viernes, 26 de agosto de 2016

Dormir profundo



Maritza Sevilla

Valencia, Venezuela

En la mañana, mientras picaba una zanahoria, me corté un dedo con el cuchillo de filo aserrado que me gustaba tanto, ¿sería un aviso o el efecto de los antihistamínicos? Es un cuchillo pequeño, cómodo. Lo que siempre me produjo un poco de zozobra es que su hoja era delgada y terminaba en una punta afiladísima. Con él podíamos picar de todo y el filo no se amellaba nunca. Por eso, mi esposo lo prefería cuando perforaba el pernil, al rellenarlo para la cena de Navidad.
Aunque Enrique llegaba tarde del trabajo todas las noches, yo solo podía dormirme profundo cuando le sentía entrar por la puerta de la habitación. Me preocupaba que trabajara tanto y durmiera tan poco. Llegaba tan cansado que roncaba toda la noche. Y, a veces, también tenía episodios de sonambulismo.
Yo me despertaba al sentir que se levantaba de la cama. Podía hablarle y él me respondía con coherencia; pero me daba cuenta que estaba sonámbulo porque le escuchaba roncar, mientras caminaba.  Entonces me le iba detrás para ver qué hacía y evitar que se hiciera daño.
A veces llegaba hasta la nevera, se servía agua, regresaba al cuarto y se acostaba, de lo más natural. A mí me causaba gracia que él no notara que yo lo estuviera siguiendo, y también me acostaba dispuesta a seguir durmiendo.
Otras veces él tomaba ese cuchillo, el de la punta afilada, y lo empuñaba como cuando perforaba el pernil. Yo lo veía, desde la puerta de la cocina, hacer los mismos movimientos contra una pernera invisible. Me acercaba en silencio, le tomaba la mano y se lo quitaba, con suavidad. Entonces él se daba la vuelta, abría la puerta del horno,  la cerraba y volvía a la cama. Siempre me aseguró que, al despertar, no recordaba nada.
Por temor a que intentara encender el horno, yo tenía la precaución de cerrar la llave del gas cada noche. Este ritual se repetía, por lo menos, tres veces durante la semana y era tema de conversación en el desayuno. Eso y lo lenta que iba la construcción de la cancha deportiva, en el terreno de enfrente. Se nos metía tanto polvo para la casa, que me tenía con rinitis todo el día.
Así que me tomé un antihistamínico que me trajo mi vecina. Su sobrino, el médico, se lo recomendó para aliviar la alergia que tenía alborotada. "Una en la mañana y otra en la noche", me dijo, "y con precaución porque causa mucho sueño". La pastilla me hizo sentir mejor y también me provocó muchas ganas de dormir; por eso decidí esperar a que llegara  Enrique, antes de tomar la dosis de la noche.
En la noche sentí cuando Enrique se levantó, sonámbulo, pero yo tenía tanto sueño que volví a quedarme dormida.
Y ahora, ¡no comprendo nada! Veo mi cuerpo, ¡allí sobre la cama!, ensangrentado, con pequeñas heridas en el cuello y la espalda.  Salgo detrás de Enrique, que regresa a la cocina con el pequeño cuchillo en la mano. Trato de alcanzarlo y lo logro, cuando le veo abrir la puerta del horno.

viernes, 19 de agosto de 2016

Sopas de Setas

Belisario Oliva Sosa

 

Perú


                                 SOPA DE SETAS

Morgana, una guapa inglesa parada frente a la puerta principal del castillo del duque de Windsor, golpea por quinta vez el portón de madera. Su rubia cabellera ondea con la cálida brisa que envuelve al castillo. No viste como una pueblerina, sino más bien como una joven de buena posición económica; aparenta tener unos 25 años.
Finalmente, el jefe de guardia decide atender a Morgana.
––He venido por invitación de don Charles, el chef del palacio, para trabajar en la cocina.
El jefe de guardia contrariado por la respuesta de la joven, ingresa al palacio en busca de don Charles. Le llama la atención el rostro de felicidad de éste al enterarse de la llegada a palacio de Morgana y que le ruege que de inmediato la haga pasar y la guíe hasta la cocina.
Morgana es recibida con un abrazo por don Charles, quien no disimula su alegría de tenerla en palacio. Luego de presentarla a los demás miembros de la cocina le dice:
––Dame unos minutos para preparar tu dormitorio, como te lo mereces. Después de tan largo viaje debes estar agotada y necesitas descansar. Al mismo tiempo pongo en conocimiento del duque tu llegada. No creo que haga ningún reparo para tu contratación como cocinera de palacio, más aun, con las grandes cartas de recomendación que estas presentando, y especialmente las de tu labor en la corte real francesa.
Y así sucedió, le dieron el visto bueno para que Morgana laborase en la cocina, y el duque anunció a su chef que uno de estos días pasaría por la cocina para conocerla y saludarla. Deferencia que no acostumbra tener, pero dado las excelentes cartas de recomendación presentadas, haría una excepción. Pasados tres días él decide conocer a su nueva cocinera. Queda muy impresionado de su hermosura y a la vez intrigado porque una chica de finos modales y buen vestir prefiera trabajar en la cocina.
Morgana no tarda mucho en granjearse el aprecio y simpatía de no solo los miembros de la cocina, sino también de algunos integrantes de la corte que la conocen por su buen trato y belleza angelical. Abundan los términos elogiosos de los miembros del palacio. Desde la llegada de Morgana la variedad de la comida ha mejorado considerablemente. Se combinan platos de la escuela francesa e italiana con la china e inglesa con una exquisitez en la sazón.
En época de invierno, la sopa de setas es el plato estrella de Morgana. Ella misma escoge los hongos en los bosques, en las afueras del palacio. Nunca delega en otra persona esta tarea, pues considera muy peligroso confundirlas con las setas venenosas. Según los comentarios de los lugareños, Morgana suele conversar animadamente con un Centauro, el cuidador mágico del bosque donde recoge las setas.
El reino de Arcador, que se encuentra al noroeste de las tierras del duque de Windsor, se destaca porque su reina Ariana, de una belleza sin par, ha llegado al poder usurpando el derecho de sus familiares, utilizando poderes mágicos.
El duque de Windsor, con ocasión de conmemorar el natalicio del menor de sus hijos, ofrece un banquete en su palacio y, como todos los años, la reina Ariana cuenta entre los principales invitados.
         Dentro de las instrucciones para el éxito de la reunión, al chef Charles se le requiere que el plato infaltable debe ser la ya famosa sopa de setas.
Como era una ocasión especial, Morgana decide agregar a su sopa rodajas de carne de cerdo ahumado, carne de res y de gallina, verdura china, fideos rellenos, huevos de codorniz, pimienta, jengibre y algunas especias francesas secretas.
La invitada principal queda tan complacida con la sopa que pide repetir el plato, a la par que solicita al duque que ordene la presencia de la autora de tan delicioso potaje para felicitarla.
Inmensa es la sorpresa de la reina Ariana cuando tiene frente a frente a Morgana, su sobrina y legitima heredera al trono de Arcador.
––No es posible que estéis viva. Mis propios soldados vieron cómo te ahogabas cuando fuisteis arrojada al río —expresa indignada la reina Ariana.
––El dije mágico, que llevo atado al cuello y que me lo obsequió el Centauro, me salvó la vida al mantenerme a flote sobre las aguas —responde Morgana con gravedad—. Ahora te quedan pocos segundos de vida, la sopa de setas para ti  tenía una pócima secreta. Te convertirás en una estatua de sal para toda la vida. Así pagarás todas las maldades e injusticias que has cometido con mi familia.
Morgana de inmediato parte al reino de Arcador, donde reina con tino y justicia y cuenta con el respaldo de sus súbditos. En su corte se mantiene el día de la sopa de setas y ella misma sigue yendo a los bosques para recolectar los consabidos hongos. También se dice que en esos lugares conversa con un Centauro y que cuando regresa se le ve radiante y feliz. ¿Será el Centauro su amigo, novio o amante? Solo ellos lo saben.
Mientras, en el castillo de Windsor se exhibe a Ariana, convertida en una estatua de sal.






viernes, 12 de agosto de 2016

Ilusión de libertad


Clide Gremiger

Argentina


 
Mira el agua con temor. Su mamá le dijo que es el camino a la libertad. Bien no sabe qué es la libertad y en esas aguas embravecidas no ve camino, pero se lo dijo su mamá y eso es todo lo que necesita.  Tal vez madre e hijo saben que la libertad no es la que imaginan, y que el camino de agua puede conducir a la muerte, pero se aferran a la balsa de la ilusión.

lunes, 1 de agosto de 2016

El vendedor de Yuyos




 Deanna Albano

Caracas, Venezuela


Algunas veces las tragedias significan un ejemplo, un aprendizaje para otros, especialmente si le ocurren a un personaje famoso.
 ¿Pero puede ser ejemplar una tragedia, no en la cabeza de un personaje de la realeza, sino en la cabeza de un piojoso vendedor de yuyos?

Si hubiese sido una estrella de cine o algún personaje famoso, esa tragedia no hubiera pasado desapercibida, pero le pasó a él, José Soldini. Cualquier persona que se encontrara con ese indigente, de andar realengo, sucio, cabello largo, de ojos  apagados, no podría imaginar que su historia parecía  casi un cuento de hadas.

José, argentino, nacido en Mendoza, vendedor de yuyos, como le dicen en su país, llegó al puerto de la Guaira, y desde el primer momento quedó rendido ante las luces que lo sorprendieron cual pesebre en Navidad. A la mañana siguiente, al subir a la hermosa ciudad de  Caracas, descubrió que la montaña mágica, como le decían algunos a El Ávila, ofrecía numerosas posibilidades para cultivar hierbas, consideradas milagrosas para algunas enfermedades, por lo que pensó dedicarse a lo que era su pasión: el cultivo y  venta de hierbas medicinales.

El joven, emprendedor, alquiló una habitación en una residencia y pronto tuvo un puesto de venta de hierbas. Su clientela fue creciendo rápidamente.  Las chicas eran sus compradoras más usuales, que no se sabe si era por la prestancia del joven, alto y bien parecido, de bucles dorados y ojos negros, o por sus palabras fáciles y encanto personal. Siempre tenía a la mano la planta apropiada, que pudiera aliviar los males: cola de caballo,  otras y hasta la última novedad, la moringa en polvo, o en hojas secas.

José en sus días libres, los lunes y martes, exploraba la montaña. Conoció sus rutas, descubrió las pequeñas cascadas y las cuevas; no se cansaba de subir y bajar, hasta que,  con muchos sacrificios construyó,  primero una habitación y luego ladrillo a ladrillo  una casa, pequeña, con dos habitaciones, un baño, una sala y una amplia terraza. Cultivó sus propias hierbas en el terreno adyacente y descubrió nuevas recetas, que escribió minuciosamente.
En la terraza secaba las hierbas, las seleccionaba cuidadosamente, las ordenaba y además las agrupaba por aroma. La belleza y frescura de la casa del apuesto yerbatero, atrajeron muchas  visitas, especialmente de chicas. 
Un día luminoso, con el sol filtrándose por las ventanas, una voz cantarina interrumpió  su faena:
— ¡Buenos días! —  Una muchacha, alta, de rizos castaño oscuro recogidos en largas y finas  trenzas con cintas multicolores, ojos acaramelados y tez canela, sorprendió a José, quien contestó:
—Ahora son mejores, ¿Qué se le ofrece señorita?
—Me han contado que usted hace pócimas  para fortalecer el cabello y retardar la aparición de arrugas—, contestó ella frunciendo los labios carnosos, en un gracioso mohín.
—Usted no necesita eso, tiene un cutis muy bonito—, dijo con la mirada fija en las trenzas multicolores.
—¿Le gustan mis yuyos?
El levantó las cejas, arrugando la boca y ella riéndose, le repitió: —Sí, sí, mis yuyos, como le decimos aquí, —señalando sus trenzas.
—En mi país le dicen yuyos a las hierbas medicinales.
Ambos se rieron y sentados en el frente de la casa pasaron toda la tarde juntos.
Las visitas de la chica se repitieron, hasta que se enamoraron y ella se fue a vivir a esa casa que le había encantado,  desde que entró por primera vez. Ella trajo una pareja de cabras, que les proporcionaría la leche y el queso, para el desayuno. José les construyó un corral fuera de la casa y lejos de las plantas,  seguro estímulo para esos animalitos.

Vivieron días felices,  pero la muchacha insistía en pedirle la pócima milagrosa que le permitiera conservar su piel  lisa y aterciopelada.
El joven finalmente accedió a prepararla, y se la aplicó por diez días. Lo que sobró, lo guardó celosamente, porque no se podía exceder del tiempo establecido.
Sin embargo la chica, descubrió el escondrijo y siguió tomando la infusión, agregándole un poquito del polvo de moringa, sin decirle nada a su pareja. Al mirarse un día en el espejo, ella observó que se le estaba cayendo el pelo, que en su cara y su cuerpo aparecían unas manchas extrañas, que al bañarse no desaparecieron. Lanzando gritos de horror, fue al corral de las cabras, les abrió la puerta y huyó gritando por el camino.
Al regresar José de un viaje a la ciudad, se encontró con las cabras muertas  en la terraza, de sus amadas hierbas solo quedaban restos regados, y ni señales de la joven. Con el alma en los pies empezó a buscarla por toda la montaña, preguntando con ansiedad, sin respuesta alguna. Los días, los meses, los años transcurrieron  en esa búsqueda incesante. Algunas personas decían haber visto una mujer toda arrugada, en uno y otro sitio; él acudía, pero nunca más la encontró.

Los bucles de José se volvieron grises, luego blancos, ahora le llegan casi al suelo, la parte derecha de su cuerpo inmovilizada, perdió el habla, permanece en cuclillas, en la puerta de la casa, ahora desvencijada.