sábado, 30 de agosto de 2014

El culto a MariaLionza


 Deanna Albano

Caracas, Venezuela



 Maria Lionza es una deidad femenina mística autóctona del folklore venezolano.
Representada popularmente como una diosa o una reina y la escultura de una mujer guerrera, con el pecho desnudo, en la autopista,  es motivo de ofrendas, flores, cartas de petición,  en un culto en el que se mezclan ritos y creencias. Los creyentes hacen  de las sierras de la montaña de  Sorte, en el  Estado Yaracuy, un santuario  y lugar de peregrinaje para personas de todos los estratos sociales.

En la Universidad asistí a una charla de un psiquiatra,  quien estaba totalmente convencido de que  Sorte, con su río, el verde follaje  y  la brisa,  era un lugar de sanación terapéutico, para aquellos seres que acudían confiados    a los  brujos,  en búsqueda de  soluciones a sus problemas.
Los cuentos, hicieron que visualizara una imagen paradisíaca de ese lugar que ansiaba conocer. Sin embargo,  al preguntar, las personas abrían los ojos y susurraban  No se puede ir solo, es peligroso, hay que ir en grupo.
Pero vino el momento oportuno al cursar  un postgrado, un profesor sociólogo avezado en lo místico religioso conformó un grupo de psicólogos, psiquiatras, y otros. Éramos unos doce  alumnos de su asignatura,   llenos de expectativas.  
Planificamos, organizamos, buscar las carpas para permanecer los cuatro días de asueto, en ocasión al 24 de Junio, día de San Juan y Fiesta Nacional en conmemoración a la Batalla de Carabobo.
Emprendimos el viaje, en cuatro carros y a las cuatro horas llegamos al pueblo de Chivacoa, y nos alojamos esa primera noche en el  hotel « Las cuatro cortes»
Después de la cena, tuvimos el primer contacto con los ritos, donde hay elementos de la religión yoruba, vudú y  místicos y teológicos de otras culturas.
Nos llevaron caminando a otro sitio donde nos esperaba la Señora Benita, mujer de unos cincuenta años, de pelo gris y ademanes muy pausados. La acompañaba su hijo Félix, un joven apuesto de unos veinte años.
En el salón resaltaba un gran altar y nos fueron explicando acerca de las varias cortes:
Corte celestial, corte negra, corte libertadora, corte calé o malandra[1], y varias otras difíciles de recordar. Los rituales entremezclan santos, con personajes de la cultura popular venezolana y personajes históricos. Por eso la imagen de José Gregorio Hernández, el Cacique Guaicaipuro, convivían con Simón Bolívar, el Negro Felipe y muchos otros. No faltaba la imagen del político de turno.  
 Al terminar, la señora Benita preguntó
    —¿Quién quiere trabajar? —
 Nos miramos los unos a los otros, habíamos ido a observar, eramos científicos!
Pablo, un  joven sociólogo, de voz profunda,  exclamó: Yo, yo.
Lo acostaron en el suelo, rodeado de velas, le echaron licor. La señora le lanzaba el humo de un tabaco,   pronunciando algunos sonidos.
De repente Pablo se levantó bruscamente, emitiendo sonidos guturales, incomprensibles, se daba golpes de pecho y  danzaba alrededor de nosotros.
Luego de unos minutos Félix lo sostuvo por los hombros, le susurró unas palabras y Pablo regresó a su estado normal.
Benita  interpretó que  el joven  había reencarnado en el Cacique Guaicaipuro, una de las potencias del culto. Este ritual duró más o menos media hora.
Posteriormente se ofreció Simón, un psiquiatra, quien rápidamente entró en trance.  Permaneció acostado, sus palabras eran inconexas, inteligibles, murmuraba llamando a alguien.
Luego de un largo rato Felix trató de que regresara, sin embargo tuvo que intervenir Benita, para que Simón volviera a la conciencia. La bruja no comentó nada, Simón tampoco.  Silenciosos  y cabizbajos regresamos al hotel.
Al día siguiente, después de un copioso desayuno, recogimos nuestras pertenencias y provisiones para los tres días restantes y emprendimos la caminata hacia el lugar escogido.
Debíamos atravesar un riachuelo, allí nos detuvimos, Benita tenía que pedirle autorización a María Lionza. Si no se cumplía este requisito ella podría enojarse. Nos recordó las estrictas normas: no se podía tomar ron, y algo muy importante, estaba prohibido burlarse de alguien o reírse.
Llegamos, montamos las carpas, nos separamos en pequeños grupos y dimos un paseo por los alrededores. Yo iba con mi amiga Enoé. Las matas no estaban tan verdes, el paisaje no era tan esplendoroso. Una proliferación de  altares de todos los tamaños. Grises y más grises, cenizas, personas rodeadas de velas, gallinas, palomas degolladas. Botellas vacías de ron.  Personas grises, feas. No se escuchaban risas ni cantos.
Enoé y yo, cual niñas de preescolar, agarradas de la mano, no nos atrevíamos a separarnos. Un señor, de muy mal aspecto,  uno de los brujos nos acosaba:  
      —¿Quieren trabajar?   — a lo cual nos  negamos una y otra vez.

A lo lejos vimos a Pablo en el río, nuevamente había reencarnado en Guaicaipuro. Más allá una señora caía en trance con una facilidad asombrosa, reencarnando en varias personalidades.

El profesor había conseguido un permiso especial, para filmar uno de los trabajos, pero solo de nuestro grupo.
Se acercaba la noche, el lugar adquirió un encanto particular por la inmensidad de velas encendidas rodeando los cuerpos de mujeres, hombres, jovencitas, jovencitos, grupos, grupitos, cada uno concentrado en lo suyo,
Llegó la hora. Benita preguntó: ¿Quién está dispuesto a trabajar?
Callados, nos mirábamos, cuando Simón con tenue voz afirmó:
— Yo, yo quiero.
Lo acostaron, lo rodearon de velas, le echaron ron, fumaron el tabaco.
Simón, en el suelo, empezó a murmurar: Quiero ir a  la montaña, quiero ir  la montaña.
Un joven matemático de nuestro grupo, empezó a reírse nerviosamente,
A mi lado estaba la nieta de la Sra. Benita, una niña de unos diez años de edad quien murmuró: Esto se pone mal, cuando llaman a la montaña es peligroso. Y ese señor riéndose, mal muy mal.
Transcurrió un tiempo, Simón hablando incoherencias hasta que calló.  La Sra. Benita pidió ayuda a otros dos brujos y   lo levantaron, pero él no reaccionaba. Trataron por diferentes medios de que se recuperara pero, nada, Simón estaba ido. No obstante la noche calurosa, un frio recorrió mi cuerpo, yo no dejaba de observar el rostro  angustiado de la niña.
Llevaron a Simón al río, lo bañaron sin éxito alguno. Lo trajeron de vuelta. La psiquiatra del grupo nos pidió que hiciéramos un círculo  rodeando  el cuerpo inanimado y sostenido por los brujos. Agarrados de la mano, llamábamos: Simón, Simón, regresa.
Estuvimos largo rato, llamándolo, fueron segundos, minutos, me pareció un siglo, hasta que al fin Simón poco a poco volvió a la conciencia.

Silenciosamente nos retiramos a las carpas, y sin quitarnos la ropa, nos dispusimos a dormir, sin embargo los rituales continuaron toda la noche. Unos rezaban, otros caían en trance, una y otra vez.  Esa noche Simón estuvo merodeando las carpas y entraba a ellas varias veces, buscando sus zapatos. A las seis de la mañana del día siguiente, no sé quien dio la orden pero todos habíamos recogido nuestras pertenencias, las carpas y emprendimos el camino de regreso.
Simón condujo  su camioneta, con dos muchachas, pero ellas a los pocos minutos le pidieron que las dejara en la carretera. Apenas había recorrido cuatro kilómetros, cuando Simón se fue por  un barranco, atraído tal vez por la muerte.  Estuvo hospitalizado varios meses sin  deseos de luchar por la vida que le había ocasionado varios golpes últimamente.

Deanna Albano
Caracas, Venezuela

https://www.youtube.com/watch?v=h092K3_hUsI





[1] malandro: delincuente

miércoles, 20 de agosto de 2014

Por una sonrisa


Gil Sánchez
México
Hospedó sus pensamientos en sus ojos profundos donde cabía todo, hasta la tristeza y le dijo: ––Qué desea usted de mí, señorita.
––Que usted sea mi padrino de bodas. Me va a oficiar la misa el cura Arturo y me caso con el joven Alberto Parra.
Levantó el teléfono y habló al hospital psiquiátrico. La miró, delgada, pero muy delgada, en extremo. Vació su ternura en esa mirada. Su padre, la recibía después de seis meses de internarla por locura. Sabía que el sacerdote había muerto antes de casar a Alberto, éste se casó poco después y partió a Montevideo donde fijó su residencia. De pronto, sin pensarlo la subió a su coche y fue a comprarle su vestido blanco. Al probárselo, sus ojos se llenaron de luz y la felicidad instaló en su cara, una gran sonrisa. Luego de disfrutarla, pensó. “Tiene sentido perder la cordura, por este momento”.

domingo, 10 de agosto de 2014

En Consulta




Elvirita Hoyos
Cartagena, Colombia
Ana recurrió a la sicóloga, para que la ayudara a desentrañar traumas ocultos que ni ella misma sabía que tenía. El asunto es, que el mismo día que fue donde la sicologa, fue el día en que ella se preguntó en alta voz, ¿por qué’? Y caminando la habitación en círculos, desesperada, se repetía la misma pregunta: ¿por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Una y otra vez, sin hallar respuestas.
La sicóloga, llenó una hoja con sus datos y mirándola fijamente a los ojos, le preguntó:
̶  ¿Sabe por qué está aquí?
̶ Sí, le respondió.
̶ ¿Por qué?
̶Es la misma pregunta que he venido haciéndome, desde esta mañana, y pensé que usted, me daría la respuesta.
̶ Ah, respondió, usted quiere una respuesta a su pregunta.
̶Exacto.
̶Y, ¿qué opina si le digo, que no tengo respuestas para usted?
̶¿Entonces? ¿No tengo cura?
̶Cura, sí hay. No he dicho eso, lo que trato es de explicarle que las respuestas están en usted.
̶Ah. ¿Y cómo las encuentro?
̶Yo la ayudaré. Bien, bien, bien. Empecemos. Póngase cómoda y cuénteme el primer recuerdo que se le atraviese, sin pensarlo demasiado. Pensar sobre lo que usted diga es mi trabajo, el suyo, es recordar.
̶ Deme una guía.
̶ Vaya a su niñez. Que le paso en su niñez.
̶ En mi niñez…estuve aislada en una habitación cerrada y algo oscura…
̶ ¿La secuestraron?
̶ No. Me dio Sarampión y me apartaron de los demás niños, con quienes solía jugar.
̶ Y eso fue terrible, supongo.
̶ No tanto, lo pasé muy bien, me consintieron, me dieron helados, gelatinas, papas en puré. Me regalaban comics, me leían cuentos y jugábamos a la lotería, ¿sabe? Me mostraban un cartoncito con algún dibujo que yo tenía que adivinar diciendo de qué se trataba.
̶ Puede adelantarse un poco y decirme qué la molestaba.
̶ Bueno yo quería estar con mis amiguitos corriendo, jugando al correr que te alcanzo y también a escondernos para que los otros nos encontraran. Pero no, estaba encerrada en mi habitación y eso  me molestaba.
̶ Eso es ¿todo? ¿No pasó algo más?
̶ Bueno, sí. Quise abrir la ventana, pero la falleba estaba muy alta, ¿sabe? Así que arrastré una silla y la puse frente a la ventana y me subí a ella, pero no alcancé la falleba y tuve que bajarme y arrastré el banco del tocador y lo puse encima de la silla y de nuevo me subí, pero la falleba de la ventana seguía inalcanzable para mí, así, que de nuevo bajé, y  miré por todos lados buscando qué podía servirme y vi el baúl, donde guardaba los jugueticos pequeñitos y las bolitas de colores, para jugar dama china o de las otras bolitas, para jugar “uñita” y entonces lo cargué hasta la silla y empinándome, lo puse encima del banco del tocador que estaba sobre la silla y luego me encaramé primero en la silla, luego al banco que estaba sobre la silla y seguí sobre el baulito, que estaba sobre el banco, que estaba sobre la silla. Fue cuando  me di cuenta, que la silla estaba alejada de la ventana así, que no podía alcanzar la falleba para abrirla.
̶ ¿Qué hizo, entonces?
̶ Bueno, me bajé de allí con alguna dificultad y luego acerqué la silla a la ventana, e iba a subirme cuando vi debajo de la cama, la patineta y pensé…
̶ No así no, ya le dije que usted cuenta su recuerdo y yo soy la que pienso. Continúe…
̶ Ajá, entonces, cogí la patineta y con ella en una mano, escalé la silla, luego escalé el banco que estaba sobre la silla, seguí escalando al baúl, que estaba sobre el banco, que estaba sobre la silla y puse la patineta encima y me monté sobre ella…
̶ Y ¿alcanzó la dichosa falleba?
̶ Pues, me incliné un poco hacia adelante y cuando ya casi la tocaba, todo ese andamiaje, se cayó conmigo encima y…
̶ ¿Se hizo daño? ¿Se hirió en alguna parte? ¿Le dolió el golpe?
̶  No, la verdad no recuerdo.
̶  Ajá, déjeme anotar: se cayó y no recuerda si le dolió el golpe.
̶  Bueno, yo pienso, que…
̶ Ya le dije que soy yo, la que debo pensar. Continúe sólo con sus recuerdos…
̶  Oí el estropicio, tal como lo estoy oyendo ahora…
̶ Espere, déjeme anotar: Oye ahora el estropicio, tal como lo oyó en ese momento, ¿cierto? Y que pasó después…
̶  Llegaron los adultos y…
̶ ¿Los adultos, dijo? ¿Quiénes eran? ¿Por qué no los llama por sus nombres?
̶ Bueno llego mi mamá, mi hermana mayor, mi tía, mi abuelita y la doméstica.
̶ Ahhhhh, todas mujeres, espere déjeme anotar eso, es muy importante. ¿Qué le hicieron, la regañaron? ¿Le pegaron?
̶ No, mi mamá me levantó del piso, me dio besitos, mientras mi hermana y la empleada recogían las bolitas para que nadie fuera a caerse, y levantaban del suelo, la silla, el banco que había puesto sobre la silla, el baulito que había puesto sobre el banco que estaba en la silla y la patineta que había puesto sobre el baulito que estaba sobre el banco, que estaba sobre la silla, mientras mi abuelita me sobaba la cabeza y cantaba “sana, sana cabecita de rana, si no sanas hoy, sanarás mañana”
̶ Espere, déjame anotar: la mujer mayor le sobaba la cabeza mientras le cantaba. Dígame, mientras le sobaban la cabeza, usted, ¿qué hacía?
̶ Lloraba, sí, eso pienso que…
̶ No piense, déjemelo a mí por favor. Pensar es mi trabajo, el suyo es recordar. ¿Por qué lloraba, lo sabe?
̶ Creo que del susto.
̶  Permítame. Anoto: lloraba del susto. Qué pasó después, ¿lo recuerda?
̶  Sí, claro. Llegó mi papá y atrás de él, venia mi hermano mayor.
̶ Esto es muy importante en la vida de una mujer, estamos llegando al punto álgido. Espere, yo anoto: Llegaron los hombres…. Y, qué le hicieron. ¿Le pegaron?, ¿la regañaron?
̶  No. Sabe que no, que no fue así, mi papá sonreído, me cargó en sus brazos. Entonces yo…
̶ Un momento. Se acabó el tiempo. Le daré cita para el miércoles próximo a las tres de la tarde.


viernes, 1 de agosto de 2014

Otra visión

 Gil Sánchez
México 

 
Caminando por la pradera con mi nieto a mí lado, abstraído por esos pensamientos apocalípticos que aparecen nomás en los viejos, increpaba a mi persona acerca de por qué no había hecho más en la vida, tan cerca ya de la muerte. El sol se había ocultado detrás de una montaña majestuosa, pero no competía con él. Mi nieto de doce años, al comenzar a oscurecerse me dijo:
     ––Mira abuelo, las estrellas están brillando todas, viven felices.
      –– ¡No! ¡Ya están muertas! Sólo avisan lo que hicieron después de morir––al instante me sentí apenado al golpear sus sentimientos, y lo abracé, con mis ojos le pedí perdón. Ahí comprendí el por qué de las mentiras piadosas.
     ––Entonces, yo a lo mejor vivo solo cuando tú me miras. Y lo que miras es mi imagen o el sonido de mi voz––dijo mi nieto, sin quitar su vista a las estrellas.
      Después de su comentario, dejé de preocuparme, a lo mejor, así era.