sábado, 15 de julio de 2017

Dejenme dormir

 

Paul Morillo

Lewisville. NC. USA


            Sucedió igual que la mayoría de los descubrimientos, por accidente. Y ya que pasó, juré sacar provecho de una buena vez, acabar con toda esta racha de ignominia que nos han impuesto. Por favor no me despierten!

            Hace un mes que estoy en prueba con este experimento y ahora ya lo tengo dominado.   

            Permítanme dormir porque lo quiero matar! Esta ya no es vida, lo mejor es que yo, aunque podría ser cualquiera de nosotros, tomé cartas en el asunto. Nadie notará como fue perpetrado el suicidio, nadie lo sabrá, es el crimen perfecto. Solo tengo que dormir y tener el ensueño correcto, de allí en adelante yo me encargo, les prometo. Hasta que tenga el sueño que me hará encontrar mi destino, dormiré.

            Todo comenzó en la revuelta de los primeros días de Marzo. Afuera la gente estaba volcada en las calles, el sabor negro del caucho de las llantas quemadas y las bombas que al explotar muerden los ojos y abren las fosas nasales, ofendían cada rincón de lo que quedaba de la casa y mi cuerpo. Yo no había probado bocado desde hace treinta y tres días, solo restos de comida encontrada en la basura, no por que estaba tomando un curso de faquir, simplemente no había nada que comer, ni en la nevera, ni el supermercado, ni en los campos. Estaba en el letargo del estómago vacío, el colon derramaba desabrido ese llanto que profesan las tripas al estirarse y contraerse, empujando los sillones viscerales en una sala vacía. Afuera de mi balcón, tres pisos mas abajo, los patriotas intercambiando palos, piedras y tiros con la policía. Dos bloques calle arriba la sangre barata de los luchadores se subía en una moto y era  esparcida por la ciudad, este paupérrimo lamento era secundado por los gritos confundidos de los, aún vivos, opositores. La muerte era ama y señora de la desidia, la ambición, la amargura, la no resignación y el caos.

            Entonces sucedió,  la pantalla vomitaba, con asco, las imágenes del títere de la ilusión, bailaba engolosinado por la muerte acaecida en las calles, mientras que yo estaba en trance aletargado, llorando  una pena larga, de veinte años, me miró, y le miré,  los dos supimos que la barrera de lo físico se rompió. El quiso creer que yo era el espíritu de un criminal metido en el cuerpo de un pajarito. Yo actué respondiendo a mi instinto, le quise picar la lengua, pero por alguna razón, entonces no conocida para mi, me desaparecí de la escena, fue real.               

            Si ocurrió una vez, debe, por lógica pasar una segunda vez, así que me instalé frente al aparato concentrador de ondas y entré en el sopor del desprendimiento cárnico. Pero cada vez que sentía rabia por el impresentable ser de la codicia me desaparecía de la escena justo cuando lo tenía en frente mío.  En estos estados nos mirábamos, nos olíamos, nos odiábamos.  Debo actuar con un tercero, entendí.

            Después de meses de intentar dominar la técnica, acaeció que el repudiable ser salió en un  tanque a reír con orgullo las muertes de jovencitos asqueados del latrocinio, del desparpajo. Vi  mi oportunidad, mal comido como estaba, me era fácil dormirme y era tal el grado de desesperación que fui a su encuentro. Las calles hervían de descontento, los payasos serviles bailoteaban alrededor del jumento estrafalario que se veía torpe y con miedo, él sabia que yo aparecería desde el viento. La carroza lúgubre que cargaba aquel ser de la muerte estaba a cien metros, avanzaba lento, como en ritual de semana santa, repartiendo paz a punta de golpes, vejámenes y tiros, les grite a mis compañeros de hambre que me estiraría en el piso frente al carro a dormir y  por lo que mas quieran no me despierten! Pedí que  un compañero fornido tenga una molotov,  embarrada en mierda y fuego, lista para aventarle en medio del pecho a que arda el maldito tirano.

            Me acosté en mitad de  la calle, la somnolencia vibró chiquita en mis manos, después en mis sienes, las lacrimógenas explotaban, la gente corría, las motos gemían, las tanquetas aplastaban, el jumento gemía de placer de la escena macabra. 

A los cincuenta metros, le miré y me miró, me estaba esperando, palideció, mi cuerpo seguía trémulo botado en el piso, el borrico aflojó los esfínteres bajos, tenia los ojos bastante desorbitados, ninguna mueca de risa, la gordura de su cuerpo se escondió como pudo y la grasa se torno en copioso sudor. Allí estaba como estatua viva de los próceres de la infamia, parado, señalando el horizonte frente a él, con el brazo extendido, la mano hecho puño y el índice en posición firmes, milico obediente, los ojos y la mirada al frente,  luchando con los míos.  Rebuznó algo como: avancemos, adelante, patria o muerte, muerte!!
Desprendido de la carga del cuerpo y libre al fin, susurré al oído a mi compañero que esté listo con la bomba casera, pero las llantas del tanque que repartía paz, estaban sobre mí, despedazando mi cuerpo físico. Y desde lo profundo de la época que me robaron, mi niñez, mi juventud, mis ansías de ser yo mismo no el Estado, yo les decía a mis compañeros, no me despierten, déjenme dormir. Estaba aplastado por las llantas de la corrupción, por el despotismo, déjenme dormir y no me despierten ni hoy ni mañana, déjenme dormir hasta la hora libertaria, déjeme dormir el sueño arrebatado con alevosía y ventaja, déjenme soñar mi país libre, déjenme dormir por siempre y ustedes sigan masticando el pan escurridizo del mañana que llegará, elegante, majestuoso, un pan sin gusanos usurpadores. No me despierten déjenme dormir. 

miércoles, 5 de julio de 2017

El Banco


 Yolanda Lopez

Puerto Rico

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