jueves, 28 de marzo de 2019

Akin Belé


Elvira Hoyos Campillo

Colombia


           Akin Belé más que un soñador era un vidente. Él no lo sabía. En verdad que nadie lo sabía. Ocurrió, que incontables años antes, mientras dormía, vio venir un grupo de personas que seguían, detrás de otro que sostenía por ambos lados, troncos tendidos de árboles despojados de sus ramas y raíces. Curioso, salió a la puerta de su casa y los fue contando de a uno en uno cuando pasaron delante de él, cinco en total. Minucioso, como era en sus observaciones, vio, que de uno de los troncos crecía una ramita con sus hojas verdes. Y dijo en alta voz, cómo para que todos lo oyeran, —Ese está vivo. Su voz resonó dentro de un vacío de miedo. Tal como resuena una voz dentro de una caverna deshabitada.
         —Akin, dijo la madre zarandeándolo para despertarlo, has dormido por muchas horas, ¡despierta ya! Vas a llegar tarde a clases.
Akin despertó zurumbático aun, con la sacudida de la madre. Sentado en la cama, restregándose los ojos hasta enrojecerlos, le contó el sueño.
        —Es solo un sueño sin sentido, respondió la madre.
        Pasado un tiempo, Akin tuvo otro sueño: En él vio, una procesión de sombras camufladas en la oscuridad de la noche, tenían brazos largos y cabezas cuadradas que caminaban sigilosas las calles de su pueblo. Con un pálpito de temor, levantó un poco la cortina de su ventana, detalló los rostros más próximos, los ojos fulguraban de un rojo sangre. Una sombra viró a su encuentro, levantando su brazo hacia él, señalándolo con su largo índice. Lo habían descubierto. De su dedo, se desprendía una candela viva que venía directo a su pecho. Horrorizado soltó la cortina que cayó con fragor. Akin, trató de gritar haciendo un esfuerzo singular; vociferando unas palabras, que al principio nadie, ni su madre las entendió.
         — ¡No me maten, noooooooooo!
Reiterándolas una y otra vez, hasta despertar en su cama. Su madre, contribuyó a despertalo.
         — ¡Akin!, ¡Akin!, ¡has vuelto a soñar! ¡Despierta muchacho, es solo una pesadilla! Despierta, ¡Akin!
         Mientras se arreglaba apresuradamente, para llegar a tiempo a clases, le fue contando a su madre el sueño. Ella sin decirle nada, se preocupó. “Debo contárselo a su padre, pensó, quizás el muchacho requiere de asistencia profesional”. Sin embargo, no lo llamó por teléfono; y así, fueron pasando los días.
          Otra noche, volvieron las visiones a meterse en el sueño de Akin… esta vez, vio un campo diseminado de cadáveres salpicados de sangre. Algunos desmembrados: brazos, piernas, huesos; fusiles fragmentados, cañones destrozados, cascos rotos. Caminó saltando entre ellos. Eran hombres con uniforme militar hechos jirones. Una voz, le explicó: “Fueron abatidos en batalla”. Aterrorizado, Akin despertó de golpe, con los ojos desorbitados, mirando a todos lados como queriendo saber dónde estaba y buscando, en la penumbra de su habitación, quién le había hablado.
         Esa mañana todavía lívido, le contó la pesadilla a su madre, antes de irse a clases.
         —Debes dejar de ver tanta televisión y enfrascarte en tus estudios.      
         La mamá, pidió entonces, cita al Siquiatra. Este la escuchó en silencio. Al final de la sesión, elaboró una orden de remisión. Y explicó a la madre que había que dejarlo una semana en la clínica, recomendándole que se internara con él, para que Akin, no sufriera de miedo o ansiedad. Le haría un tratamiento sin medicinas, solo reposo. La psicóloga le haría un seguimiento diario a su estado.
         —Le convendrá a ambos, agregó sonriente.
         La madre llamó por el móvil a su esposo para contarle las indicaciones médicas, y por consiguiente, se internaría con su hijo.
         —Estoy de acuerdo. —Espero que esta vez, todo resulte bien para ambos y…
         — Cómo así, que…esta vez… ¿qué quieres decir?
         — Bueno quise decir que todo salga bien y se acabe definitivamente el problema.
         En el hospital, los enfermeros los saludaron como si los conocieran; esto no pasó desapercibido para la mamá, a la que aún le resonaba en sus oídos las palabras que le había dicho su esposo…” Espero que esta vez…”
         La habitación que les asignaron, tenía una ventana con vista al mar. Las paredes pintadas de un verde manzana, dos camas sencillas, una mesilla. Ningún libro, ninguna revista, ningún cuadro colgado, ningún aparato eléctrico: ni televisión, ni timbre para llamar a enfermería, en caso de ser necesario. Tampoco había teléfono. Prohibido los celulares. La puerta daba a un pasillo interminable blanco y silencioso. La madre, acostumbrada a cierto confort, creyó que se aburriría, pero un sentimiento más fuerte la impulsó a pensar “El sacrificio vale, con tal que Akin se recupere” Sus pensamientos fueron interrumpidos por un asistente,
         — Con permiso, dijo presentándose. —Trabajo con mantenimiento y vengo a encender el aire acondicionado y verificar que funcione correctamente.
         Ya encendido; del aparato empezó a salir un sutil vapor con un aroma delicado, que lentamente, fue impregnando la habitación. Intercambiaron algún comentario agradable con el asistente, este les dijo que se quedaría unos minutos, para observar que todo continuara bien. Ellos alcanzaron a agradecerle, respirando profundamente las delicias de un aroma que los fue adormeciendo sin percatarse de ello.
         De pronto Akin… vio una esfera de luz flotando alto en la habitación. Se acercaba haciéndose más grande, y se alejaba empequeñeciéndose, repitiendo una y otra vez. Ambos, desde los niveles de un sueño profundo, la miraron fascinados, tratando de comprender qué sería esa esfera de luz que variaba del blanco al azul, y de vuelta al blanco. En cada uno de sus matices, el color permanecía un instante. Akin y su madre, no apartaban la vista de la esfera. Sólo esa luz dentro de la oscuridad. Sin embargo no sentían miedo. El aroma que brotaba del aire los mantenía dormidos, respirando profundo, a un ritmo lento, acompasado. Así estuvieron mucho tiempo, mucho. Nadie podría calcularlo.
         La luz se apagó y la esfera desapareció de la vista. Llegó la mañana. Una enfermera entró a la habitación, corrió la cortina, les preguntó cómo pasaron la noche y les recordó la cita con la psicóloga asistente; les llevó el desayuno: un vaso mediano con un líquido opaco que no era leche y un par de tostadas con jalea. Lo disfrutaron sin hambre. En esos momentos, se dieron cuenta que tenían la misma ropa del día anterior.
         Luego de un saludo amable, la psicóloga pidió a la mamá, que esperara fuera de su consultorio y se quedó sola con Akin. Entonces conversaron y Akin le contó maravillado, lo que había visto en la noche. La psicóloga se mostró curiosa y quiso saber más. Akin, siguió contándole con una fluidez de palabras que le salían a borbotones. Describió la esfera y sus colores refulgentes en la oscuridad de la habitación, con el asombro de su descubrimiento. Sin olvidar detalles tales como el alejamiento y el acercamiento sobre sus cuerpos, porque la esfera gravitaba en la altura del aire, pero sin rozar el techo. La psicóloga le pregunto:
         — ¿No te dio miedo?
         — No.
         — ¿Cómo te sentiste?
         — Bien. Y sigo sintiéndome bien.
         La psicóloga dio por terminada la consulta, hasta el día siguiente. Un asistente condujo a Akin al jardín, mientras su mamá, pasaba a la consulta. Después de saludar, la madre preguntó:
        — ¿Cómo encontró a Akin?
        — Bien, y usted, ¿Cómo se siente?
        — ¡Maravillosamente! ¡Qué buenos métodos tienen aquí!
        — ¿Cómo cuáles?
        — Bueno… la fragancia, la esfera de luz…   ¡Dormí cómo nunca!
        — ¿Le gustó?
        — Por supuesto, eso es mejor que tomar pastillas para dormir.
        — ¿Usted, toma pastillas para dormir?
        — Ojalá. Sí que las necesito.
        — Y si las necesita, ¿por qué no las toma?
        — Usted sabe lo que es ser ama de casa, esposa y madre. Todo a la vez. Deberíamos tener un sueldo equitativo por ello. Si las tomara, a lo mejor no podría cuidar de tantas cosas.
        Y la madre de Akin, siguió explicándole “esas” muchas cosas, a la psicóloga, de cómo cuidar a la familia en estos días tan caóticos como peligrosos, con rumores de guerras. Cómo administrar el centavo para hacerlo rendir. Cómo multiplicar los alimentos, tal como hizo Jesús a orillas del mar de Galilea.
           —Las amas de casa, en fin, ¡hacemos milagros diarios! Y, lo que es peor, no nos lo reconocen. Pero, ¡ay! Si el almuerzo, no está a su hora: ¡Troya!
          La psicóloga la miró sonriente, con afecto, y directamente a los ojos; la escuchó pacientemente, manteniendo su mirada, con ojos bien abiertos en los de ella; dejándola hablar y hablar, sobre todos esos temas que abordó, sin interrumpirla, durante una hora más de lo concertado. Hasta que surgió un gran silencio que flotó en el vacío del ambiente. El mundo ya había sido arreglado. Una nueva luz se filtraba en la atmósfera.
          Esa noche, el aparato de la habitación desprendió olores a tierra con aromas frutales. Akin y su madre, se durmieron enseguida; querían dormirse para volver a ver la esfera de luz. Y la esfera apareció luminosa, trasluciendo a través de sus cristales los matices de todo lo verde que existe en el planeta. Entonces Akin, se vio corriendo por los prados hasta los límites del bosque, tras los grillos y luciérnagas apagadas a esas horas del día; con su padre caminando al rio, con sus amigos jugando al balón; mientras su madre sembraba flores en el jardín.
          Y la madre, se vio niña. Disfrutando de un domingo de campo. Y luego, se vio joven. Como cuando conoció al que después fue su esposo. Como cuando se comprometió con él. Como cuando se casaron. Como cuando nació Akin. Los verdes, se vieron en todas las estaciones de su vida, incluso en invierno, cuando el paisaje se cubre de blanco, porque en la calidez del hogar, el verde se hallaba en las hermosas pinturas de campo, que colgaban en las paredes de su casa.
          Despertaron alegres, juguetones, contándose sus visiones. Disfrutaron del desayuno y se fueron a la consulta. Akin, contó todo lo que había visto y todo lo que había hecho mientras dormía. La psicóloga le dijo:
         —Tuviste un recuerdo lúcido.
         Luego entró la madre. Igual, contó, cómo se había visto en todas sus edades. ¡Ay! Suspiro con nostalgia, quien pudiera retroceder el tiempo para volver a la juventud.
          — ¿Le gustaría comenzar de nuevo?
          — Pues... ¡Si! —Y casarme con el mismo hombre y tener el mismo hijo. — ¿Usted es casada?
          — No debo responder preguntas personales. —Sólo escucharla a usted. ¿No tuvo nunca algún problema en su vida?
          — Jamás- no me creerá, pero mi vida ha sido un cuento de hadas.
          — ¿Cree en las hadas?
         —Nooo, es solo un decir, para dar a entender lo bien que me va.
         —No ha tenido algún impacto, que bloqueara ¿su memoria?  Puedo hacerla recordar…
         — Hacerme recordar qué. Explíqueme. Y… ¿Cómo…?
         — Todas sus experiencias, están archivadas en su subconsciente. Allí radica su memoria. Para que usted sea feliz, el subconsciente le muestra lo que es agradable para usted, y le esconde, aquellos acontecimientos desagradables y muchas veces horrible que la han impactado.
         — Y… eso es ¿bueno o malo?
         — A veces es malo. Y resulta ser la causa del noventa por ciento de los problemas de las personas. Los psicólogos profundizamos en ello. Trate de recordar y hablaremos en la siguiente sesión.
         —Y ¿cómo recuerdo ese horror que supuestamente, me ha impactado?
         — Al momento de dormir, dese la orden de recordarlos. Y crea que así será.
          La madre de Akin se mantuvo pensativa el resto del día; mientras recorría los jardines de la clínica, las salas solitarias, los pasillos interminables. Era improbable, que algo grave le hubiese sucedido, sin que ella se diese cuenta. Pasó el día, buscando entre los recuerdos que recordaba, sin hallar nada.  “El tratamiento era para su hijo, no para ella”. ¿Cuándo había vivido Akin la guerra que aparecía en sus sueños? Según dijo la psicóloga, “del subconsciente aflora solamente lo que se ha experimentado”. Debía haber una equivocación. Tampoco ella podría olvidar así como así, lo que había vivido.
         Por eso, al día siguiente hablaría con el Psicólogo jefe y le pediría el alta. No iba a perder más su tiempo y dinero en la clínica. No le dijo nada a Akin, pues lo vio muy feliz jugando pin pon con amigos que conoció allí. ¿Por qué no estaban sus madres con ellos? ¿Por qué no veía a los otros pacientes? A esta hora, no podía hacer nada más que irse a descansar a su habitación.
        Esa noche, el aire del aparato expedía un hedor nauseabundo. Era el olor de un animal en descomposición. Miró debajo de la mesilla, de las butacas, de las camas y de las sobrecamas. Examinó el baño. Entonces, supuso que venia del jardín. Le preguntó a Akin. Pero Akin respiraba agradables fragancias, mezcla de hierbas y cítricos. Se durmió pronto, no así su madre que tardó un poco más. En la oscuridad de la habitación, apareció la esfera brillante, esta vez con visos rojos. Akin vio los rojos mezclarse con amarillos, esa noche sus visiones le inspiraron saludables sentimientos de amor. Su madre, en cambio, atónita, caminaba por laberintos de espesos vapores, que brotaban de un suelo sin fondo; percibiendo el miedo a la muerte. No más pensar en ella, descubrió un campo lleno de cadáveres, y escuchó el ruido de aviones que lanzaban misiles sobre el pueblo; sobre las plazas, la iglesia, su casa, la escuela. La gente corría despavorida, gritando como locos por el tormento en las calles; entonces, recordó… Si. Recordó que en ese instante, Akin se hallaba en la escuela, ella debía arriesgarse, ir por él por entre medio de las balas; era su niño, su hijo, su pequeño Akin, y salió apresuradamente para ir en su búsqueda, cuando la detuvo un golpe muy fuerte sobre su cabeza y ella, ágil, volteo a mirar y miró que fue el techo de su casa al desplomarse sobre ella; sin embargo no había dolor, sino un pensamiento, obsesivo, recurrente, de llegar a la escuela y salvar al niño, estrecharlo en sus brazos y decirle: ¡no temas, mamá está aquí, contigo!
           

lunes, 18 de marzo de 2019

El Niño extraño


 ADRI DIAZ

ARGENTINA


Era un niño pequeño y travieso que vivía en el medio del campo. Qué digo del campo, casi del monte diría. Pues ahí era que habitaba, con su madre y con su abuela. Casi desprovisto de todo. Sin medias ni zapatos. Descalzo siempre y andando de acá para allá, todo el día.

Los pocos vecinos que tenía cerca - en unas pocas leguas alrededor de su casa- decían del chico que era hijo seguro de un forastero. Algún caminante que había pasado por allí, alguna vez y espantado o tal vez, motivado por el hambre se acercó a aquella casa en la que vivían solas esas dos mujeres: la madre y la hija.

En busca de techo y comida, había encontrado allí, techo y también comida. Más nadie había visto al caminante regresando al poblado. No lo habían divisado por la cercanía ni en los alrededores. Nadia lo había visto volver. Lo que todos suponían era que, a aquel peregrino perdido, lo habían encerrado las damas en su casa y lo tenían allí guardado para siempre.

Algunos pensaban que eso era cierto y posible pues las damas aquellas eran muy sagaces e ingeniosas. Cuando querían algo lo conseguían. Y si no lo conseguían, se encerraban en la noche y sin que nadie pudiera saber qué hacían, al otro día sin saber cómo, lo que deseaban sucedía. Había quienes afirmaban que las mujeres aquellas eran brujas. Otros sólo le asignaban el rol de curanderas. En algo todos estaban de acuerdo: algo extraño eran- aunque no supiesen precisar bien qué-.

Por eso cuando el niño nació - casi como una deducción lógica – se aceptó que la criatura debía ser también especial y diferente.

El pequeño no era feo sino más bien se podría decir, bonito. La carita redonda, pequeña. Los ojos chiquitos, la nariz menuda. Todo diminuto. Aunque era a la distancia que se dejaba ver pues andaba siempre corriendo de un lado a otro con gran velocidad y sigilo. Casi como oculto de los demás, guareciéndose de la mirada ajena.

Muchas veces lo vimos escondido detrás de la gran verja de madera que delimitaba su casa y lo separaba del resto. Aunque para ser sinceros, creo que él quería acercarse, traspasar esa tranquera pero no podía o más bien, no lo dejaban.

Lo veíamos sí, yéndose al monte. Metido entre los cañaverales profundos donde nadie podía seguirlo ni alcanzarlo. Ahí pasaba la mayor parte del tiempo. Recién cuando comenzaba a caer el sol y la luz del sol se iba transformando de color, se escuchaba un lamento que parecía no ser humano y lo contemplábamos regresar. Siempre de lejos, como una manchita, un pequeño bulto zigzagueando por la extensión sin medidas de los campos.

Los demás chicos del pueblo que poco teníamos que hacer por entonces, una noche decidimos espiarlo. Queríamos verlo de cerca. Saber cómo era, hacernos sus amigos. Descubrir qué hacía cuando regresaba de pasar el día entero metido entre matas de arbustos y sembrados. Eso y no más, nos movió aquella noche a acercarnos a su casa, cuando ya nadie podía divisarnos.

Eludimos algún que otro perro que nos salió al encuentro, saltamos la verja y logramos acercar nuestras caras hasta pegarlas a la ventana de la casa.

Entonces vimos a su madre y su abuela que inclinadas sobre él, acariciaban la cabeza del niño con sus manos. Mientras lo hacían, iban desplegando con paciencia y lentitud, sus orejas. Le cantaban una canción que parecía de cuna y a medida que la melodía transcurría, se producía una transformación. La piel clara se iba tiñendo cada vez de tono más oscuro. Las mejillas se estiraban hasta casi perder su redondez y la nariz se le reducía hasta rozarle casi la boca. Cuando aquellas dos mujeres terminaban de cantar, el pequeño niño se convertía en algo extraño que sin embargo, cuando logramos distinguir bien comprendimos que no era nada peligroso ni a lo que temer. Sólo, era apenas, un simple ratón de campo.






miércoles, 13 de marzo de 2019

Nos vemos

 
Gil Sánchez

México

 


Rebusco entre mis hojas de historias que mi mente comienza a olvidar, para contarlas, pero en la pantalla aparece solo lo bueno. En este caminar nocturno, eterno, sin luces, las recreo como película en blanco y negro, y me veo como un héroe condenado a saludar a la gente que se ha marchado. ¿Por qué tan solo?, seré un fantasma que vaga entre su basura que no le importa a nadie, ni a mí. Por más esfuerzo que hago termina la película pronto, será así de corta, pero como si le faltara contenido, o no viví tanto o lastimé mucho, no lo entiendo. Faltará lo malo y es mucho, o tal vez, borré los sentimientos por el dolor de terminar el daño. Me llevo pocos pensamientos buenos, quizás lo que merezco.
No te pongas triste que este mundo ya apesta, recuesta tu cabeza sobre mi pecho y dime que me extrañas una vez más. Nunca tuve tanto frio como en estos últimos meses, tan igual como cuando me abandonaste. Camino en la oscuridad como un fantasma encadenado, acompañado por la respiración asincrónica, pausada, asfixiante. Ansío escuchar que me amas, una vez más. Pero no sé si me abras los brazos, he sido tan imperfecto. Todo es oscuridad y por fin me ciega la luz.



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miércoles, 6 de marzo de 2019

Desahogo



Carlos Arias Villegas

Colombia


Te miras y me observas largamente llenándote de razones para hacerlo. La mueca de la boca revela el desencanto que percibes. Sabes que tan pronto te ubiquen van a entrar por la fuerza, como en las películas. Imaginas cuadro a cuadro lo que pasará en los días siguientes. ¡Desiste! Solo, deja las cosas así. Piensa en ti ahora; le has dedicado mucho tiempo a quien no se lo merece. Te acercas a mis ojos para cerciorarte del daño irremediable del tiempo. Los lentes amplifican la devastación de la piel y el esmalte roto de la risa. La ira enciende tu mirada y por un momento, casi hermoso,  hace juego con tu bata anaranjada. Debiste escuchar, cesar las cosas a tiempo,  y no seguir con esta locura de ahora cuando ya no hay fuerzas para creer.
Quieres convencerte de que aun tienes opciones en la carne, pero mi perfil agitado y sudoroso, te dice que no. El brillo de la mañana se ha ido, cualquier proyecto de restauración debe ser netamente espiritual. Tardaste mucho para decidirte, hasta intentaste un milagro: tantos ayunos y oraciones para nada. Aguantaste hambre, amiga. Sabías de sobra que el que es no deja de ser. Mira este día tan luminoso, ¿te parece sensato arruinarlo de esta forma? Solo sácalo y déjalo por ahí. Ellos se lo llevarán, ¡pero date prisa!
¡Te llaman!, sí a ti. No me mires,    estás al mando. Diles que todo está bien. Que necesitas una hora, ¿una hora? Tal vez dos. Respira con calma, estas hiperventilando. Vamos, hazlo ya. No les des motivos para entrar. Entrarán con todo, y lo sabes. Sí, es comprensible. Estas furiosa porque la forma y la alegría que tenías, se perdió en la noche. ¿Te acuerdas bien de cómo fue? Es triste, pero así es la vida. Relájate, ábrete, vomítalo de una vez. No pienses en nada, solo deja que salga ese dolor innombrable. Ya está, ¿lo ves? Deberías mirarlo por última vez, tal vez te devuelva alguna esperanza.
Está bien, llora todo lo que quieras. Maldícelo, dicen que  eso ayuda. Desahógate, pero date prisa porque están viniendo, solo es cuestión de segundos para que derriben la puerta. No creas que todo ese parapeto que hiciste los detendrá. Los has visto antes, siempre terminan salvando a quien no debían, pero ellos no estuvieron cuando pedías auxilio, ¿lo recuerdas? Ni uno solo de esos uniformados se apareció. Después te acostumbraste a esa forma de violencia. Parecías la única mujer con abusador propio.  Claro que tú no estás para hacer justicia. No, es un sacrilegio el solo pensarlo. Eso le toca a seres impersonales que están más allá del bien y el mal, las criaturas como tú solo viven “escenarios disruptivos de la norma”, y sufrir la otra violencia pública, para que aquellos hagan cumplir la ley y el orden.
Perdona y olvida, ¿no es lo que hacen los buenos cristianos? Dios al final te perdona todo. No malinterpretes ¡Piensa lo que vas a hacer! No se te está diciendo que lo hagas. Solo descansa, has tenido un mal día. Piensa en algo lindo que hayas vivido, ¿nada? Esfuérzate, debe haber algo que te haga elevar los ojos al cielo; algo dulce, tierno…hace ratos que no quieres escuchar, la fina navaja va y viene entre tus manos. Ya cortaste lo suficiente ¡Ni una cuchillada más! Detente, podría desangrarse. Te condenarán por esto, ¿no te importa? ¿En serio?
Te detienes furiosa, me miras y tratas de azotar mi rostro para callar la voz. La puerta se abre y das la última cuchillada, seca, sin remordimientos. Te levantan y chocan contra el espejo en el que ves mis ojos aplastados a los tuyos, entonces abres  tu voz para decir convencida, que tenías que matarlo: ¡se parecía a él! Seguramente haría lo mismo a otras mujeres cuando creciera.  

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