viernes, 23 de septiembre de 2016

Mala situación

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Carlos E. Arias Villegas

Cordoba, Colombia 


El sobre con visos de colores me confundió y eso me alegró por un momento, pero la emoción me duró un segundo ¡Era la factura de la luz! Mira Lucho, examiné el recibo y sentí un dolor en el colmillo cuando contemplé la imagen del alicate, impresa. No, no lo pagué ¡Con que aliento!  No hay para la comida, mucho menos para pagarles a esos tramposos que cobran el mismo valor mensual y no descuentan los racionamientos hechos,  ni los electrodomésticos que nos han dañado. Hace una semana que vivo a oscuras. El crédito en la tienda del Cachaco también me lo cortaron. A veces tengo el pálpito de ser perseguida por la mala situación. Mi esperanza de trabajo está en el “puesto” que me vas a dar en la administración si sales elegido al Concejo, Luis Coreli.

 Sí, yo oro y leo la Biblia. Ay Lucho, tiempos aquellos cuando el maná caía del cielo. Solo había que agacharse con el plato y la cuchara. Los beneficiarios debían solamente seguir a Moisés ¡Esa felicidad parece que solo se dio en el mundo antiguo! Hoy día seguimos a cientos de fulanos: artistas unos, religiosos o politiqueros otros, y el arroz se nos pierde por meses. No mijito, en estos tiempos ni seguir al marido da resultado. Fueron veinte años de pobreza y mal aliento al lado del petardo de mi marido. ¿y qué me quedó? Nada bueno, solo mi hija Guadalupe ¿Qué cómo está? Ella está bien. Está molesta conmigo porque la echaron del colegio. Debo el pago de dos mensualidades. que oso mami me reclamó, como si fuera una niña riquilla y yo la cachifa que está para servirle. No, el pae no está por aquí cerca. Ese man se metió a predicador evangélico. Por un tiempo lo acompañamos a los cultos. Fíjate, toda la familia siguiendo a Dios a ver si las cosas mejoraban, pero nada. Y has de ver, lo pusieron a dirigir un grupo dentro de la iglesia, pero con ese genio que se gasta, espantó a más de medio rebaño. ¡Ay del que lo contradijera! La gente lo llamaba a sus espaldas, “Biblia guapa”. La última pelotera que tuvo en la iglesia fue con un comandante paramilitar, recién convertido al evangelio.  Te puedes imaginar: se armó un rifirrafe donde volaban sillas, biblias y bolsas de agua. Trompadas iban y venían. Aquello era una desbarajuste de gritos de niños y mujeres en medio de reprensiones de viejas y hasta ladridos de perros ¡Muchacho, eso era el apocalipsis! Desde aquella enmanojada no lo volvimos a ver. Hace poco Guadalupe supo de él. Lo vio en la televisión: estaba en una marcha en Venezuela al lado de los opositores, con la Biblia bajo el brazo. Hizo lo mejor que podía hacer por nosotras: irse.  Ojalá lo nacionalicen y se olvide que es colombiano.

De acuerdo, ya sé que debo estar agradecida con Dios porque todavía estamos vivas. Aunque en realidad, sobrevivimos. Reconozco que he sido bendecida por los programas gratuitos de la Casa de la Mujer, donde aprendí todo sobre corte y cuidados del cabello, arreglo de uñas y cejas. Con eso me rebusco. Pero lo que gano no me alcanza. Lo que me joroba del negocio, es que últimamente los clientes que llegan no son mujeres que valoren mi trabajo, sino hombres morbosos. Y tengo que atenderlos, con eso compro la comida.

Ay amigo, la vida es cada vez más peliaguda para las madres cabeza de familia. Si los hijos supieran los cara y sello a los que una se ve enfrentada por ellos. Ja, que una no sabe si llorar o reír. Oye, te voy a comentar algo. Tú sabes por lo que estoy pasando. Ajá, y sabes que soy incapaz de hacer algo indebido y que no soy una vagamunda. Te cae la madre como te rías o comentes algo.

Ayer un tipo se me acercó. El desgraciado conocía mi situación, porque me habló con pelos y señales de todo lo que pasaba en mi vida. Me propuso que me ayudaría con doscientos mil pesos si me acostaba con él. Lo insulté y hasta le di una cachetada. Y te juro Lucho, no sé cómo en medio de las disculpas ese man terminó convenciéndome ¡Me ganó de carreta el infeliz!

Ay por favor Luchito, no me vengas con esa psicología barata de que “debes sobreponerte”. Que “no le pares bolas a eso”. Que “Sigues siendo una excelente mujer y una buena madre”. ¡Basta con eso! Me siento tumbada y escaldada por una suma que no me alcanza siquiera para pagar la factura de la luz.  

¿Puedes creer? En medio de ese ludibrio, hasta me puse a sacar cuentas de si pagarle al Cachaco de la tienda o abonar una cuota del colegio de Guadalupe. Pero ese no es lo más triste. La piedra que tengo es que el man ese, después de todo lo que me hizo, no me dio el dinero ¡Que le diera un plazo para pagarme, porque él también estaba sin trabajo!

jueves, 15 de septiembre de 2016

Presentación del libro de Clide Gremiger



Clide Gremiger presentó su libro "Demonios humanos". Fue en la Biblioteca "Juan Bautista Alberdi" donde la escritora riocuartense dio a conocer su obra de cuentos cortos. Previo a la presentación visitó en "Conexión Abierta" por LV20 donde se conversó  con la autora y con la gestora de dicha actividad cultural, profesora María Elena Ceberio.


https://www.ivoox.com/clide-gremiger-presentacion-demonios-humanos-conexion-audios-mp3_rf_12686623_1.html


Clide Gremiger, argentina, Profesora e investigadora en Didáctica de la Lengua y la Literatura,   co-moderadora del Taller de Cuento Básico de Ciudad Seva, coordinadora del Taller  virtual MicrosyMacros Todos Relatos.

Los participantes del Taller virtual Micros y MacrosTodos Relatos, nos sentimos muy orgullosos de nuestra coordinadora por la publicación de este su primer libro individual que ha recibido elogiosos comentarios.


La Profesora Clide Gremiger también   ha coordinado la primera ediciòn del Volumen No 1,  Micros y Macros Todos relatos, Año 2015

 además  ha publicado cuentos y microrrelatos en libros: 

Los Cuentos del Taller, Editorial Paulus, Comp.  Paul Antoine Fabiano.  Buenos Aires, 2013

El libro de Los Talleres, Editorial Dunken,   VOLUMEN XXIV, Buenos Aires, 2014  (Coordinadora Clide Gremiger)

 Lenguarazzi

Igualmente  ha publicado en los blogs:

martes, 6 de septiembre de 2016

Mil Grullas de Elsa Borenam






Cortesía de Osvaldo Villalba al cumplirse 70 años de la Bomba  atómica de Hiroshima,  uno de los hechos más graves y tristes de la historia mundial

 Requiem por Hiroshima


Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos.
Porque ellos eran nuevos en el mundo. Tambíen, como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien qué era lo que estaba pasando.
Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en torno a la noticia de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas partes.
Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo.
¡Ah… y también se estaban descubriendo uno al otro!
Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más que ellos podían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos.
Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio…
Pero Naomi sabía que quería a ese muchachito delgado, que más de una vez se quedaba sin almorzar por darle a ella la ración de batatas que había traído de su casa.
-No tengo hambre —le mentía Toshiro, cuando veía que la niña apenas si tenía dos o tres galletitas para pasar el mediodía—. Te dejo mi vianda —y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regreso a las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración.
Naomi… Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sueños con sus largas trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de golpe para poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aún…
El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llegó puntualmente el 21 de junio y anunció las vacaciones escolares.
Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus soleadas mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que empezara. Su comienzo significaba que tendrían que dejar de verse durante un mes y medio inacabable.
A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos una de la otra, sus familias no se conocían. Ni siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar pacientemente la reanudación de las clases.
Acabó junio, y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque…
Se fue julio, y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque…
Y aunque no lo supieran: ¡Por fin llegó agosto! —pensaron los dos al mismo tiempo.
Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto a sus padres, hacia la aldea de Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas en todos los rincones de su local.
Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con la misma dedicación de otras épocas, -Para cuando termine la guerra… —decía el abuelo—. Todo acaba algún día… —comentaba la abuela por lo bajo. Y Toshiro sentía que la paz debía de ser algo muy hermoso, porque los ojos de su madre parecían aclararse fugazmente cada vez que se referían al fin de la guerra, tal como a él se le aclaraban los suyos cuando recordaba a Naomi.
¿Y Naomi?
El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba sobre la nieve. Sola. Descalza. Ni casas ni árboles a su alrededor. Un desierto helado y ella atravesándolo.
Abandonó el tatami, se deslizó de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la ventana de la habitación. ¡Qué alivio! Una cálida madrugada le rozó las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.
El dos y el tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus (1):

Lento se apaga
El verano
Enciendo
Lámpara y sonrisas.
Pronto
Florecerán los crisantemos.
Espera,
Corazón.

Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca en la que escondía sus pequeños tesorosde la curiosidad de sus hermanos.
El cuatro y el cinco de agosto se lo pasó ayudando a su madre y a las tías ¡Era tanta la ropa para remendar!
Sin embargo, esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir en un juego entretenido lo que acaso resultaba aburridísimo para otras chicas. Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar un deseo para que se cumpliese.
La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su hermano menor el ruego de que finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa de su papá, el pedido de que Toshiro no la olvidara nunca…
Y los dos deseos se cumplieron.
Pero el mundo tenía sus propios planes…
Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de Hiroshima.
Naomi se ajusta el obi de su kimono y recuerda a su amigo: -¿Qué estará haciendo ahora?
“Ahora”, Toshiro Pesca en la isla mientras se pregunta: -¿Qué estará haciendo Naomi?
En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima.
En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez un cielo. El cielo de Hiroshima.
Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.
En ella, una mamá amamanta a su hijo por última vez.
Dos viejos trenzan bambúes por última vez.
Una docena de chicos canturrea: “Donguri-Koro Koro- Donguri Ko…” por última vez.
Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez.
Miles de hombres piensan en mañana por última vez.
Naomi sale para hacer unos recados.
Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río.
Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegran esa mañana. Y con ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el pasado de Hiroshima.
Ya ninguno de los sobrevivientes podrán volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni retomar ningún camino querido.
Nadie será ya quien era.
Hiroshima arrasada por un hongo atómico.
Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.
Recién en diciembre logró Toshiro averiguar donde estaba Naomi. ¡Y que aún estaba viva, Dios!
Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en una localidad próxima a Hiroshima, como tantos otros cientos de miles que también habían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora instalado dentro de ellos, en su misma sangre.
Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana.
El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era frío exterior o su pensamiento lo que le hacía tiritar.
Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura.
Sobre su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.
-Voy a morirme, Toshiro… —susurró. No bien su amigo se paró, en silencio, al lado de su cama—. Nunca llegaré a plegar las mil grullas que me hacen falta…
Mil grullas… o “Semba-Tsuru”, como se dice en japonés.
Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita. Sólo veinte. Después, las juntó cuidadosamente antes de guardarlas en un bolsillo de su chaqueta.
-Te vas a curar, Naomi —le dijo entonces, pero su amiga no le oía ya: se había quedado dormida.
El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas.
Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontraban temporariamente alojados) entendieron aquella noche el porqué de la misteriosa desaparición de casi todos los papeles que, hasta ese día, había habido allí.
Hojas de diario, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta algunos libros parecían haberse esfumado mágicamente. Pero ya era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorprendidos.
En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre las sombras. Esperó hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el armario donde se solían acomodar las mantas.
Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvió a su lecho.
La tijera la llevaba oculta entre sus ropas.
Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recortó primero novecientos ochenta cuadraditos y luego los plegó, uno por uno hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles las que ella misma había hecho. Ya amanecía, el muchacho se encontraba pasando hilos a través de las siluetas de papel. Separó en grupos de diez las frágiles grullas del milagro y las aprestó para que imitaran el vuelo, suspendidas como estaban
de un leve hilo de coser, una encima de la otra.
Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras dentro de su furoshiki y partió rumbo al hospital antes de que su familia se despertara. Por esa única vez, tomó sin pedir permiso la bicicleta de sus primos.
No había tiempo que perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.
-Prohibidas las visitas a esta hora —le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala en uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.
Toshiro insistió: -Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho, Por favor…
Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las avecitas de papel. Con la misma aparentemente impasililidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un lado y le permitió que entrara: -Pero cinco minutos, ¿eh?
Naomi dormía.
Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso una silla sobre la mesa de luz y luego se subió.
Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielorraso. Pero lo alcanzó. Y en un rato estaban las mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con alfileres.
Fue al bajarse de su improvisada escalera cuando advirtió que Naomi lo estaba observando. Tenía la cabecita echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos.
-Son hermosas, Toshi-kun… Gracias…
-Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas —y el muchacho abandonó la sala sin darse vuelta.
En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas empezaron a balancearse impulsadas por el viento que la enfermera también dejó colar, al entreabrir por unos instantes la ventana.
Los ojos de Naomi seguían sonriendo.
La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de los adultos. ¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?
Febrero de 1976.

Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente de sucursal de un bancoestablecido en Londres.

Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle por qué, entre el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar.

Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo.

Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de las máquina de calcular.

Grullas surgidas de servilletas con impresos de los más sofisticados restaurantes…

Grullas y más grullas. Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe de creer en aquella superstición japonesa.

-Algún día completará las mil… —cuchicheaban entre risas— ¿Se animará entonces a colgarlas sobre su escritorio?

Ninguno sospechaba, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la perdida Hiroshima de su niñez. Con su perdido amor primero.


(1) Haiku: tipo de poesía japonesa.
Elsa Isabel Bornemann (Buenos Aires20 de febrero de 1952 – íbidem24 de mayo de 2013) fue una escritoraargentina para niños, jóvenes y adultos. Fue Profesora en Letras, egresada de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Ejerció la docencia en todos los niveles, dictó numerosos cursos y conferencias e integró variedad de mesas redondas y jurados.