viernes, 21 de agosto de 2020

Lluvia Incesante

 

Deanna Albano


Caracas, Venezuela



Era de tarde, tendido en su hamaca preferida, don Arturo estaba releyendo el borrador de su cuento que había escrito años atrás: La Lluvia.   

Arturo Uslar Pietri, un escritor venezolano, ya en sus años dorados, se encontraba en su casa de Caraballeda, en el litoral.  Una posada de playa adonde acudía casi todos los fines de semana para leer y descansar, recibir a los hijos y los amigos.  Primero lo acompañaba su amada esposa, pero ella había fallecido hace pocos años.

La casa era un espacio intimo para el disfrute del sol caribeño, pero también un lugar de trabajo.  Innumerables borradores surgieron de ese asueto, de holgazaneo, un cuento o un relato. Un refugio acogedor con escritorio en la planta baja, y otro pequeño de madera en la parte alta cerca del balcón, ambos provistos de lápices, plumas, muchas hojas, papeles; además, una Underwood portátil. 

La tarde estaba llena de nubes grises, el cielo encapotado.

¾ Carmen, por favor, me puedes traer un chocolatico, bien caliente, tengo frío. Los Usar eran golosos del chocolate en todas sus presentaciones, pero beberlo en tapara[1]era tradición familiar que les venía desde la colonia.

Carmen, su devota acompañante, lo trajo bien caliente, condimentado con cilantro, en una bandeja de madera tallada y un primoroso mantelito blanco.   

Sonó el timbre. Carmen se asomó y anunció:

¾ Llegó su sobrino Rafael.

En la puerta se asomó un joven alto, buen mozo, de finos bigotes, con un traje blanco de lino de Las Antillas, con zapatos negros de piel.

- Buenas tardes Tío Arturo, pasaba por aquí y quería saludarte.

            - Excelentes tardes Rafael, muy amable de tu parte, ¿Está lloviendo?

. Ligeramente, una pequeña garúa[2], menos mal que tengo paraguas.

- Y, ¿Cómo está mi hermana?

- Bueno, ha estado algo embromada con la tensión, pero, gracias a Dios está mejor, el médico la puso en tratamiento

- ¿Y tú Rafael qué haces?

-  Aún dando clases en la Universidad¾ acercándose a la ventana.

- ¿Sigue lloviendo?

- Si, ahora un poco más fuerte

 - ¿Quieres un pedacito de chocolate?

- Claro, este chocolate negro me encanta.

Ambos se deleitaron comiendo, cual niños disfrutando de sus golosinas.

Carmen trajo café y unos pastelitos, en una fina bandeja de madera y un juego de tazas de porcelana decorada en azul.

Compartieron por un rato, ellos tenían muchos intereses en común, ya que Rafael también era escritor.

- Bueno tío, me voy, ahora sí es un aguacero, y parece que no quiere escampar.

El octogenario se acercó a la puerta para despedir al sobrino. Las gotas de lluvia sonaban en el techo.

Durante toda la noche se escuchó la lluvia, caía sin cesar, de baja intensidad.

Al día siguiente Carmen no pudo ir al mercado.

El escritor se había puesto su mono azul, y zapatos deportivos, pero no pudo salir a su caminata matutina.

Ese día el sol no quiso ni siquiera asomarse. Las nubes oscuras cubrían el cielo.

El noticiero informó que llovería todo el día.

- Don Arturo, ¿le preparo el desayuno?

- Sí Carmen, te lo agradezco.

El escritor se sentó a la mesa del comedor y comió despacio y con gran pulcritud. Disfrutó de unas arepas[3] con nata y queso blanco, huevos revueltos, jugo de naranja, café con leche, oyendo las noticias del día.

Leyó el periódico, con parsimonia.

Un perro ladraba en la distancia.  Llovió, llovió, y siguió lloviendo. Empezaron a formarse pozos de agua, y la calle se fue llenado de agua.

- Don Arturo, sigue lloviendo, ¿no le parece que subamos a Caracas?

- No, Carmen, nos vamos mañana, cuando vengan a buscarnos.

- Pero es que llueve y llueve.

- Pero no está lloviendo duro, ya verás como mañana escampa.

Pero el cielo siguió nublado. En la madrugada se oyó un estruendo, como temblor de tierra, y cuando el anciano se asomó a la ventana vio la calle convertida en un rio encrespado de agua y lodo.  Parecía un océano embravecido. El agua estaba entrando al jardín. Afuera se oían gritos.

Sin perder la serenidad, Don Arturo recogió algunos papeles y le dijo a Carmen:

-Vamos a subir al segundo piso.

Se refugiaron en la planta alta, pero pronto se dieron cuenta que el agua seguía subiendo y afloraba por las escaleras.

El escritor, que en algunos de sus cuentos disertaba sobre la sequía, se encontraba rodeado de agua.

- Carmen vamos a subir a la azotea.

A su alrededor, todo fue confusión, los vecinos subidos a los techos, gritaban con desespero.

Don Arturo, desde su puesto de observación, con lágrimas en los ojos, sus puños apretados, divisó cómo sus libros, sus papeles, estaban flotando; el agua se los llevaba, casi en fila. Tantos papeles, tantos trabajos, tantas noches de desvelo se alejaban. Luego advirtió cómo su máquina portátil era arrastrada por las aguas, así como los escritorios, las sillas, los floreros.

Un ruido le anunció que el automóvil se había incrustado contra la pared.

En ese momento dejó de llover y despuntó un tímido sol.

 


 
https://ciudadseva.com/texto/la-lluvia-2/ 

[1]  La totuma, tapara o morro es una vasija de origen vegetal, fruto del árbol del totumo o tapara

[2] Llovizna

[3] Arepa: Masa redonda y aplanada de maíz.