miércoles, 17 de febrero de 2021

De más a solo dos

Gil Sanchez México Me desperté con una ligera opresión en mi pecho, tragaba saliva para bajar un nudo en mi garganta, y mis párpados amanecían húmedos. Me senté al borde de mi cama, e intenté borrar la imagen en mi mente al mirar el jardín. Pero mi ventana opacaba la visión al exterior al reflejar su humedad fría. La mente me transportó al ayer donde buscaba a personas queridas que partieron a una fiesta hasta las alturas muy suya. Sin embargo, surgieron después gratas imágenes del pasado. Así regresé otra vez a la misma sensación que sentí al despertar. Era la etapa de niño cuando en un día veinticinco de diciembre me dijo mi padre, ya tienes once años, ya estas grande y vas a cumplir doce en enero, por eso no alcanzaste regalo. Ese día rompieron la ilusión de un niño y lloré en el patio de la casa hasta que se detuvieron las lágrimas. Luego, esas que duelen volvieron aparecer en el funeral de mi padre. Directo me levanté a preparar mi café, mientras, observé el calendario colgado a un lado del refrigerador. Desprendí la hoja, aparecía en viernes 23 de diciembre. Incrédulo por la rapidez del tiempo, no me había percatado de fecha tan importante. Me senté en mi viejo sillón que suavemente me acunó. Recargué mi cabeza todavía somnoliento, a esperar el proceso de preparación de mí café y de inmediato me transporté a través del tiempo viejo. La nostalgia en desarraigo, pidió permiso para entrar. No sé por qué, en esta temporada se instala como dictador y evoca glorias pasadas sin importar si son buenas o malas. Estas acamparon y empezaron a sumar de nuestras infancias un gran listado: de tierra añeja, amigos olvidados, calles recorridas, cocinas repletas, canciones anuales, mi familia abrazándose, imágenes que nos arraigan a costumbres, hábitos, odios, gestos cómicos, tradiciones y resentimientos. Seguía atado a esa ensoñación que enraíza en diciembre la nostalgia. Los maravillosos 24 de diciembre cargados de júbilo, risas y gritos una vez al año. También, rememoraba risas que se fueron y vacíos cada vez más grandes, así como abrazos añorados que partieron de prisa, esos aromas atávicos de la cocina de mi madre, juegos, piñatas, junto con la bendita infancia que dejamos salir, aun de viejos. Recordé las palabras de mi abuela materna, al bendecirnos antes de la cena de Nochebuena. Nos decía: “La finalidad es fomentar la unión familiar, mientras ésta sea sólida, todo resistirá. El amor al prójimo, se instale como enfermedad, se difunda y convierta en paz sobre la tierra que pisemos, por último; que nuestros deseos enfrenten a los vientos nuevos que avecinan, con la solidez de nuestra fe, siempre tengamos una sonrisa que ofrecer, para bien o sea lo que Dios quiera”. A continuación, su bendición y los abrazos entre todos. A los pequeños nos sentaban en una esquina y nos servían un atole de masa y dos lonches de ensalada de pollo y un pórtense bien. Ya con una edad de veinticuatro años, mis recuerdos asisten a las reuniones grandes con mi abuela paterna. Citaba a sus hijos el día de su cumpleaños un 19 de diciembre para que no tuvieran pretextos para no ir; con todos los primos hermanos y sus familias, para conocernos. La primada revuelta con cabelleras largas y sobrinos que estorbaban nuestros pasos. Nos sentíamos ya grandes con el derecho a piratear una tina llena de cervezas. Rebasamos en aquella ocasión más de cien personas. Hubo cabritos a la leña, carne asada, tamales y los incomparables frijoles a la charra. Con el tiempo, la gran familia se fue reduciendo, por los fallecimientos de los cabezas grandes, o se apartaron por rencores, problemas, y la confabulación de las nueras o yernos que, jalaron a sus parejas para sus familias. La modernidad también cobró sus bajas. Las reuniones quedaron a nivel de cada familia nuclear, por la reducción paulatina a través de los años Hace dos años, mi esposa y yo, nos acostamos temprano pues nuestros tres hijos sin incomodarse partieron sin avisar hacia la familia de sus esposas. A pesar de seguir informando la tradición y su significado; para ellos, eran palabras anticuadas que no existían en sus costumbres modernas. Eran fechas de reventón con música y licor. Hoy 23 de diciembre sentado en mi sillón mi mente divaga en: ¿Qué cenar y qué hacer en Nochebuena? De pronto, un grito desde la cocina me despertó: –– ¿Mañana qué hacemos de cenar papito? ––atenta como siempre, mi esposa me llevó mi taza de café. ––Yo no quiero una cena grande, me conformo con una avena calientita y unos pedazos de pollo frito con poco puré ¿Y tú, mi rémora? ––Yo también. Pero, qué te parece si… ¿nos “aventamos” unos traguitos de tequila reposado con sangría y limón? ––Estaría muy bien, y… ¿Si se me alborota la hormona? ––Pues la capturo en foto, para tenerla de recuerdo, así cada año, sigo emocionada––la carcajada apareció para asustar a la nostalgia. ––Para la fiesta y el baile sólo se necesitan dos mi cielito ––le contesté, simulando estar alborotado y reímos como idiotas. Al levantarme para ir al baño a las cinco de la mañana. Ya en 25 de diciembre. Me peleé temprano con la próstata que, ingurgitada por algunos buches de tequila, protestaba mi micción. Frente a mi cama, admiré antes de volverme a acostar, a mi bella bailadora que, en paz abrazaba con ternura a su almohada, dispuesta a descansar. Me había contado sus hazañas de juventud como patinadora y algunas anécdotas chuscas. Y yo, orgulloso al declamarle mis poesías escolares y mostrarle mis movimientos de baile. Alegres por los vampiritos nuestras ganas les ganaban a los pasos, y así, bailamos al compás de la música: Dance, cumbia, rock and roll, danzón y un repertorio selecto de románticas. Toda la pista ubicada en la sala, era iluminada por la tenue luz de un pequeño foco de mi estéreo ochentero y las luces del pinito de navidad. Mi esposa me pregunto: ––¡Extrañaste a tus hijos! ––Sí, como tú, pero ¡Ah! Qué maravillosa e incomparable navidad–– me dispuse a cobijarla, me recosté a su lado, la abracé suavemente y me dije. “Solamente necesito tu calorcito y esa maravillosa risa para existir”. ¡Feliz navidad!