Maritza Sevilla
Valencia, Venezuela
En la mañana,
mientras picaba una zanahoria, me corté un dedo con el cuchillo de filo
aserrado que me gustaba tanto, ¿sería un aviso o el efecto de los
antihistamínicos? Es un cuchillo pequeño, cómodo. Lo que
siempre me produjo un poco de zozobra es que su hoja era delgada y terminaba en
una punta afiladísima. Con él podíamos picar de todo y el filo no se amellaba
nunca. Por eso, mi esposo lo prefería cuando perforaba el pernil, al rellenarlo
para la cena de Navidad.
Aunque Enrique llegaba
tarde del trabajo todas las noches, yo solo podía dormirme profundo cuando le
sentía entrar por la puerta de la habitación. Me preocupaba que trabajara tanto
y durmiera tan poco. Llegaba tan cansado que roncaba toda la noche. Y, a veces,
también tenía episodios de sonambulismo.
Yo me despertaba al sentir
que se levantaba de la cama. Podía hablarle y él me respondía con coherencia;
pero me daba cuenta que estaba sonámbulo porque le escuchaba roncar, mientras
caminaba. Entonces me le iba detrás para ver qué hacía y evitar que se
hiciera daño.
A veces llegaba hasta la
nevera, se servía agua, regresaba al cuarto y se acostaba, de lo más natural. A
mí me causaba gracia que él no notara que yo lo estuviera siguiendo, y también
me acostaba dispuesta a seguir durmiendo.
Otras veces él tomaba ese
cuchillo, el de la punta afilada, y lo empuñaba como cuando perforaba el
pernil. Yo lo veía, desde la puerta de la cocina, hacer los mismos movimientos contra
una pernera invisible. Me acercaba en silencio, le tomaba la mano y se lo
quitaba, con suavidad. Entonces él se daba la vuelta, abría la puerta del
horno, la cerraba y volvía a la cama. Siempre me aseguró que, al
despertar, no recordaba nada.
Por temor a que intentara
encender el horno, yo tenía la precaución de cerrar la llave del gas cada
noche. Este ritual se repetía, por lo menos, tres veces durante la semana y era
tema de conversación en el desayuno. Eso y lo lenta que iba la construcción de la
cancha deportiva, en el terreno de enfrente. Se nos metía tanto polvo para la
casa, que me tenía con rinitis todo el día.
Así que me tomé
un antihistamínico que me trajo mi vecina. Su sobrino, el médico, se lo
recomendó para aliviar la alergia que tenía alborotada.
"Una en la mañana y otra en la noche", me dijo, "y con
precaución porque causa mucho sueño". La pastilla me hizo sentir mejor y
también me provocó muchas ganas de dormir; por eso decidí esperar a que
llegara Enrique, antes de tomar la dosis de la noche.
En la noche
sentí cuando Enrique se levantó, sonámbulo, pero yo tenía tanto sueño que volví
a quedarme dormida.
Y ahora, ¡no comprendo
nada! Veo mi cuerpo, ¡allí sobre la cama!, ensangrentado, con pequeñas heridas
en el cuello y la espalda. Salgo detrás de Enrique, que regresa a la
cocina con el pequeño cuchillo en la mano. Trato de alcanzarlo y lo logro,
cuando le veo abrir la puerta del horno.
¡Uh!¡Final inesperado!No tomar antihistamínicos.
ResponderBorrar¡Felicitaciones Maritza!
Excelente,Maritza!!!
ResponderBorrarUf pobre mujer!!! Muy buena la historia. Lo que más me gustó la parte que dice : Este ritual se repetía, por lo menos, tres veces durante la semana y era tema de conversación en el desayuno. Eso y lo lenta que iba la construcción de la cancha deportiva, en el terreno de enfrente. Se nos metía tanto polvo para la casa, que me tenía con rinitis todo el día.
ResponderBorrarVerdaderamente genial este fragmento!