sábado, 28 de diciembre de 2019

Index librorum prohibitorum


Paul Fernando Morillo

Louisville. NC. USA



Eran las cuatro y treinta de la mañana cuando se levantó, a fuerza de la costumbre por los últimos veintisiete años. Encendió la lámpara de mano, una luz mortecina de no más de 5 watts que fungía de guía en la celda del monasterio. A dos pasos alcanzó el reclinatorio, se desperezó lo mejor que le permitieron sus brazos, cuello y piernas; un bostezo final sonó a resoplido y por el esfuerzo musical salieron un par de gotas saladas en  sus ojos, se secó la pereza en forma de lágrimas que ya comenzaban a resbalar por sus mejillas. Se arrodilló y comenzó con un Padrenuestro vacío y sin significado, oración víctima de la rutina, las palabras resbalaban ingrávidas, sueltas, entonces pensó en el horóscopo del día. Se arrepintió allí mismo, supuso que si años atrás  las revistas y periódicos hubiesen existido seguro formarían  parte del index librorum prohibitorum,  índice ahora en desuso  y reemplazado por mecanismos más persuasivos como la lectura de libros que apelan a la conciencia individual de cada cristiano para evitar los escritos peligrosos para la fe y la moral. Sonrió. Repitió: ¨lectura que apela a la conciencia...¨ 

Acabado lo que él pensó fue Padrenuestro, disimuló sus dudas con ropas civiles y salió presto hacia la capilla. Cruzó el patio, las estrellas militaban en lo alto, el joven Sol  todavía esquivo atrás en las montañas. Marte cruzaba Capricornio en ese momento y se aliñaba con el astro rey, el oráculo desconocido por él se cumpliría de todas formas. Se arrepintió otra vez por tales impíos pensamientos. Al pasar frente a la oficina sacerdotal, encontró el periódico, estaba mal acomodado en la acera, listo para ser desenrollado. Lo acarició con ternura,  a pesar de la oscuridad encontró la sección del horóscopo, pidió perdón en silencio, se paró, pensó, dobló las páginas como si nada hubiera roto el mutismo de las palabras no leídas, enfundó el periódico bajo su brazo, entró a la capilla, empezó la rutina para la misa de 5 AM. Su cabeza seguía fija en el signo de Sagitario escrito en la sección de vaticinios del diario, esas predicciones tan repetidas en los periódicos decentes y con más desparpajo  en los amarillistas.

 En su natal Saraguro cuando él era un monaguillo el cura párroco leía con dedicación ferviente todos los días un Horóscopo Celta. Del cura al mando aprendió a poner en duda las prácticas indígenas y no siguió el camino de los chamanes al cual él estaba destinado. El dogma religioso pudo más que el sincretismo que él quería practicar a escondidas, aunque el horóscopo era una parte de ese anhelo. Más de una docenas de siglos hacen que por sus venas su espíritu le domine y le hostiga a mirar el cielo para la lectura de los astros. Tenía muchas cuestiones sin resolver como siempre y tal vez sería la confabulación de los astros en este día que las dudas aparecen con más fuerza,  y como siempre ocurría en estos periodos  dolorosos de duda, recordaba el  cuento El Sacerdote de William Faulkner, con la salvedad que él no tenía dudas sobre las mujeres pero el temor que le asaltaba era el del camino equivocado. Resonó en su cabeza una frase del relato: ¨ … mediante una vida de negación de sí mismo hasta que los fuegos terrenales se extinguieron ...¨ 

El clérigo se daba el lujo de espeluznar su piel al recordar que el diccionario Petite  Larousse formó parte del Index librorum prohibitorum, aquella guía católica que nació para impedir que libros no apropiados para espíritus sanos, de los devotos creyentes en la Iglesia,  se difundan. Él se formó en la lengua castellana y el diccionario fue de inmensa ayuda, al ser el quichua su primer idioma. Muchas veces  el sacerdote comparaba al diccionario con la Biblia, actos de rebeldía intelectual decía, porque las dos le servían para las consultas breves, ya que a veces su camino iba de menos a más y las dudas le arrebataban la fe que había acumulado a través de sus años. Una fe que él la leyó como coincidencia de las estrellas, aquel día Saturno pasaba por alguna constelación de buenos augurios, o malos según como se lea en el pequeño Larousse años atrás, Fe: ¨Virtud teologal que consiste en creer en Dios y lo que la Iglesia católica enseña sin poderlo garantizar empíricamente ni con procedimientos racionales. Ver el futuro; Predecir: “Acción y resultado de predecir o anunciar una cosa que va a suceder.

Al acabar de alistarse para la misa, echó una mirada de lejos al periódico que reposaba en la sacristía, su mirada se desvió para la Biblia que reposaba en el altar. Tembló. Se acordó de la imagen de Atahualpa al llevarse la Palabra de Dios al oído y no escuchar nada; él se vio a sí mismo todos los días elevando los ojos a los astros y bajando su intelecto al horóscopo, no veía nada tampoco en las palabras escritas. Ni Atahualpa era sordo ni él era ciego. Volvió a surgir el Padrenuestro de la mañana, o eran palabras repetidas sin meditar en ello, pero ahora puso mente en aquella oración y reparó en ella.

Oh Hacedor y Sol y Trueno sé siempre joven, no envejezcas; has que todas las cosas estén en paz, multiplica  la gente y la comida.” En ese mismo instante recordó a su abuelo indígena, recitando este conjuro, el cual había pasado de generación en generación desde el tiempo de los Incas, oración que se repetía en los templos incaicos donde se rendía culto al Hacedor. Lo había confundido con el Padrenuestro y aunque creía que de su cabeza salió la oración, era su alma indígena la que ponía esta plegaria en sus labios. Siempre fue así.

Alguna vez quiso preguntar a los oráculos acerca de su cultura indígena milenaria y el camino de servicio,  cuál de las dos era acertada, o si era válida compararlas. Al final las dos tienen dudas y requieren de la lectura precisa y entendimiento. Por eso el invento del Index, jugaba con ese pensamiento. Estas conjeturas eran las que le golpeaban justo en las horas claves, cuando necesitaba una fe sólida, y por lo que infería, él no la tenía. Pero la llegaría a tener, para eso son las luchas internas. El fin que él buscaba era unificar las dos corrientes del espíritu, o sea una mezcla de los dos caminos. ¿Por qué no? A nadie hacía daño.

Al término de la misa abrió la página de los horóscopos, sus ojos corrieron hacia su signo zodiacal, por mecánica se santiguó, quiso leer, pero no pudo.  Imaginó ser el dueño de esa información, el gerente de su propio destino, pero se vio chiquito y huérfano a la misma vez. ¿Quién era él para saber el futuro que Dios ya  tiene trazado? No era digno de tener ese conocimiento. Estaba confuso sin saber qué hacer, qué acción tomar si llegase a saber que venía en el futuro, ¿podría alterarlo? Tan perdido se encontraba que no supo si rezar,  agradecer o repudiar ese conocimiento. Se asustó de sobremanera. Sintió vergüenza, se sentó adentro del confesionario, juntó el periódico lo mejor que pudo, sabía que esa vez no lo leería, quizás mañana, y empezó su oración de penitencia:

Oh Hacedor que estas en los cielos, en el Sol Santificado, sé siempre joven y venga tu Reino aqui en el cielo como en la pachamama

Paul Fernando Navidad 2019



-->

domingo, 22 de diciembre de 2019

Miedo



Osvaldo Villalba

Argentina


El miedo se pinta en el rostro
Séneca

—Tranquilo, va a salir todo bien.
—¿Cómo podés estar seguro?
—Seguro, seguro no, pero las probabilidades son altas.
—Entonces, por lo menos, hay una probabilidad de que algo salga mal. Eso ya justifica mi preocupación.
—Te concedo y reformulo: tranquilo, hay grandes chances de que todo salga bien
—Sigo teniendo miedo.
—Se nota en tu cara
—No puedo evitarlo
—Es una intervención simple.
—No deja de ser una cirugía.
—El equipo del quirófano es de excelencia.
—¿Es muy egoísta pensar en mí antes que en otros?
—No, pensalo como un conjunto.
—Bueno, está bien, son los mejores, pero…¿Pueden asegurarme que me irá bien?
—¡Uh! ¡Qué pesado! ¡Nadie puede asegurar nada! Pero todos hacen lo mejor que pueden.
—Por eso tengo miedo, porque no me alcanza.
—¿Y qué te alcanzaría?
—Que alguien me asegure que me va a ir bien.
—Y entonces le preguntarías por qué está seguro.
—Y... sí.
—¡Sos insufrible! Le voy a preguntar a la anestesióloga si ya está todo listo. Marita, ¿falta mucho?
—Ya está todo listo doctor.
—Gracias. Bueno, doctor, llegó el momento de la verdad. El paciente está dormido. Entre ahí y proceda a su primera cirugía. Confíe en usted y todo irá bien.

 




martes, 10 de diciembre de 2019

En el borde


Silvia Alicia Balbuena

Rosario - Argentina


    
     En silencio se terminó de abrochar la camisa con calma, como si en cada botón penetrando en su ojal se anidaran sensaciones que no podía precisar. Puso las manos en los bolsillos del pantalón y se paró junto a la puerta balcón a mirar la calle. Desde el noveno piso los vehículos parecían de juguete, como los autitos que su nieto movía en la pista. Circulaban lejos, desdibujados, descoloridos. Sin velocidad, como desperezándose en la hora de la siesta en medio de altos edificios y escasos árboles.
    Lo sentía detrás. No lo miraba, pero sabía de memoria sus movimientos. Iba ordenando la mesa, preparando el mate, colocando las facturas en la pequeña bandeja de plástico. Sí, conocía cada paso y cada gesto de Norberto. Del Norberto de siempre, el de los sueños de juventud, de este reencontrado con la vida ya vivida.
     –Peinate – Su voz le sonó desconocida. Nunca le había ordenado nada. La relación era sin esclavitudes, cada uno hacía lo que tenía ganas, lo que sentía.
     Se alisó el cabello con la mano y siguió allí, estaqueada, como para tapar un dolor o fijarlo para siempre. La mirada a la calle, las vibraciones atrás,  en ese departamento de él que cobija algunas horas de amor. Sentía que el ardor, el desenfreno, la pasión sin control de pocos instantes antes en la alcoba se iban diluyendo sin marcas ni recuerdos, con el peso de una nada.
     Él le acarició la nuca, le vio esa chispa en la mirada que solía incendiarla y que ahora sólo le provocaba rechazo. Le tendió un mate, lo tomó de mala gana, se negó a las facturas.
     Sentía que estaba en un borde, en una fina línea imaginaria haciendo equilibrio. Que el afuera no le pertenecía, residía allá abajo, pequeño, impersonal. El adentro tampoco, que el sexo no le alcanzaba, que se había vaciado en tan profundas entregas y que en ese  escondite clandestino nada le era propio.
     Una vez él le dijo Yo no te quiero, lo había pasado por alto. Pero hoy, sin saber por qué, esa frase le retumbaba como un tambor empecinado en hacerse oír. Quiso callarlo y fue a abrazarlo, esta vez él pareció escabullirse. El rechazo la inmovilizó.
     Tomó la cartera, se colocó el abrigo. Sin apuro, sin arrepentimientos, guardando los gestos. Como se van guardando los momentos que ya no se repetirán.
     –Acompañame, me voy.
     El ascensor fue un largo y distante silencio. La vereda bajo sus pies, un alivio.
     Se subió el cuello de piel, hacía frío. Una lágrima pareció congelarse al pretender salir. Esa vida de dos que habían construido de a ratitos empezaba un final sin posibilidad de reparación. Pensó en su nieto. Sonrió.

Silvia Alicia Balbuena
Rosario - Argentina


-->

martes, 26 de noviembre de 2019

La danza de las partículas


 Miguel Ruiz

Uruguay

 

Cuando me avisó, no estaba muy seguro de que regresar fuera lo correcto. Viajar iba mucho más allá de recorrer kilómetros; implicaba remover el polvo y saludar a los muertos. El tío me fue a esperar a la estación. Tantos años sin saber de él y le toca darme la noticia… El testamento especificaba que la casa y algunos objetos personales de mamá quedaban a mi nombre.
¡Oh! La mesa del abuelo… ¡Dejaron hasta el mantel puesto! ¡Ah!, acá está la marca que hice con el destornillador. ¡No era tan grande como la acusación! Grande fue el dolor, después de todo era la mesa en la que él comió de niño. ¡Cuánto polvo acumulado! No quiero alborotar más partículas de las que moví. En aquellos días las veía danzar en los “caminos de sol” que entraban por la ventana. Mamá se emocionaba con el brillo en mis ojos…
“Polvo eres y en polvo te convertirás.” ¡Dios los tenga en Su Gloria!
Es extraño como, después de tanto tiempo de haber abandonado los hábitos, aún conservo los impulsos intactos. Como decía el padre Mario: “una vez que has permitido entrar a Nuestro Señor en tu corazón, ya no sale de allí”.
La primera vez que comulgamos, luego de la misa, me invitó a una clase particular. Me dijo que veía en mí la devoción pura al Señor, y que él me iba a preparar para amarlo en cuerpo y alma. Dijo que como Dios era inmaterial, residía en nuestros corazones, entonces era necesario un ritual sagrado de comunión para hacerlo carne. Lo había aprendido de su maestro, el padre Caristo —viejo misionero peruano— que, a su vez, lo había aprendido de manos de un alto cardenal, en el mismísimo Vaticano.
Lo religioso siempre estuvo presente en casa: las bendiciones antes de comer, el beso al pie de la Virgen que dominaba el comedor, el Padre Nuestro a la hora de dormir, los domingos temprano a misa… Fue el párroco Benítez quien recomendó el colegio para que asistiera, y en especial al padre Mario para que me consagrara. Algo vio —esas fueron sus palabras— en mí que lo inspiró. Nunca entendí bien qué fue todo eso. Siempre los adultos decían que era especial, que tenía una luz particular.
Alternaba las actividades curriculares con las clases privadas del padre Mario: horas de charla que culminaban con “La Asunción” del espíritu de Cristo en nosotros. Decía que para las hermanas era más sencillo, ellas sabían amar de una manera más natural, para nosotros era necesario ese sacramento. Desarrollé un amor profundo por el padre Mario y expresé de maravilla mi amor por Nuestro Señor.
En polvo nos convertiremos, decían todos. En polvo se convirtieron, y no estuve allí para ninguno de ellos. “Los caminos del Señor son misteriosos”.
            ¿Cómo podía saber lo que haría mi padre? ¿Qué demonio se le metió en el corazón para cometer un acto tan espantoso? Debe ser porque no le enseñaron “La Asunción”. Tal vez por eso el demonio pudo con él. Era un hombre tosco y rudimentario. Lo más parecido a algo sagrado que tenía era su gusto por “la sangre de Cristo”. De todas maneras, respetaba mucho el credo de mamá, y seguía —aunque fingido— el rito católico. Siempre cuidó de nosotros…
Enterarme mientras estaba en misión fue horrible. Oímos en las noticias el nombre de la víctima y enseguida dijeron que el autor del crimen se disparó en la sien, frente al altar, y pronunciaron su nombre. Mis compañeros me miraron estupefactos. Aún no comprendo qué ocurrió. ¿Celos, tal vez? El padre Mario era todo eso que mi padre no pudo ser.
Luego de la tragedia, mi madre no pronunció palabra, nunca más. Quería decirle que no fue su culpa, que ella no era responsable de los actos de papá. Ya no podía oírme. Estaba catatónica, eso dijo el doctor. Y yo estaba lejos cuando pasó, acompañando en su fe a otras familias mientras mi carne sangraba…
Hoy vuelvo al hogar natal. Estas paredes cobijaron los mejores años. Mi partida al colegio cambió todo. Mi entrega a la fe, a la obra del Señor… A veces me pregunto si no hubiera… Junto mis manos y rezo, esperando el consuelo que sé que no vendrá, y en el silencio omnipresente, espero el sentimiento que me indique que todo estará bien. Sólo tengo vacío. Mi madre ha muerto, de pulmonía, en un psiquiátrico, sola, en silencio, muda. El cuerpo murió hace una semana, su alma se fue con mi padre, guiada por la locura, por un “arrebato” mucho más visceral.
El tío Ernesto debe estar esperándome en el auto. Le dije que quería entrar solo. Fue una tontería de mi parte. Los recuerdos me atropellaron como una avalancha. Aún no reviso las pertenencias de mamá. Me pregunto qué será lo tan importante que dejó para mí.
Lo que me dio el tío fue una caja de madera. Tenía un trabajo de ebanistería magistral, de los que se dejaron de hacer cuando la carpintería de papá cerró. Lo primero que vi al abrirla, fue una carta con mi nombre. Ernesto fue a la cocina a preparar café, alegando que iba a respetar mi tiempo para revisar el contenido. La letra de mamá era inconfundible y su caligrafía una belleza. Las primeras líneas decían:
“Querido hijo, si estás leyendo esta carta es porque estoy muerta. No podía pronunciar palabra. Este es el motivo de mi silencio. Viviré con el remordimiento hasta que me consuma. Quiero llevarme este secreto a la tumba, ya que no tengo la fuerza para decirlo mientras me miras con tus inocentes y enormes ojos. Quiero llevarme el recuerdo de aquella mirada que contemplaba la danza de las partículas de polvo en los rayos de sol. Ese va a ser siempre el momento más hermoso que atesoro de ti, amado hijo.
Me siento obligada a contarte lo que motivó a tu padre a ir a la iglesia aquel trágico día.
Tadeo, el que fue monaguillo mientras estudiabas en el colegio, le contó a tu padre el contenido de “La Asunción” que practicabas. Eso fue lo que lo enloqueció… Salió con el arma en la mano, en busca del padre Mario.”

miércoles, 20 de noviembre de 2019

El niño llora


Jorge Marquez 

Argentina



El llanto del niño hizo que dejara de escribir. Salí del departamento y golpeé la puerta lindante tratando de llamar la atención de esos padres despreocupados. Quizás el tiempo de espera no fue el suficiente, pero no estaba para perderlo. Me agaché a espiar por la ranura de la cerradura. El chillido del crío era insoportable, no era normal, era un llanto de dolor, de miedo, de mucho sufrimiento. Lo único que podía ver desde mi posición era un vetusto sillón de cuerina gris, y el vértice de una mesa de living. El rápido pasar de una mujer me hizo retirar de la puerta, comencé a sentir mis latidos en la garganta, cálmate Jorge, me dije. Se encendió el televisor a máximo volumen, la cabeza empezó a palpitarme. El llanto del niño, el televisor… Alguien gritaba en el interior. Volví a golpear la puerta y me cargué sobre el timbre. Pensé que con eso llamaría su atención, pero me equivoqué. Volví a mi posición y vi pasar a una mujer flaca, con pelo corto desgreñado, con una musculosa colorinche y unos pantalones desflecados en las rodillas. No era mi vecina, de eso estaba muy seguro. Mientras caminaba exhalaba una nube de humo gris. La vi volver mientras gritaba algo que no comprendí, se notaba que le gritaba a alguien, quizás al niño, pero no lograba ver más allá de mi diminuta pantalla. Nuevamente me sorprendió su aparición, esta vez con el crío sujeto con una mano y cabeza abajo. ¡Lo vas a matar!, le grité. Pero mi grito se perdió entre el ruido interior. Vi soltarlo, rebotar sobre el sillón y quedar al borde, a punto de caerse. ¡No! La mujer apareció al instante, en su mano derecha portaba una plancha, gesticulaba con ella mientras se la acercaba a la cara y gritaba obscenidades. El niño no dejaba de llorar, sus manitos y piernitas temblaban con cada llanto, estaba totalmente desnudo y su piel daba cuenta del frío que tenía. Agarré el móvil y marqué el número de emergencias. El policía que me atendió no comprendió mi apuro, quería saber cosas sin sentido. ¡Vengan rápido, lo va a matar!, atiné a decirle ni bien me atendió. ¿Su nombre?, mi nombre no importa lo que importa es que vengan lo antes posible, esta loca va a matar al crío. Señor sin su nombre no puedo realizar ninguna acción, le vuelvo a repetir, ¿puede darme su nombre? Jorge, Jorge Walsh ese es mi nombre, vivo en Arenales 3609, tercer piso departamento A. ¡La plancha!, vengan por favor, esa mujer lo va a matar. ¿Cómo? ¿Qué? ¿No sabe dónde queda? Que pongan el GPS, ¡por Dios!, a cuadra y media del Alto Palermo. Corté y seguí golpeando la puerta con las dos manos. Ya no veía al crío, solo el sillón y los gritos rebotaban en mis oídos. La mujer pateaba algo bajo la mesita. Llegó la policía. Me retiraron de un empujón, caí del otro lado del pasillo. El sonido de la televisión y los gritos de la mujer seguían en mi cabeza, la policía me hablaba y no entendía lo que me decían, solo una cosa llamó mi atención. ¡Elniñonollora, elniñonollora, e-l-n-i-ñ-o-n-o-ll-o-r-a…! Como si fuera en cámara lenta vi romper la puerta, los vi entrar en torbellino, tiraron a la mujer al piso, la esposaron. Ahora podía ver toda la escena, el niño bajo la mesa, y la plancha tirada de costado a su lado. Oí la voz atronadora de unos de los policías decir: oficial, el niño llora…
Jorge Márquez
Junio 2019
-->

jueves, 7 de noviembre de 2019

El Espejo


Clide Gremiger

Argentina


Sentada frente a mí en la sala de espera de la ginecóloga, así la vi. Ella me sonrió y al comienzo supuse que era por pura amabilidad, hasta que relacioné esa sonrisa con el pasado y se me dibujó Nora en el recuerdo. Resultaba difícil reconocer a la sensual Nora en una cara con más colores que adorno de carnaval y una cabeza con hilachas de tinte zanahoria. En su boca, pintada y repintada con dedicación, asomaban, con cada sonrisa, unos incisivos de diferente coloración. "Tiene que cambiar de dentista", fue lo que pensé, en el mismo momento que percibí la agitación en su barriga de pelota desinflada.
La voz de la ginecóloga sonó con un "Vilchez" y Nora se levantó, respondiendo al llamado, no sin antes lanzarme con voz casi jocosa: estás re vieja y achacada pero te reconocí de inmediato. Me dio gusto verte. 

Si desea leer otros cuentos de esta autora puede visitar la página

-www.clidegremiger.com

martes, 29 de octubre de 2019

Oquedad



Gil Sánchez

Mexico

Mientras el dolor de mis pies atormenta los pasos, grita la mente pensamientos vacíos sin pedírselos, como mierda que arroja el ventilador. Sigo mi camino sin dirección, y ante el sol que agobia al vagabundo, dialogo con el cielo cabizbajo para que envíe dulces en mi destino, pero me recomienda más kilómetros de castigo. Así, sin más, el viento empuja con fuerza a seguir y sigo en espera de un sentimiento bello. Pero, no debo quejarme, el amor ha sido bueno durante este tiempo. ¿Por qué tanta queja?, será que la mente está enferma y escupe todo lo malo, mi interior dice sigue, la lluvia que se avecina limpiará el veneno del alma y bendecirá al hombre solitario.

martes, 24 de septiembre de 2019

El regalo de la Tia Arsenia


Deanna Albano

Caracas, Venezuela


Arsenia pasó toda la mañana cosiendo una camisa de fino hilo  y luego bordó  un monograma. Sus blancas y pequeñas manos se movían con gracia sobre la tela. Planchó la camisa parsimoniosamente. Todo lo hizo con la calma y la seguridad de los veinte años de experiencia de esa labor, desde que, casi adolescente tuvo que dejar los estudios, para atender a su madre.  Por su buen gusto y la calidad de su trabajo, una clientela selecta solicitaba sus servicios con provechosas ganancias. Sus gastos frugales le permitían ahorrar y su libreta bancaria crecía sostenidamente. Si bien tenía dos hermanos y una hermana, todos casados y con hijos, sobre ella recayó la responsabilidad del cuidado de la madre.

Sus pequeños ojos pardos se detuvieron en la foto de la pared. En ella  una jovencita muy linda, de tez blanca, cuerpo torneado, nariz griega, labios carnosos le recordaba su juventud. Con los años su largo pelo rizado adquirió un tono gris. Su cuerpo se mantenía esbelto, sin embargo el eterno vestido floreado cubría sus formas.  

Arsenia colgó la camisa de un gancho y admiró su obra. Esa camisa era un regalo para Julio César. A todos los sobrinos los quería por igual, pero Julio César era el más cercano, debido a que cumplían años el mismo día. Además se parecía a ella en un aspecto: él era obsesivo por el orden y la perfección en los detalles; ordenaba sus trajes, camisas, corbatas en el  closet por color y combinación y día de uso, gavetas especiales para las medias, los zapatos  rigurosamente  dispuestos.
Al levantarse, su sobrino seguía una rutina diaria: su aseo personal, limpiar el baño, el desayuno, seleccionar lo que se va a poner, dejar el cuarto ordenado. Almorzaba religiosamente a la una. Cualquier cambio en esa práctica lo ponía nervioso y de mal humor.
Sin embargo  Julio César, abogado y con buenos ingresos, es  un excelente conversador, amante del teatro, de la vida social, y aunque no muy entendido en música, le encantaba ir a conciertos y podía remedar a un pianista de una manera jocosa que entretenía a los oyentes. Sus imitaciones eran divertidas. Sin embargo,  el vivir de una manera muy por encima de lo que le permitían sus entradas, las deudas, iban saliendo a la luz. En esos momentos se encontraba en la necesidad  de tener que acudir a su tía, para pedirle un préstamo para solventar sus obligaciones. Ella, en algunos momentos, le había dado a entender que el dinero que ella ahorraba sería para él, ya que no había tenido hijos.

  Arsenia, cuando no estaba cosiendo, estaba limpiando, cuidando sus matas, y detestaba que las palomas se asomaran a su balcón. Consideraba que eran sucias y dejaban sus excrementos en todas partes. Además la vecina del piso superior les tiraba migas de pan y algunas caían) sobre sus matas. Cada vez que una paloma se asomaba a su balcón ella la espantaba.

Algo después de las cinco de la tarde de un día de junio, Arsenia esperaba a su sobrino para tomar el té, en el balcón, sumida en profunda reflexión sobre su porvenir. Había pasado casi un año de la muerte de su madre, después de una penosa enfermedad que la mantuvo en cama largos años. 
Esa tarde no podía concentrar su pensamiento, sacudía la cabeza de un lado a otro, evocando su vida transcurrida, que de repente le pareció lejana e insustancial. No podía recordar un paseo, una fiesta, una ida al teatro. Solo acudían a su mente los recuerdos:
 —Arsenia, ¿Puedes plancharme esta camisa?
—Tía, ¿Me arreglarás este vestido?’
 —Hermanita, tengo una fiesta el sábado ¿Me  coserás el ruedo de este vestido? 
—Cuñadita, ¿Me harás una camisa?
—Vecina  ¿Podrías hacerme el favor de regar mis matas? Nos vamos una semana a la playa. —  Ella siempre disponible y servicial.
Cuando tocaron el timbre la mujer se sobresaltó; era Julio César. Después de los saludos de rigor, y mientras Julio Cesar  buscaba el momento propicio para pedir a la tía la gruesa suma de dinero, degustaba unas ricas galletas y un té negro.
 Arsenia le dijo:
—Julio Cesar, mañana para mi cumpleaños quisiera tener un momento diferente. ¿Me podrás llevar al teatro y a cenar en uno de esos lujosos restaurantes a los que tú vas?
Él muy contento y pensando en la gran oportunidad que tendría, le contestó rápidamente:
—Claro tía, mañana te vengo a buscar, ponte bien bonita.
Durante todo el día Arsenia estuvo revisando el closet, probándose vestidos, faldas,  blusas, arreglándose el pelo de diferentes formas.
 A la hora convenida estaba elegantemente vestida con una holgada blusa negra de ligera seda con cuello de raso y llanas charreteras de encaje. Una falda beige debajo de la rodilla, asomaban unas piernas bien torneadas y unos primorosos zapatos de medio tacón, completaban el atuendo. Su pelo reunido en la nuca, por una peineta de concha de carey le daba un toque de distinción.

Cuando franqueó la puerta, Julio César abrió desmesuradamente los ojos lanzando un silbido.
 Fueron al  teatro y luego a cenar, el sobrino la estuvo entreteniendo con sus cuentos e imitaciones, mientras pensaba en qué momento le pediría el dinero a la tía. Esta vez era una suma considerable, pero él conocía de la libreta de ahorro que una vez la tía había dejado olvidada en una mesa. Sin embargo consideró  que ése no era el momento y decidió   esperar  una semana para hacer la petición.
Al despedirse Arsenia, seria, pensativa y taciturna,  le dio un muy cariñoso beso en la mejilla.
Al tercer día el joven  recibió una carta:
Querido Julio César,
  Agradezco muchísimo el regalo que me hiciste.  Me enseñaste que hay otro mundo. Me fui en un crucero y estaré lejos tres o cuatro meses. Cuando vuelva me iré a otro crucero por un año, de vuelta al mundo. 
Te quiero mucho.
Tía Arsenia


domingo, 18 de agosto de 2019

Diez


Paul Morillo

Louisville. NC. USA

 

Hablas raro, me dijo.  Ahora que lo recuerdo no abrió los labios para decirlo. Estás al límite de tus palabras, acotó. Todo lo dices resumido. ¿Estás en ahorro literario? Preguntó. Rió. Mostró sus dientes grandes, perlas pulidas.
Siempre te estaré esperando, susurró. Ella siempre decía la verdad. Su mano era llenita y tibia al tacto. Se estiró y tomó la mía.
Como no he de hablar raro si estoy nervioso. La siento tan pegada a mí.
No sé porqué me temen. Yo soy la puerta al paraíso. Me dijo.
Ví su velo corroído por el tiempo. Hermosa túnica, casi topaba el piso. Olía a pesares viejos y esperanza. Una mezcla de azares de naranja con lavanda.
Alcancé a preguntar sobre las almas. ¿Que edad tienen? ¿Conservan la edad de cuando el cuerpo muere? ¿O es un promedio de años felices sobre años vividos? Un simple promedio matemático. ¿Es esa la edad de la eternidad?
Me miró sin medir nuestra distancia. El amor mira de frente, directo a los ojos. La muerte es futuro, acotó. El amor es presente, asintió. Le creí. Pero la idea de las almas quedó en mí. Ella lo sabía. No te preocupes de la muerte, dijo. Igual lo sabrás algún día. Pero si no amas ahora, nunca conocerás el amor. Entonces me explicó lo de las almas. Lo hizo rápido. Tenía que irse a remendar un tonto amor.
Los dos estaban turulatos. Su sueño se cumplió. Se amaban para toda la eternidad. La casa de mi padre tiene muchas moradas, aseguraban. Despertaron en una de ellas. Esto de ser seres luminosos era de locos. Habría que ajustarse pronto, también a la carencia de sexualidad. O sea, ni hombre ni mujer, ni todo lo contrario. Pero de algún modo se reconocían. Esto no era de ahora. Estaban juntos desde los inicios de los tiempos. Eran luz. Después de viajar por múltiples mundos al fin descansan. Si los resplandores poseen edad, ellos tenían todos los años. No tenía sentido de cómputo alguno. Así que mejor guarde la calculadora. No tenía razón de obtener el promedio. Lo que sí cabía era entender el diez. Ese número que añade al amor. Resta el egoísmo. La unión suprema de la unidad con el círculo del infinito. En fín, el amor mismo. Amor que no necesita de cuentas ni de cálculos. El diez de la brevedad de la palabra. El de las oraciones rápidas. El uno era él, el cero era ella. O al revés. Poco importaba.
 Lo entendí ahí mismo.Yo tenía que amar en ese mismo instante o moriría. Pasaría a ser una estadística del más allá, pero acá. Y amé.
-->

domingo, 28 de julio de 2019

Michelle va a Francia


 Doris Irizarry

Puerto Rico


       Me llamo Michelle.
       Suena bonito cuando una niña lo dice. Me gustaría llamarme así. Entonces me vería de otra manera. Enroscaría mis mechones en la punta de los dedos mientras recorriera con mirada extraña la ropa que llevo puesta. Es decir, la que llevo puesta yo, queriendo ser ella, con su falda de tachones y el lacito negro en la blusa. Michelle, con dos eles, porque es un nombre francés, me dijo un día sin que yo le preguntara. Entonces me puse a imaginar lo hermosa que sería su vida, tener una madre francesa, y seguramente un padre y un hermano francés. Vivir, dormir y desayunar como lo hacen los franceses y verse tan bonita como ella. Total, que su nombre sea Michelle, no quiere decir que sea francesa. Cuando mami me recogió en la escuela empecé con mis preguntas sobre Francia. Qué voy a saber yo, me dijo, con lo ocupada que estoy, me basta y me sobra con lo que me toca en esta Isla. Y rápido empezó a recordarme la lista de cosas que teníamos que hacer tan pronto llegáramos a casa. Me distraje bastante del tema de Michelle esa tarde. Bueno, todas las tardes. Pues cada vez que mami me recoge y subo al carro es como salir de un mundo ajeno para regresar al mío, que también me parece ajeno. La verdad, me distraigo mirando a través de la ventanilla. Mis ojos se quedan quietos en un punto, es como si avanzara hacia ningún lado, como si lo único que se moviera estuviera afuera. Y pienso en la lista, que es bastante larga. Pero, una vez llegamos, tengo un respiro cuando me baño. Me tardo bajo la ducha. Me enjabono muchas veces para que la espuma forme una pasta cremosa y perfumada sobre mis brazos. Y empiezo a cantar. Hasta que la escucho decir varias veces, sal de ahí ya. Entonces ella empieza a contar; y más o menos sé cuánto tiempo me queda. A la cuenta de uno, meto de cabeza bajo el chorro. Con el dos, el cual pronuncia con calmada desesperación, me da tiempo para quitarme el jabón. A veces descubro que se me queda un poco detrás de las orejas. Pero ella no lo nota. Nadie lo nota. Si me viera. Pongo una mano sobre la llave y cuento los segundos de memoria, con los ojos cerrados, muevo las caderas, doy pasos de baile, hasta que ella dice: tres. Lo dice con ímpetu, con fuerza, como dice ella que uno debe hablar. Entonces, giro la llave rapidito, cierro la pluma y levanto mis brazos con las palmas bien abiertas como si terminara un gran espectáculo artístico. Las gotas salen disparadas como confeti. Es como un juego. Ya cuando salgo del baño regreso a la lista y voy tachando en mi mente. Me siento en la cama y hago la tarea. La termino y mami me sirve la cena. No veo la tele. Dice mami que ya no hay programas buenos para niños. Busco el I pad y me entretengo con un juego que ella me bajó y espero a que me diga; ya, hora de dormir. Entonces entra al cuarto, saca la camisa y el pantalón del próximo día y lo cuelga del mango de la puerta de clóset. El clóset queda justo frente a mi cama. Pone las medias enrolladas dentro de los zapatos y los acomoda debajo. Me quedo mirándolo. El uniforme colgado justo sobre los zapatos parece un niño fantasma. Trato de verme dentro de él. Siento algo parecido al miedo. Luego ella se voltea y me mira muy quieta, como si quisiera preguntarme algo que nunca pregunta. Su mirada tiene un brillo casi como de susto. Cierra los ojos, me abraza como si no me quisiera soltar, me da un beso y reza conmigo la oración que me ensenó. Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, hazme un niño bueno, toditos los días. Yo vuelvo a acordarme de Michelle. No sé por qué siento un poco de coraje. Tardo en dormirme. Algún día iré a Francia.


 Este cuento ganó el segundo premio en la categoría de cuento del XXIV Certamen Literario de la Universidad Politécnica de Puerto Rico.
En ese Certamen,  Doris Irizarry también ganó el primer premio en poesía!!!
-->

viernes, 5 de julio de 2019

Perra Vida


 Paul Morillo

Lewisville, NC. USA



 Spanky John Walter Smith III creía saber por qué él tenía nombre de perro, pero necesitaba que alguien lo confirmase. Se miró al espejo. El reflejo mostró las orejas y los dientes caninos empotrados en su cara, al parecer al apuro,  estos no eran de un ser humano. Incluso Spanky orinaba apoyado en una pierna más que en la otra sin llegar alzarla, todavía. En esas se hallaba cuando su instinto se despertó, oyó un ruido indefinido en el patio que daba por la pileta con pescados colorados y amarillos. Guiado por el bullicio salió en busca de su destino y  del origen de ese ruido.
A medida que avanzaba por el patio, oyó otro agudo ruido de hojas secas crujiendo, los pescados colorados se arengaban y parecían que danzaban, entonces lo pudo oír en toda su fuerza y belleza. El ruido casi sordo para el oído normal venía de la parte cubierta por varias plantas, justo en donde comienza una suerte de bosquecillo.
Del fondo de los entumecidos matorrales por el aire de Mayo, se materializó un ser de luz azul. El aire aguantado por una llovizna  imperceptible amplificaba el sonido de conchas de mar, pronunciando un nombre que en ese momento Spanky no reconocía, y ahora vagamente lo recuerda,  lo cual lamenta a diario. Spanky se presentó ante el hombre, estaba asustado pero alerta, no dejaba de menear la cadera de la pura felicidad. Se acercó con la cabeza baja dejando ver su humilde postura, los hombros caídos en sumisión total. 
En aquel momento el hombre azul  le reveló que en su vida anterior, su existencia fue cortada de manera brutal por atropellamiento mientras él corría detrás de un auto dando de alaridos. Le pedí que aclarara la historia aquella del ser de luz y de una vida pasada. Sonrió sacando la lengua. Si tan solo fuésemos seres con corazones de niño veríamos todo tan claro, me dijo, y sus orejas paradas tomaron una siesta.
Insistí sobre lo que él oyó o bien lo que conversó con el ser azul, me interesaba sobretodo lo que él, Spanky, como ser terrenal le dijo a ese ser. Estaba yo fascinado  por  el acento que tenía en su hablar, no el Ser de Luz, ya que entiendo que hablan todos los idiomas, más bien tenía curiosidad por el tropiezo y alargamiento de ciertas palabras de Spanky, en especial de las elles, las ches, las ies, las i griegas, ciertas palabras como “calle” que Spanky John Walter Smith III pronunciaba como “cashe”, pollo dicho “poyo” y así por el estilo. Me explicó que todo era causa de la fricativa postalveolar pero yo argumenté que no sabía que el ladrido de los perros tengan esa condición a menos que el caco sea chileno o argentino y reímos a gusto.