Elvira Hoyos Campillo
Colombia
Akin Belé más que un soñador era un
vidente. Él no lo sabía. En verdad que nadie lo sabía. Ocurrió, que incontables
años antes, mientras dormía, vio venir un grupo de personas que seguían, detrás
de otro que sostenía por ambos lados, troncos tendidos de árboles despojados de
sus ramas y raíces. Curioso, salió a la puerta de su casa y los fue contando de
a uno en uno cuando pasaron delante de él, cinco en total. Minucioso, como era
en sus observaciones, vio, que de uno de los troncos crecía una ramita con sus
hojas verdes. Y dijo en alta voz, cómo para que todos lo oyeran, —Ese está
vivo. Su voz resonó dentro de un vacío de miedo. Tal como resuena una voz
dentro de una caverna deshabitada.
—Akin, dijo la madre zarandeándolo
para despertarlo, has dormido por muchas horas, ¡despierta ya! Vas a llegar
tarde a clases.
Akin
despertó zurumbático aun, con la sacudida de la madre. Sentado en la cama,
restregándose los ojos hasta enrojecerlos, le contó el sueño.
—Es solo un sueño sin sentido,
respondió la madre.
Pasado un tiempo, Akin tuvo otro sueño:
En él vio, una procesión de sombras camufladas en la oscuridad de la noche, tenían
brazos largos y cabezas cuadradas que caminaban sigilosas las calles de su
pueblo. Con un pálpito de temor, levantó un poco la cortina de su ventana,
detalló los rostros más próximos, los ojos fulguraban de un rojo sangre. Una
sombra viró a su encuentro, levantando su brazo hacia él, señalándolo con su
largo índice. Lo habían descubierto. De su dedo, se desprendía una candela viva
que venía directo a su pecho. Horrorizado soltó la cortina que cayó con fragor.
Akin, trató de gritar haciendo un esfuerzo singular; vociferando unas palabras,
que al principio nadie, ni su madre las entendió.
— ¡No me maten, noooooooooo!
Reiterándolas
una y otra vez, hasta despertar en su cama. Su madre, contribuyó a despertalo.
— ¡Akin!, ¡Akin!, ¡has vuelto a soñar!
¡Despierta muchacho, es solo una pesadilla! Despierta, ¡Akin!
Mientras se arreglaba apresuradamente,
para llegar a tiempo a clases, le fue contando a su madre el sueño. Ella sin
decirle nada, se preocupó. “Debo contárselo a su padre, pensó, quizás el
muchacho requiere de asistencia profesional”. Sin embargo, no lo llamó por
teléfono; y así, fueron pasando los días.
Otra noche, volvieron las visiones a
meterse en el sueño de Akin… esta vez, vio un campo diseminado de cadáveres
salpicados de sangre. Algunos desmembrados: brazos, piernas, huesos; fusiles
fragmentados, cañones destrozados, cascos rotos. Caminó saltando entre ellos.
Eran hombres con uniforme militar hechos jirones. Una voz, le explicó: “Fueron
abatidos en batalla”. Aterrorizado, Akin despertó de golpe, con los ojos
desorbitados, mirando a todos lados como queriendo saber dónde estaba y
buscando, en la penumbra de su habitación, quién le había hablado.
Esa mañana todavía lívido, le contó la
pesadilla a su madre, antes de irse a clases.
—Debes dejar de ver tanta televisión y
enfrascarte en tus estudios.
La mamá, pidió entonces, cita al
Siquiatra. Este la escuchó en silencio. Al final de la sesión, elaboró una
orden de remisión. Y explicó a la madre que había que dejarlo una semana en la
clínica, recomendándole que se internara con él, para que Akin, no sufriera de
miedo o ansiedad. Le haría un tratamiento sin medicinas, solo reposo. La
psicóloga le haría un seguimiento diario a su estado.
—Le convendrá a ambos, agregó
sonriente.
La madre llamó por el móvil a su
esposo para contarle las indicaciones médicas, y por consiguiente, se
internaría con su hijo.
—Estoy de acuerdo. —Espero que esta
vez, todo resulte bien para ambos y…
— Cómo así, que…esta vez… ¿qué quieres
decir?
— Bueno quise decir que todo salga
bien y se acabe definitivamente el problema.
En el hospital, los enfermeros los
saludaron como si los conocieran; esto no pasó desapercibido para la mamá, a la
que aún le resonaba en sus oídos las palabras que le había dicho su esposo…” Espero
que esta vez…”
La habitación que les asignaron, tenía
una ventana con vista al mar. Las paredes pintadas de un verde manzana, dos
camas sencillas, una mesilla. Ningún libro, ninguna revista, ningún cuadro
colgado, ningún aparato eléctrico: ni televisión, ni timbre para llamar a
enfermería, en caso de ser necesario. Tampoco había teléfono. Prohibido los
celulares. La puerta daba a un pasillo interminable blanco y silencioso. La
madre, acostumbrada a cierto confort, creyó que se aburriría, pero un
sentimiento más fuerte la impulsó a pensar “El sacrificio vale, con tal que
Akin se recupere” Sus pensamientos fueron interrumpidos por un asistente,
— Con permiso, dijo presentándose.
—Trabajo con mantenimiento y vengo a encender el aire acondicionado y verificar
que funcione correctamente.
Ya encendido; del aparato empezó a
salir un sutil vapor con un aroma delicado, que lentamente, fue impregnando la
habitación. Intercambiaron algún comentario agradable con el asistente, este
les dijo que se quedaría unos minutos, para observar que todo continuara bien.
Ellos alcanzaron a agradecerle, respirando profundamente las delicias de un aroma
que los fue adormeciendo sin percatarse de ello.
De pronto Akin… vio una esfera de luz
flotando alto en la habitación. Se acercaba haciéndose más grande, y se alejaba
empequeñeciéndose, repitiendo una y otra vez. Ambos, desde los niveles de un sueño
profundo, la miraron fascinados, tratando de comprender qué sería esa esfera de
luz que variaba del blanco al azul, y de vuelta al blanco. En cada uno de sus
matices, el color permanecía un instante. Akin y su madre, no apartaban la
vista de la esfera. Sólo esa luz dentro de la oscuridad. Sin embargo no sentían
miedo. El aroma que brotaba del aire los mantenía dormidos, respirando
profundo, a un ritmo lento, acompasado. Así estuvieron mucho tiempo, mucho.
Nadie podría calcularlo.
La luz se apagó y la esfera
desapareció de la vista. Llegó la mañana. Una enfermera entró a la habitación,
corrió la cortina, les preguntó cómo pasaron la noche y les recordó la cita con
la psicóloga asistente; les llevó el desayuno: un vaso mediano con un líquido opaco
que no era leche y un par de tostadas con jalea. Lo disfrutaron sin hambre. En
esos momentos, se dieron cuenta que tenían la misma ropa del día anterior.
Luego de un saludo amable, la
psicóloga pidió a la mamá, que esperara fuera de su consultorio y se quedó sola
con Akin. Entonces conversaron y Akin le contó maravillado, lo que había visto
en la noche. La psicóloga se mostró curiosa y quiso saber más. Akin, siguió
contándole con una fluidez de palabras que le salían a borbotones. Describió la
esfera y sus colores refulgentes en la oscuridad de la habitación, con el
asombro de su descubrimiento. Sin olvidar detalles tales como el alejamiento y
el acercamiento sobre sus cuerpos, porque la esfera gravitaba en la altura del
aire, pero sin rozar el techo. La psicóloga le pregunto:
— ¿No te dio miedo?
— No.
— ¿Cómo te sentiste?
— Bien. Y sigo sintiéndome bien.
La psicóloga dio por terminada la
consulta, hasta el día siguiente. Un asistente condujo a Akin al jardín,
mientras su mamá, pasaba a la consulta. Después de saludar, la madre preguntó:
— ¿Cómo encontró a Akin?
— Bien, y usted, ¿Cómo se siente?
— ¡Maravillosamente! ¡Qué buenos
métodos tienen aquí!
— ¿Cómo cuáles?
— Bueno… la fragancia, la esfera de
luz… ¡Dormí cómo nunca!
— ¿Le gustó?
— Por supuesto, eso es mejor que tomar
pastillas para dormir.
—
¿Usted, toma pastillas para dormir?
— Ojalá. Sí que las necesito.
— Y si las necesita, ¿por qué no las
toma?
— Usted sabe lo que es ser ama de casa,
esposa y madre. Todo a la vez. Deberíamos tener un sueldo equitativo por ello.
Si las tomara, a lo mejor no podría cuidar de tantas cosas.
Y la madre de Akin, siguió explicándole
“esas” muchas cosas, a la psicóloga, de cómo cuidar a la familia en estos días
tan caóticos como peligrosos, con rumores de guerras. Cómo administrar el
centavo para hacerlo rendir. Cómo multiplicar los alimentos, tal como hizo
Jesús a orillas del mar de Galilea.
—Las amas de casa, en fin, ¡hacemos
milagros diarios! Y, lo que es peor, no nos lo reconocen. Pero, ¡ay! Si el
almuerzo, no está a su hora: ¡Troya!
La psicóloga la miró sonriente, con
afecto, y directamente a los ojos; la escuchó pacientemente, manteniendo su
mirada, con ojos bien abiertos en los de ella; dejándola hablar y hablar, sobre
todos esos temas que abordó, sin interrumpirla, durante una hora más de lo
concertado. Hasta que surgió un gran silencio que flotó en el vacío del
ambiente. El mundo ya había sido arreglado. Una nueva luz se filtraba en la
atmósfera.
Esa noche, el aparato de la
habitación desprendió olores a tierra con aromas frutales. Akin y su madre, se
durmieron enseguida; querían dormirse para volver a ver la esfera de luz. Y la
esfera apareció luminosa, trasluciendo a través de sus cristales los matices de
todo lo verde que existe en el planeta. Entonces Akin, se vio corriendo por los
prados hasta los límites del bosque, tras los grillos y luciérnagas apagadas a
esas horas del día; con su padre caminando al rio, con sus amigos jugando al
balón; mientras su madre sembraba flores en el jardín.
Y la madre, se vio niña. Disfrutando
de un domingo de campo. Y luego, se vio joven. Como cuando conoció al que
después fue su esposo. Como cuando se comprometió con él. Como cuando se
casaron. Como cuando nació Akin. Los verdes, se vieron en todas las estaciones
de su vida, incluso en invierno, cuando el paisaje se cubre de blanco, porque
en la calidez del hogar, el verde se hallaba en las hermosas pinturas de campo,
que colgaban en las paredes de su casa.
Despertaron alegres, juguetones,
contándose sus visiones. Disfrutaron del desayuno y se fueron a la consulta.
Akin, contó todo lo que había visto y todo lo que había hecho mientras dormía.
La psicóloga le dijo:
—Tuviste un recuerdo lúcido.
Luego entró la madre. Igual, contó,
cómo se había visto en todas sus edades. ¡Ay! Suspiro con nostalgia, quien
pudiera retroceder el tiempo para volver a la juventud.
— ¿Le gustaría comenzar de nuevo?
— Pues... ¡Si! —Y casarme con el
mismo hombre y tener el mismo hijo. — ¿Usted es casada?
— No debo responder preguntas
personales. —Sólo escucharla a usted. ¿No tuvo nunca algún problema en su vida?
— Jamás- no me creerá, pero mi vida
ha sido un cuento de hadas.
— ¿Cree en las hadas?
—Nooo, es solo un decir, para dar a
entender lo bien que me va.
—No ha tenido algún impacto, que
bloqueara ¿su memoria? Puedo hacerla
recordar…
— Hacerme recordar qué. Explíqueme. Y…
¿Cómo…?
— Todas sus experiencias, están
archivadas en su subconsciente. Allí radica su memoria. Para que usted sea
feliz, el subconsciente le muestra lo que es agradable para usted, y le
esconde, aquellos acontecimientos desagradables y muchas veces horrible que la
han impactado.
— Y… eso es ¿bueno o malo?
— A veces es malo. Y resulta ser la
causa del noventa por ciento de los problemas de las personas. Los psicólogos
profundizamos en ello. Trate de recordar y hablaremos en la siguiente sesión.
—Y ¿cómo recuerdo ese horror que
supuestamente, me ha impactado?
— Al momento de dormir, dese la orden
de recordarlos. Y crea que así será.
La madre de Akin se mantuvo pensativa
el resto del día; mientras recorría los jardines de la clínica, las salas
solitarias, los pasillos interminables. Era improbable, que algo grave le
hubiese sucedido, sin que ella se diese cuenta. Pasó el día, buscando entre los
recuerdos que recordaba, sin hallar nada.
“El tratamiento era para su hijo, no para ella”. ¿Cuándo había vivido
Akin la guerra que aparecía en sus sueños? Según dijo la psicóloga, “del
subconsciente aflora solamente lo que se ha experimentado”. Debía haber una
equivocación. Tampoco ella podría olvidar así como así, lo que había vivido.
Por eso, al día siguiente hablaría con
el Psicólogo jefe y le pediría el alta. No iba a perder más su tiempo y dinero
en la clínica. No le dijo nada a Akin, pues lo vio muy feliz jugando pin pon
con amigos que conoció allí. ¿Por qué no estaban sus madres con ellos? ¿Por qué
no veía a los otros pacientes? A esta hora, no podía hacer nada más que irse a
descansar a su habitación.
Esa noche, el aire del aparato expedía
un hedor nauseabundo. Era el olor de un animal en descomposición. Miró debajo
de la mesilla, de las butacas, de las camas y de las sobrecamas. Examinó el
baño. Entonces, supuso que venia del jardín. Le preguntó a Akin. Pero Akin
respiraba agradables fragancias, mezcla de hierbas y cítricos. Se durmió
pronto, no así su madre que tardó un poco más. En la oscuridad de la
habitación, apareció la esfera brillante, esta vez con visos rojos. Akin vio
los rojos mezclarse con amarillos, esa noche sus visiones le inspiraron
saludables sentimientos de amor. Su madre, en cambio, atónita, caminaba por
laberintos de espesos vapores, que brotaban de un suelo sin fondo; percibiendo
el miedo a la muerte. No más pensar en ella, descubrió un campo lleno de
cadáveres, y escuchó el ruido de aviones que lanzaban misiles sobre el pueblo;
sobre las plazas, la iglesia, su casa, la escuela. La gente corría despavorida,
gritando como locos por el tormento en las calles; entonces, recordó… Si.
Recordó que en ese instante, Akin se hallaba en la escuela, ella debía
arriesgarse, ir por él por entre medio de las balas; era su niño, su hijo, su
pequeño Akin, y salió apresuradamente para ir en su búsqueda, cuando la detuvo
un golpe muy fuerte sobre su cabeza y ella, ágil, volteo a mirar y miró que fue
el techo de su casa al desplomarse sobre ella; sin embargo no había dolor, sino
un pensamiento, obsesivo, recurrente, de llegar a la escuela y salvar al niño,
estrecharlo en sus brazos y decirle: ¡no temas, mamá está aquí, contigo!
Los recuerdos dolorosos regresan en los sueños y tú sabes convertirlo en magia. Me encantó!
ResponderBorrar¡Wow! ¡Un relato tremendo! Y muy bien contado. ¡Felicitaciones Elvirita!
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