sábado, 28 de diciembre de 2019

Index librorum prohibitorum


Paul Fernando Morillo

Louisville. NC. USA



Eran las cuatro y treinta de la mañana cuando se levantó, a fuerza de la costumbre por los últimos veintisiete años. Encendió la lámpara de mano, una luz mortecina de no más de 5 watts que fungía de guía en la celda del monasterio. A dos pasos alcanzó el reclinatorio, se desperezó lo mejor que le permitieron sus brazos, cuello y piernas; un bostezo final sonó a resoplido y por el esfuerzo musical salieron un par de gotas saladas en  sus ojos, se secó la pereza en forma de lágrimas que ya comenzaban a resbalar por sus mejillas. Se arrodilló y comenzó con un Padrenuestro vacío y sin significado, oración víctima de la rutina, las palabras resbalaban ingrávidas, sueltas, entonces pensó en el horóscopo del día. Se arrepintió allí mismo, supuso que si años atrás  las revistas y periódicos hubiesen existido seguro formarían  parte del index librorum prohibitorum,  índice ahora en desuso  y reemplazado por mecanismos más persuasivos como la lectura de libros que apelan a la conciencia individual de cada cristiano para evitar los escritos peligrosos para la fe y la moral. Sonrió. Repitió: ¨lectura que apela a la conciencia...¨ 

Acabado lo que él pensó fue Padrenuestro, disimuló sus dudas con ropas civiles y salió presto hacia la capilla. Cruzó el patio, las estrellas militaban en lo alto, el joven Sol  todavía esquivo atrás en las montañas. Marte cruzaba Capricornio en ese momento y se aliñaba con el astro rey, el oráculo desconocido por él se cumpliría de todas formas. Se arrepintió otra vez por tales impíos pensamientos. Al pasar frente a la oficina sacerdotal, encontró el periódico, estaba mal acomodado en la acera, listo para ser desenrollado. Lo acarició con ternura,  a pesar de la oscuridad encontró la sección del horóscopo, pidió perdón en silencio, se paró, pensó, dobló las páginas como si nada hubiera roto el mutismo de las palabras no leídas, enfundó el periódico bajo su brazo, entró a la capilla, empezó la rutina para la misa de 5 AM. Su cabeza seguía fija en el signo de Sagitario escrito en la sección de vaticinios del diario, esas predicciones tan repetidas en los periódicos decentes y con más desparpajo  en los amarillistas.

 En su natal Saraguro cuando él era un monaguillo el cura párroco leía con dedicación ferviente todos los días un Horóscopo Celta. Del cura al mando aprendió a poner en duda las prácticas indígenas y no siguió el camino de los chamanes al cual él estaba destinado. El dogma religioso pudo más que el sincretismo que él quería practicar a escondidas, aunque el horóscopo era una parte de ese anhelo. Más de una docenas de siglos hacen que por sus venas su espíritu le domine y le hostiga a mirar el cielo para la lectura de los astros. Tenía muchas cuestiones sin resolver como siempre y tal vez sería la confabulación de los astros en este día que las dudas aparecen con más fuerza,  y como siempre ocurría en estos periodos  dolorosos de duda, recordaba el  cuento El Sacerdote de William Faulkner, con la salvedad que él no tenía dudas sobre las mujeres pero el temor que le asaltaba era el del camino equivocado. Resonó en su cabeza una frase del relato: ¨ … mediante una vida de negación de sí mismo hasta que los fuegos terrenales se extinguieron ...¨ 

El clérigo se daba el lujo de espeluznar su piel al recordar que el diccionario Petite  Larousse formó parte del Index librorum prohibitorum, aquella guía católica que nació para impedir que libros no apropiados para espíritus sanos, de los devotos creyentes en la Iglesia,  se difundan. Él se formó en la lengua castellana y el diccionario fue de inmensa ayuda, al ser el quichua su primer idioma. Muchas veces  el sacerdote comparaba al diccionario con la Biblia, actos de rebeldía intelectual decía, porque las dos le servían para las consultas breves, ya que a veces su camino iba de menos a más y las dudas le arrebataban la fe que había acumulado a través de sus años. Una fe que él la leyó como coincidencia de las estrellas, aquel día Saturno pasaba por alguna constelación de buenos augurios, o malos según como se lea en el pequeño Larousse años atrás, Fe: ¨Virtud teologal que consiste en creer en Dios y lo que la Iglesia católica enseña sin poderlo garantizar empíricamente ni con procedimientos racionales. Ver el futuro; Predecir: “Acción y resultado de predecir o anunciar una cosa que va a suceder.

Al acabar de alistarse para la misa, echó una mirada de lejos al periódico que reposaba en la sacristía, su mirada se desvió para la Biblia que reposaba en el altar. Tembló. Se acordó de la imagen de Atahualpa al llevarse la Palabra de Dios al oído y no escuchar nada; él se vio a sí mismo todos los días elevando los ojos a los astros y bajando su intelecto al horóscopo, no veía nada tampoco en las palabras escritas. Ni Atahualpa era sordo ni él era ciego. Volvió a surgir el Padrenuestro de la mañana, o eran palabras repetidas sin meditar en ello, pero ahora puso mente en aquella oración y reparó en ella.

Oh Hacedor y Sol y Trueno sé siempre joven, no envejezcas; has que todas las cosas estén en paz, multiplica  la gente y la comida.” En ese mismo instante recordó a su abuelo indígena, recitando este conjuro, el cual había pasado de generación en generación desde el tiempo de los Incas, oración que se repetía en los templos incaicos donde se rendía culto al Hacedor. Lo había confundido con el Padrenuestro y aunque creía que de su cabeza salió la oración, era su alma indígena la que ponía esta plegaria en sus labios. Siempre fue así.

Alguna vez quiso preguntar a los oráculos acerca de su cultura indígena milenaria y el camino de servicio,  cuál de las dos era acertada, o si era válida compararlas. Al final las dos tienen dudas y requieren de la lectura precisa y entendimiento. Por eso el invento del Index, jugaba con ese pensamiento. Estas conjeturas eran las que le golpeaban justo en las horas claves, cuando necesitaba una fe sólida, y por lo que infería, él no la tenía. Pero la llegaría a tener, para eso son las luchas internas. El fin que él buscaba era unificar las dos corrientes del espíritu, o sea una mezcla de los dos caminos. ¿Por qué no? A nadie hacía daño.

Al término de la misa abrió la página de los horóscopos, sus ojos corrieron hacia su signo zodiacal, por mecánica se santiguó, quiso leer, pero no pudo.  Imaginó ser el dueño de esa información, el gerente de su propio destino, pero se vio chiquito y huérfano a la misma vez. ¿Quién era él para saber el futuro que Dios ya  tiene trazado? No era digno de tener ese conocimiento. Estaba confuso sin saber qué hacer, qué acción tomar si llegase a saber que venía en el futuro, ¿podría alterarlo? Tan perdido se encontraba que no supo si rezar,  agradecer o repudiar ese conocimiento. Se asustó de sobremanera. Sintió vergüenza, se sentó adentro del confesionario, juntó el periódico lo mejor que pudo, sabía que esa vez no lo leería, quizás mañana, y empezó su oración de penitencia:

Oh Hacedor que estas en los cielos, en el Sol Santificado, sé siempre joven y venga tu Reino aqui en el cielo como en la pachamama

Paul Fernando Navidad 2019



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domingo, 22 de diciembre de 2019

Miedo



Osvaldo Villalba

Argentina


El miedo se pinta en el rostro
Séneca

—Tranquilo, va a salir todo bien.
—¿Cómo podés estar seguro?
—Seguro, seguro no, pero las probabilidades son altas.
—Entonces, por lo menos, hay una probabilidad de que algo salga mal. Eso ya justifica mi preocupación.
—Te concedo y reformulo: tranquilo, hay grandes chances de que todo salga bien
—Sigo teniendo miedo.
—Se nota en tu cara
—No puedo evitarlo
—Es una intervención simple.
—No deja de ser una cirugía.
—El equipo del quirófano es de excelencia.
—¿Es muy egoísta pensar en mí antes que en otros?
—No, pensalo como un conjunto.
—Bueno, está bien, son los mejores, pero…¿Pueden asegurarme que me irá bien?
—¡Uh! ¡Qué pesado! ¡Nadie puede asegurar nada! Pero todos hacen lo mejor que pueden.
—Por eso tengo miedo, porque no me alcanza.
—¿Y qué te alcanzaría?
—Que alguien me asegure que me va a ir bien.
—Y entonces le preguntarías por qué está seguro.
—Y... sí.
—¡Sos insufrible! Le voy a preguntar a la anestesióloga si ya está todo listo. Marita, ¿falta mucho?
—Ya está todo listo doctor.
—Gracias. Bueno, doctor, llegó el momento de la verdad. El paciente está dormido. Entre ahí y proceda a su primera cirugía. Confíe en usted y todo irá bien.

 




martes, 10 de diciembre de 2019

En el borde


Silvia Alicia Balbuena

Rosario - Argentina


    
     En silencio se terminó de abrochar la camisa con calma, como si en cada botón penetrando en su ojal se anidaran sensaciones que no podía precisar. Puso las manos en los bolsillos del pantalón y se paró junto a la puerta balcón a mirar la calle. Desde el noveno piso los vehículos parecían de juguete, como los autitos que su nieto movía en la pista. Circulaban lejos, desdibujados, descoloridos. Sin velocidad, como desperezándose en la hora de la siesta en medio de altos edificios y escasos árboles.
    Lo sentía detrás. No lo miraba, pero sabía de memoria sus movimientos. Iba ordenando la mesa, preparando el mate, colocando las facturas en la pequeña bandeja de plástico. Sí, conocía cada paso y cada gesto de Norberto. Del Norberto de siempre, el de los sueños de juventud, de este reencontrado con la vida ya vivida.
     –Peinate – Su voz le sonó desconocida. Nunca le había ordenado nada. La relación era sin esclavitudes, cada uno hacía lo que tenía ganas, lo que sentía.
     Se alisó el cabello con la mano y siguió allí, estaqueada, como para tapar un dolor o fijarlo para siempre. La mirada a la calle, las vibraciones atrás,  en ese departamento de él que cobija algunas horas de amor. Sentía que el ardor, el desenfreno, la pasión sin control de pocos instantes antes en la alcoba se iban diluyendo sin marcas ni recuerdos, con el peso de una nada.
     Él le acarició la nuca, le vio esa chispa en la mirada que solía incendiarla y que ahora sólo le provocaba rechazo. Le tendió un mate, lo tomó de mala gana, se negó a las facturas.
     Sentía que estaba en un borde, en una fina línea imaginaria haciendo equilibrio. Que el afuera no le pertenecía, residía allá abajo, pequeño, impersonal. El adentro tampoco, que el sexo no le alcanzaba, que se había vaciado en tan profundas entregas y que en ese  escondite clandestino nada le era propio.
     Una vez él le dijo Yo no te quiero, lo había pasado por alto. Pero hoy, sin saber por qué, esa frase le retumbaba como un tambor empecinado en hacerse oír. Quiso callarlo y fue a abrazarlo, esta vez él pareció escabullirse. El rechazo la inmovilizó.
     Tomó la cartera, se colocó el abrigo. Sin apuro, sin arrepentimientos, guardando los gestos. Como se van guardando los momentos que ya no se repetirán.
     –Acompañame, me voy.
     El ascensor fue un largo y distante silencio. La vereda bajo sus pies, un alivio.
     Se subió el cuello de piel, hacía frío. Una lágrima pareció congelarse al pretender salir. Esa vida de dos que habían construido de a ratitos empezaba un final sin posibilidad de reparación. Pensó en su nieto. Sonrió.

Silvia Alicia Balbuena
Rosario - Argentina


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