lunes, 27 de febrero de 2017

¡Apuráte te digo…!

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Paola Pamapre 

Concepcion del Uruguay,  Argentina

           


Intermitentemente llovió toda la noche y parte de la mañana.  A la tardecita, aún húmedos y relucientes, los árboles reflejan las luces del sol que finalmente impone su presencia y también, sobre el rio crecido e impetuoso, sus rayos pintan mil centellas.

El domingo ya está transcurriendo hacia su fin, perezosamente.  Estacionado en el muelle, frente al canal de ingreso al puerto, contemplo como miles de veces el paisaje. Algunas lanchas y canoas producen el oleaje que termina en las orillas desdibujadas por la altura del rio. Regresan temprano ya que los días de otoño han cercenado las horas de luz.

Fiel a la costumbre, mi mujer está haciendo cola para comprar las consabidas tortas fritas del carrito y en la radio, la voz de Teresa Parodi  ha desplazado al cadencioso chamamé de don Transito.

Me sobresalta un golpecito en la ventanilla y al mismo tiempo alguien abre la puerta y se mete. Un muchachote de fuertes manos  ásperas,  olor a rancho  y  pescado a las brasas,  me dice a modo de saludo: “¿Se acuerda de mí, don?”

Se acomoda como puede los negros pelos hirsutos y chorreantes que le tapan a medias la cara, pero cuando me apunta esos ojos claros, mi memoria se agita. Me salpica algunas gotas.

“Ando buscando a la Juana… y  a la más chiquita, la Josefina… ¿Usté no las vio?”

Mantengo la boca abierta, pero sin embargo,  no puedo formular palabra, la garganta seca… y me lo quedo escuchando mientras sigue:

“La otra tarde, cuando la crecida se puso muy fiera, salimos del rancho pa’  no hacer noche en la isla. Con el Mancha, que se vino antes, mandamos avisar a mi vieja  y los parientes nos estaban esperando con el carrito, porque teníamos algunas cosas pa’ cargar. Levantamos lo más posible las camas y colchones y atamos como siempre los arneses pa’ la pesca, pero nos trajimos algo de ropa de los gurises  y las cosas de la escuela. La Josefina es muy buena alumna, ¿vió?”

Mientras el hombre habla, con voz ronca y cada vez más lentamente, yo tengo los ojos fijos en La Stella Maris,  el faro a la entrada del canal,  que ya está parpadeando. En el medio de esa amplia avenida de agua  hay un suave oleaje…y muchas estrellitas doradas. ¿Un poco de viento, quizás?

El Mariano sigue diciendo, como para sí mismo. “Ya estábamos cerca, don, pero se levantó viento y las olas se encresparon más cuando dimos la vuelta al faro…allá en la punta…me agarró desprevenido… ¡mierda!...yo que soy  tan baqueano del rio! Corcoveó la canoa y la mochila de la Jóse se cayó al agua y mi gurisita se levantó pa’ aguantarla. Fue en un santiamén que  la Juana la sostuvo  de la campera y así,  agarradas, las dos al agua, ¡pucha! los ojos grandes y los gritos que ni se le oían, se  iban alejando. Por más que lo intenté, la canoa se dio vuelta y hasta el pobre perro se fue al  agua. Yo nadaba como loco,  tratando de alcanzar a  mis mujeres…  la Juana sabe flotar muy bien… me conformaba pensando, pero la verdad,  la corriente estaba cada vez más brava. La mochila rosada pasó rápido a mi derecha, la manoteé pensando en lo importante que era pa’ mi Josefina. Y seguí dando brazadas…y brazadas….y brazadas. Se hizo la noche tan rápido que ni cuenta me di…todo era negrura, frio, agua y remolinos que me arrastraban hacia abajo, la pelié, sabe, luché con todas mis fuerzas…no sé  adónde me llevaban esas cosas que me tenían garrado e laj piernas. Bué, don…me tengo que ir a buscarlas. ¡Hasta más vernoj, pué!”

El Mariano baja del auto tan rápido como subió  y corre al borde del muelle. Se zambulle, nomás.

Me nace un grito -- ¡Pará, es peligroso, está muy crecido…!

El vigilante de prefectura se da vuelta y me mira extrañado. Abro mi puerta y bajo, doy unas zancadas hacia el  embarcadero pero en ese momento llega mi mujer, con las tortas fritas recién hechas. Ni me mira, porque trata de no quemarse  los dedos,  y me cuenta, sin respirar siquiera,  que se cruzó con “ la Francisca te acordás  che de la hermana de la Negra  que vivía  pegado a la tía Rosa  y nos acordábamos con tristeza que ya pasaron tres años de cuando su hijo el Mariano pobrecito la virgencita de Itatí lo guarde y la mujer y su hija se ahogaron pobrecitos y que desgracia tan terrible te acordás del Marianito ¿no?... recién después de una semana lo encontraron abrazado a la mochila… ¿pero te acordás no?... parece mentira che que este Uruguay tan sereno y lindo se lleve de vez en cuando la vida de algún isleño o de alguien que”….y toma aire para seguir.

Ya no la escucho.  Pienso que tuve un sueño tan extraño, hace un ratito nomás, ¡que sonso…! me habré quedado dormido.

Mi puerta y la del acompañante siguen abiertas y la Bety, mi mujer, siempre hablando y hablando,  se mete.

Pega un chillido –– “¡Pero viejo!...el asiento está mojado.”






















lunes, 20 de febrero de 2017

La sabandija


  Doris Irizarry

   Puerto Rico

       Tengo por costumbre no mirar a mis pasajeros. Lo aprendí de mi padre. No se mira, hijo, hasta que llegan al destino. Se hace el trabajo calladito. Así que mantengo la mirada fija hacia adelante. Tiene razón mi padre. Que no se necesita hablar, ni mirar atrás. No cuando se conduce un coche de esta categoría. Unas veces porque no interesa el pasajero. Otras, porque apesta. Sí. Algunos apestan. O porque no le importa a uno, vamos. No hay que estar mirando. Es cosa de respeto. Y de darse uno mismo la importancia del trabajo.
       Hoy no sé si quiero mirar por satisfacción. O por desafío. Por rabia o por lo que sea. Me lo sé completito. Y es que ahí viene Marcial Torremolinos. Lo traigo de pasajero. Quién diría que Torremolinos se dejara llevar por mí. O mejor dicho. Quien se hubiera atrevido a decirle, se habría jodido. Que sea yo quien lo lleve a su destino. Yo, de todos, soy el que menos habría imaginado. Porque vivo en el barrio, claro. No. Vivo más lejos aún. Lejos de su estatura. De esa otra que no se mide en pulgadas.
       Pero vaya usted a saber. A Margarita Torremolinos no le importaba. Ella, la niña de sus ojos. Yo, un sopla potes, chofer de profesión, la cortejaba. Menos le importaba que él se lo prohibiera. Ella hacía lo que le pidiera el gusto. Y yo era de su muy buen gusto. Torremolinos se enteró en una tarde de abril. Salimos corriendo. Ella detrás de mí. Empapados. Y gracias a Dios que llovió. Diluvió sobre el aliño de la tarde. Aquel reducido agridulce de caricias cocinadas en el garaje. Margarita reía, sonsacadora, ella. Ese fue el comienzo. Hubo más tardes de las que no supo Torremolinos. Y mañanas. Y noches. Mojadas y secas. Yo entraba por la ventana. Y por donde ella quisiera. Hasta que Torremolinos nos cogió en su cama. Sobre mi cadáver. Eso me dijo la última vez. Que ella tenía que buscarse un hombre de bien. Le dije que yo era un hombre de bien. Idiota. No tienes en qué caerte muerto. Sabandija. Lo dijo con soberbia. Con desprecio. 
       Todo delante de ella. Me tragué el veneno y me le quedé mirando. A la pajarita negra. Ave de mal agüero. No la pajarita. Él.
       Esa fue la última vez. Margarita pasó al encierro. Lo supe por El Cano. El jardinero de los Torremolinos. Mejor no la busques, me dijo. Yo le creí. Que si la castigan más. Que si la tortura de sus gritos. La indiferencia del padre. Los intentos suicidas. Me alejé. Después vino el atrevimiento de ayudarla a escapar. Fue su idea, de El Cano. Y yo tan agradecido. Poco a poco El Cano iba soltando más. Alardeó de ser su cómplice. Hasta que se le zafó el puñal. Y me enterró que era dulce como la miel. Que era ajena como una abeja reina. Y que así vivía después que se casó. Como la reina de todos los continentes. Que me resignara. Que ella no era cosa de choferes. Ni de jardineros. Que el dulce duró poco. Hasta las entrañas, así fue el tajo. Esa noche me volví como loco.
       Sí, a Marcial Torremolinos se le dio. Margarita se casó con un tipo rico. Rico y poderoso. Con mucha plata, mucho blin blin y mucho control. Pero a ese no se le podía contradecir. Ni decirle sabandija. Aunque lo fuera. Marcial Torremolinos lo sabía. Pero pudo más la imprudencia. Y la imprudencia lo traicionó. Duelo de pistola y machingón no es duelo justo. Su idiotez me lo regaló de pasajero. Nada menos que a mí. Y ahí lo traigo. Estiradito y horizontal. Como siempre, con pajarita negra. Después de todo, se salió con la suya. Que no hay que subestimar las armas. Tiro certero. Eliminó a la sabandija y no lo supo.
       Por aquello de mantener la estatura, no miro atrás. Una vez es suficiente.
       Mi padre y yo. Ambos, conducimos hacia el mismo destino. Él viene desde el otro lado de la ciudad con su pasajero. Tampoco mira atrás. Sí. Hay pasajeros a quienes no se les mira nunca. No sea que te disparen después de muertos. Ni a sus secuaces. Ni a sus viudas. Aunque sean las Margaritas de la vida. ¿O sí?

lunes, 13 de febrero de 2017

Una epifanía


Gil Sánchez

México

Impávida, con la tranquilidad reflejada en su rostro, permanecía sentada detrás de la ventana con sus lentes oscuros. Doña Carolina, se confundía con los adornos del cuarto grande que daba al balcón de una avenida poco transitada. Hacía un año que su hijo la había depositado en una casa de retiro. Un buenos días, la sacó de sus pensamientos.
–– ¿Cómo se llama, señora?
––Carolina, pero me dicen Caro. Y usted, ¿quién es?
––Raymundo, usted me puede decir, Ray. ¿Por qué no salimos al balcón?
––Y para qué, nunca podré ver nada y aquí oigo lo necesario.
Pero una mañana la convenció de salir a sentir el viento fresco, y se convirtió en sus ojos, al decirle: A lo lejos se percibe el mar azul con un oleaje apacible, pero constante como los corazones que se aman salpican al sol y en las noches sonríen a la luna. Unas gaviotas vuelan cerca de un barco pesquero. Las ansias que muestran por tener comida, son las mismas que tenemos por una caricia de nuestros seres queridos. Pasa un gran buque con turistas alegres, bailan ante un sol tierno que en vez de dejar un ardor, solo deja un calor en las mejillas. Yo sé que usted las siente. ¿Verdad que sí?
Así, todas las mañanas hasta el mediodía le contaba lo que veía, y por las noches describía las constelaciones de estrellas vivas, que emitían su luz ante la necesidad de ser vistas.
Hasta que un día, no llegó para acompañarla al balcón. Al primer asistente que pasó, le preguntó por Ray. Éste, en forma directa y sin preámbulos, dijo: murió, tenía un cáncer avanzado, y con pocos días de vida.
––Me puede sacar al balcón un momento. Deseo ver el mar––dijo al asistente, a pesar del estrujamiento en su pecho que le impedía respirar.
–– ¿Cuál mar? Si estamos al pie de una montaña, y los suburbios de la ciudad no tienen nada bueno que ver. Además, usted es ciega.
Por primera vez, se quitó los lentes oscuros, se vio decidida caminando por la playa y al mirar el mar pasó rozando muy cerca de ella, aquel ángel, y revoloteando se elevó a lo alto del cielo azul con una sonrisa en la boca que fue correspondida.

viernes, 3 de febrero de 2017

El Arqueo

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Osvaldo Villalba

Buenos Aires


A Susana, la
mujer de mi vida.

Absorbido por los comentarios en los diarios digitales sobre las repercusiones que tuvieron las elecciones de Estados Unidos en las bolsas del mundo no me di cuenta que ya son las diecinueve y treinta y en la oficina se fueron casi todos. La única que queda es la tesorera que, por sus bufidos, parece estar en una lucha desigual, en la que pierde, con la planilla de caja.
Dejo mi lectura y me acerco.
—Te iba a preguntar si tenés diferencia, pero es una obviedad —le digo.
—Hacés bien —responde—. Sino ya no estaría aquí, ¿no?
—¡Uh! ¡No está el horno para bollos! ¿Te ayudo?
—Si no te es muy molesto.
—¿Cuanta diferencia tenés?
—Setenta y dos mil pesos.
—Si faltan te los descuento del sueldo. Si sobran los repartimos.
—¡Más generoso no podés ser! —exclama sonriendo por primera vez—. Sobran.
—Bueno, mejor la buscamos. Pero si la encuentro quiero un premio.
—Que sería...
—Un beso.
—Te estás aprovechando de tu posición.
—¡Y! Ya que la diferencia de puesto no se refleja en los sueldos...
—Ya revisé todo. No tengo muchas más alternativas.
—¡Bien! Repasemos los controles. ¿Vuelco del saldo inicial con el cierre de la caja de ayer?
—Sí.
—¿Control de la numeración de recibos de cobranza, verificando que el primero de hoy sea correlativo al último de ayer?
—También.
—Control del último número con el subdiario de cobranza.
—Sí, y verifiqué que no faltara ningún número.
—Bien. Control de las órdenes de pago, numeracion inicial y final.
—Verificado. Y controlé que los totales de los subdiarios de cobranzas y pagos dieran con los subtotales de ingresos y egresos de la planilla de caja.
—¡Muy bien! ¡Esa es mi discípula! —aplaudo logrando que vuelva a sonreír—. Entonces la diferencia está en los valores. Descuento  que el efectivo lo contaste varias veces.
—¡Tres!
—De acuerdo. Alcanzarme los cheques —digo extendiendo mi mano.
Empiezo a revisar los cheques con detenimiento y anoto en un papel dos casos:
Galicia N° 835 $ 208526,30
HSBC N° 322 $ 519875,00
—Bueno, yo te canto los datos de un cheque y vos me das el importe que volcaste en la planilla —le propongo.
—¡Dale! —responde más animada.
—Banco Galicia con número final ochocientos treinta y cinco.
Busca con el cursor del mouse y lee pausado.
—Doscientos ocho mil quinientos veintiséis con treinta.
—¡Bien! Ahora HSBC que termina en trescientos veintidós.
Tarda unos segundos.
—Quinientos noventa y un mil ochocientos setenta y cinco.
—¡Bingo! Es quinientos diecinueve —le digo extendiéndole el cheque.
Lo toma, lo mira incrédula varias veces comparando con la cifra cargada en la computadora y exclama:
—¡Sos un genio!
—Mi mamá siempre me lo dijo.
—¿Cómo lo hiciste?
—Si la suma de los dígitos de una diferencia da nueve, la probabilidad que sea una inversión es muy alta. En este caso setenta y dos tiene dos posibilidades: un ochenta por cero ocho o noventa y uno por diecinueve. Ahora mi premio...
Se acerca, rodea mi cuello con sus brazos y nos besamos largamente.
Luego, sin dejar de abrazarme, me mira a los ojos y dice:
—Me preocupa coincidir con tu mamá.
Suelto la carcajada y la aprieto fuerte contra mi.
—Tranquila, es en lo único. Ahora, si no fueses mi esposa, ¿me denunciarías por acoso laboral?
Osvaldo E. Villalba
Te invito a visitar mi Blog de Cuentos
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