que se ve limpio y en silencio. Pero, la que no soporto más, es “la metiche” de la señora Chole, que me atolondra cuando me da eso. ¿Sí lo ves? Me hace entrar en un sueño cuando aún estoy despierto, y platico muy sabroso con los muertos vivientes. Porque yo soy un viviente atolondrado, nada más, que cree que convivimos todos, junto a los que ya no se ven, porque están por ahí. ¿No los ves? ¡Ah! Entonces eres uno más, de los no atolondrados, que se creen intocables y perfectos. Esta mañana, vi que entraban dos personas; una ya había muerto y otra no; pero como traía la baba colgando, me dije está viva, pero ya muerta. En este mundo, donde las paredes se hablan, pero en silencio, a veces hablan muy bajo, pero solo yo las oigo; igual que cuando nosotros hablamos con los que ya se fueron. Estas paredes que me ven, tienen su historia.  En la otra noche, me la contaron muy quedito para que nadie escuchara. Si supieran todos; qué historias. Pero no les voy a decir nada, para qué, si no me creerían. Allá va la señora Chole a apaciguar al nuevo. ¡Ah! Que necedad de perturbar nuestra conciencia cuando sentimos todo en nuestro mundo. ¡Qué comezón tengo en la cabeza!, deja que te agarre piojo cabrón. Pero la Lucy, es la que no nos quiere, es malvada, cínica, entrometida en asuntos que ni le corresponden, si con los suyos no puede, cómo va a poder con los de extraños. Porque nos ve como poca cosa, muy indiferente, sí, yo se los veo en sus ojos. Esos ojos, me dicen que no le gustamos, que estamos sucios, pero también de la mente. Entonces, ¡que se vaya! Estaremos bien sin ella. Algún día, uno que no se ve, se le va a atravesar donde menos lo espera. Se llevará un susto. ¡Ojalá la mate! Aquel que está babeando; cómo me recuerda el sueño de anoche. Se parece mucho a mí, pero no, no era yo. Yo, sí sé la tabla de multiplicar y el no se la sabe. Se resistía, pero Lucy ordenó que lo encerraran. ¡Ah! qué maldad dentro de una mala, pero ella es muy mala. Pues, qué gana con apendejar a todos. Si seguimos igual en nuestro mundo a toda madre. Sin preocuparnos quién gobierna este mundo de disque locos, a que zonzos, no nos comprenden. Si lo único que nos interesa, es que la Chole no aparezca con la dosis esta noche. Pero nadie sabe dónde está. Bueno yo sí, acércate te lo voy a decir, al cabo tú no hablas; está muy quieta en la letrina, desde la tarde. Hace ratito, se ahogó la pobre, en la mierda de todos. Nadie sabe, pero yo tampoco…, solo cerré la tapa de madera para que nadie la viera, después de un empujoncito. Yo sentado oía sus gritos, me iba a levantar, pero después ya no los escuché. Entonces, para qué me levanto. ¡Ah! Ahora sí escucho a todos sin estar atolondrado. Ahora, sí voy a poder platicar a gusto con los míos, los que no se ven. Hola, mamá, sabes que soy una serpiente que se arrastra entre la mugre que te escurre de tus entrañas putrefactas al salirte de la tumba en que te revuelcas sin descanso. Todavía no descansas, pero no te vayas, como siempre lo haces a cobijarte en la botella para luego golpearnos, ¿te acuerdas? ¿Qué me encerrabas? Otra que ya se arrastra, otra, que me la voy a llevar hasta el infierno, es la Lucy. Para que ya no vuelva a molestar, igual que tú.
Mamá, pero ¿me trajiste lonche? Porque yo, ya hice la tarea.