viernes, 26 de febrero de 2016

Nomás me acuerdo

Gil Sánchez

México

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En su juventud, Arnoldo, tuvo una atracción con las mujeres que rayaba en lo inverosímil, quizás pudiera decir, hasta en lo diabólico. Sus novias hacían largas filas, entraban a una lista de espera muy particular. Las que tenía en color rojo eran apasionadas, las de color azul, frías o inexpertas. La mayoría de las veces disponía sus aventuras de acuerdo al color.
Como sucede con todo; el tiempo pasó y golpeó su autoestima, doblegó sus rodillas, sus dientes se perdieron y las arrugas arrasaron su cuerpo. Pero lo que no variaba, era que besaba con pasión los espejismos.

 

jueves, 11 de febrero de 2016

No era

Paul Fernando Morillo

                                 Lewisville NC. USA

 

No sé qué esperar, el marido de mi ex me llamó, y por la voz de amargura con que sonaron sus palabras solo puedo pensar lo peor.
Aquí me encuentro, en el patio posterior de su casa sintiéndome como agua en un cajón de arena. Él abre la puerta, y adivino por el rojo de sus ojos que no ha parado de llorar.
“Se nos adelantó” me dice, sin detalles, y sin más, me abraza compartiendo el dolor que él cree que también debe ser mío. Me invita a entrar y me sirve un whisky con hielo. No me interesa preguntar cómo sucedió. No tiene sentido.
Entramos a la casa.
Sobre la mesa de la sala  hay un paquete de cartas abrazadas en un sueño de años. Las misivas descansan unas sobre otras atadas  con un solitario cordel terminado con  un lazo hecho con   apuro.  
-Nos amó mucho a los dos, me dice él, ahora viudo. Toma las cartas y las pone en mis manos y… me brinda la privacidad de una sala solitaria.
Los sobres están marcados con fechas, en orden cronológico. La carta del fondo, la que aguanta a las demás, lleva por fecha un año antes de nuestro divorcio. La de arriba, que corona todo el bulto,  es de un año después de su segundo matrimonio. Temo leer esta  última. Pienso en los momentos de mi vida junto a esta mujer que ya no está en este mundo. Recuerdo lo bueno, lo malo y trato de balancear mis emociones. No me culpo ni le culpo.
-No era, me digo, a mis adentros.  
Apuro el whisky y busco la botella, me sirvo otro trago, esta vez sin hielo. Mi cuerpo está lo suficientemente inanimado, frío debido a las fúnebres noticias, como para aumentar su frigidez.  
 Tengo la última carta abierta ante mis ojos.
-Su despedida, me responde a una pregunta que no formulé.
El papel está arrugado, fué mojado de alguna forma, no hay rastros de tinta, está en blanco. Instintivamente lo pongo en mi pecho, para rendirle un último tributo.  Mi corazón  me exige que huela la carta vacía. Y es asi, que esta acción en este instante me trae un olor agrio-salino imperceptible a los pechos sin amor. Golpea mis fosas nasales excarbando sentimientos enterrados.
Descubro una por una las lágrimas secas en este papel arrugado por el agua salina del desconsuelo. Allí, bebo y aprendo lo que fue amor del bueno. Todavía me afirmo en mi “No era”; pero cómo negar el enjambre de néctar de la vida que estas gotas tristes y evaporadas representan, y es eso mismo lo que me revelan, el amor que me profesan, más allá del cúmulo de años que quiso parar el latir de su corazón enamorado.  Me doy cuenta que fuí yo el causante; quien  hizo que ella mojara y secara ese llanto de amor y despedida.
--No era--lo sabía cuando me separé de ella y lo sé ahora porque solo me quedan bellos recuerdos pero no emociones. La culpa que siento no se va ni se esconde. Bebo el segundo whisky necesitando aplacar una disculpa que, la verdad, no siento. --No era y punto-- me repito automáticamente y salgo camino al cementerio.
Estoy frente a un mini nicho, donde se conservan las cenizas de los finados, el nombre de ella escrito al apuro en la tapa del nicho, la enterraron recientemente y todavía nada es perenne.   Perfecto, digo en voz alta y reparo mi soledad en el camposanto. Imposible meter el fardo de cartas en el hueco de treinta por treinta centímetros, las cartas son de ella aunque el destinatario sea yo y deben reposar con su legítima dueña. La lápida está  sellada, tanto como estuvo su amor, eterno ahora. Tomo tres cartas casi al azar, la segunda fechada cronológicamente, una del medio  y la antepenúltima, anterior a la carta de las lágrimas. Es este orden, todavía dueles”, “¿porqué?“, “SI ERA.”  
Esta última frase me toma desprevenido y me timbra las cuerdas del alma, siento su presencia a mi lado, los vellos de la nuca se   me erizan estoicos ante la arremetida del destino.  Camino hasta un árbol a unos pasos de allí, escarbo un pequeño hoyo a manera de nicho, con mi bolígrafo escribo en la tapa de la carta de las lágrimas “NO ERA” que sigue al tope de todas las demás y la marco con un beso bajado del cielo, con la punta del bolígrafo me saco unas gotas de sangre del pulgar.  Dejo que mi sangre marque las cartas por un costado,  las deposito en el fondo de la pequeña sepultura, me santiguo mecánicamente y me alejo para siempre del lugar.


Paul F. Morillo
Lewisville NC USA