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Paola Pamapre
Concepcion del Uruguay, Argentina
Intermitentemente llovió toda la noche y parte de la mañana. A la tardecita, aún húmedos y relucientes, los árboles reflejan las luces del sol que finalmente impone su presencia y también, sobre el rio crecido e impetuoso, sus rayos pintan mil centellas.
El domingo ya está transcurriendo hacia
su fin, perezosamente. Estacionado en el
muelle, frente al canal de ingreso al puerto, contemplo como miles de veces el
paisaje. Algunas lanchas y canoas producen el oleaje que termina en las orillas
desdibujadas por la altura del rio. Regresan temprano ya que los días de otoño
han cercenado las horas de luz.
Fiel a la costumbre, mi mujer está
haciendo cola para comprar las consabidas tortas fritas del carrito y en la
radio, la voz de Teresa Parodi ha
desplazado al cadencioso chamamé de don Transito.
Me sobresalta un golpecito en la
ventanilla y al mismo tiempo alguien abre la puerta y se mete. Un muchachote de
fuertes manos ásperas, olor a rancho
y pescado a las brasas, me dice a modo de saludo: “¿Se acuerda de mí,
don?”
Se acomoda como puede los negros pelos
hirsutos y chorreantes que le tapan a medias la cara, pero cuando me apunta
esos ojos claros, mi memoria se agita. Me salpica algunas gotas.
“Ando buscando a la Juana… y a la más chiquita, la Josefina… ¿Usté no las vio?”
Mantengo la boca abierta, pero sin
embargo, no puedo formular palabra, la
garganta seca… y me lo quedo escuchando mientras sigue:
“La otra tarde, cuando la crecida se puso
muy fiera, salimos del rancho pa’ no hacer noche en la isla. Con el Mancha, que
se vino antes, mandamos avisar a mi vieja
y los parientes nos estaban esperando con el carrito, porque teníamos
algunas cosas pa’ cargar. Levantamos lo más posible las camas y colchones y
atamos como siempre los arneses pa’ la pesca, pero nos trajimos algo de ropa de
los gurises y las cosas de la escuela.
La Josefina es muy buena alumna, ¿vió?”
Mientras el hombre habla, con voz ronca
y cada vez más lentamente, yo tengo los ojos fijos en La Stella Maris, el faro a la entrada del canal, que ya está parpadeando. En el medio de esa
amplia avenida de agua hay un suave
oleaje…y muchas estrellitas doradas. ¿Un poco de viento, quizás?
El Mariano sigue diciendo, como para sí
mismo. “Ya estábamos cerca, don, pero se levantó viento y las olas se
encresparon más cuando dimos la vuelta al faro…allá en la punta…me agarró
desprevenido… ¡mierda!...yo que soy tan
baqueano del rio! Corcoveó la canoa y la mochila de la Jóse se cayó al agua y
mi gurisita se levantó pa’ aguantarla. Fue en un santiamén que la Juana la sostuvo de la campera y así, agarradas, las dos al agua, ¡pucha! los ojos
grandes y los gritos que ni se le oían, se
iban alejando. Por más que lo intenté, la canoa se dio vuelta y hasta el
pobre perro se fue al agua. Yo nadaba
como loco, tratando de alcanzar a mis mujeres…
la Juana sabe flotar muy bien… me conformaba pensando, pero la
verdad, la corriente estaba cada vez más
brava. La mochila rosada pasó rápido a mi derecha, la manoteé pensando en lo
importante que era pa’ mi Josefina. Y seguí dando brazadas…y brazadas….y
brazadas. Se hizo la noche tan rápido que ni cuenta me di…todo era negrura,
frio, agua y remolinos que me arrastraban hacia abajo, la pelié, sabe, luché
con todas mis fuerzas…no sé adónde me
llevaban esas cosas que me tenían garrado e laj piernas. Bué, don…me tengo que
ir a buscarlas. ¡Hasta más vernoj, pué!”
El Mariano baja del auto tan rápido
como subió y corre al borde del muelle.
Se zambulle, nomás.
Me nace un grito -- ¡Pará, es peligroso,
está muy crecido…!
El vigilante de prefectura se da vuelta
y me mira extrañado. Abro mi puerta y bajo, doy unas zancadas hacia el embarcadero pero en ese momento llega mi
mujer, con las tortas fritas recién hechas. Ni me mira, porque trata de no
quemarse los dedos, y me cuenta, sin respirar siquiera, que se cruzó con “ la Francisca te acordás che de la hermana de la Negra que vivía
pegado a la tía Rosa y nos
acordábamos con tristeza que ya pasaron tres años de cuando su hijo el Mariano
pobrecito la virgencita de Itatí lo guarde y la mujer y su hija se ahogaron
pobrecitos y que desgracia tan terrible te acordás del Marianito ¿no?... recién
después de una semana lo encontraron abrazado a la mochila… ¿pero te acordás
no?... parece mentira che que este
Uruguay tan sereno y lindo se lleve de vez en cuando la vida de algún isleño o
de alguien que”….y toma aire para seguir.
Ya no la escucho. Pienso que tuve un sueño tan extraño, hace un
ratito nomás, ¡que sonso…! me habré quedado dormido.
Mi puerta y la del acompañante siguen
abiertas y la Bety, mi mujer, siempre hablando y hablando, se mete.
Pega un chillido –– “¡Pero viejo!...el
asiento está mojado.”
Muy bueno, Paola, me gustó tu cuento!
ResponderBorrarMuy bueno, Paola, me gustó tu cuento!
ResponderBorrar¡Excelente historia Paula! Lo había leído en el Taller pero no había visto la publicación en este blog.
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