Deanna Albano
Caracas, Venezuela
Maria Lionza es una deidad femenina mística autóctona del
folklore venezolano.
Representada popularmente como una diosa o una
reina y la escultura de una mujer guerrera, con el pecho desnudo, en la
autopista, es motivo de ofrendas,
flores, cartas de petición, en un culto
en el que se mezclan ritos y creencias. Los creyentes hacen de las sierras de la montaña de Sorte, en el Estado Yaracuy, un santuario y lugar de peregrinaje para personas de todos
los estratos sociales.
En la Universidad asistí a una charla de un
psiquiatra, quien estaba totalmente
convencido de que Sorte, con su río, el
verde follaje y la brisa, era un lugar de sanación terapéutico, para
aquellos seres que acudían confiados a los brujos, en búsqueda de soluciones a sus problemas.
Los cuentos, hicieron que visualizara una
imagen paradisíaca de ese lugar que ansiaba conocer. Sin embargo, al preguntar, las personas abrían los ojos y
susurraban —No se
puede ir solo, es peligroso, hay que ir en grupo.
Pero vino el momento oportuno al cursar un postgrado, un profesor sociólogo avezado en
lo místico religioso conformó un grupo de psicólogos, psiquiatras, y otros. Éramos
unos doce alumnos de su asignatura, llenos
de expectativas.
Planificamos, organizamos, buscar las carpas
para permanecer los cuatro días de asueto, en ocasión al 24 de Junio, día de
San Juan y Fiesta Nacional en conmemoración a la Batalla de Carabobo.
Emprendimos el viaje, en cuatro carros y a las
cuatro horas llegamos al pueblo de Chivacoa, y nos alojamos esa primera noche
en el hotel « Las cuatro cortes»
Después de la cena, tuvimos el primer contacto
con los ritos, donde hay elementos de la religión yoruba, vudú
y místicos y teológicos de otras
culturas.
Nos llevaron caminando a otro sitio donde nos
esperaba la Señora Benita, mujer de unos cincuenta años, de pelo gris y
ademanes muy pausados. La acompañaba su hijo Félix, un joven apuesto de unos
veinte años.
En el salón resaltaba un gran altar y nos
fueron explicando acerca de las varias cortes:
Corte celestial, corte negra, corte libertadora,
corte calé o malandra[1],
y varias otras difíciles de recordar. Los rituales entremezclan santos, con
personajes de la cultura popular venezolana y personajes históricos. Por eso la
imagen de José Gregorio Hernández, el Cacique Guaicaipuro, convivían con Simón Bolívar,
el Negro Felipe y muchos otros. No faltaba la imagen del político de turno.
Al
terminar, la señora Benita preguntó
—¿Quién
quiere trabajar? —
Nos
miramos los unos a los otros, habíamos ido a observar, eramos científicos!
Pablo, un joven sociólogo, de voz profunda, exclamó: Yo, yo.
Lo acostaron en el suelo, rodeado de velas, le
echaron licor. La señora le lanzaba el humo de un tabaco, pronunciando
algunos sonidos.
De repente Pablo se levantó bruscamente, emitiendo
sonidos guturales, incomprensibles, se daba golpes de pecho y danzaba alrededor de nosotros.
Luego de unos minutos Félix lo sostuvo por los
hombros, le susurró unas palabras y Pablo regresó a su estado normal.
Benita
interpretó que el joven había reencarnado en el Cacique Guaicaipuro,
una de las potencias del culto. Este ritual duró más o menos media hora.
Posteriormente se ofreció Simón, un psiquiatra,
quien rápidamente entró en trance. Permaneció acostado, sus palabras eran inconexas,
inteligibles, murmuraba llamando a alguien.
Luego de un largo rato Felix trató de que
regresara, sin embargo tuvo que intervenir Benita, para que Simón volviera a la
conciencia. La bruja no comentó nada,
Simón tampoco. Silenciosos y cabizbajos regresamos al hotel.
Al día siguiente, después de un copioso
desayuno, recogimos nuestras pertenencias y provisiones para los tres días
restantes y emprendimos la caminata hacia el lugar escogido.
Debíamos atravesar un riachuelo, allí nos
detuvimos, Benita tenía que pedirle autorización a María Lionza. Si no se
cumplía este requisito ella podría enojarse. Nos recordó las estrictas normas:
no se podía tomar ron, y algo muy importante, estaba prohibido burlarse de
alguien o reírse.
Llegamos, montamos las carpas, nos separamos en
pequeños grupos y dimos un paseo por los alrededores. Yo iba con mi amiga Enoé.
Las matas no estaban tan verdes, el paisaje no era tan esplendoroso. Una
proliferación de altares de todos los
tamaños. Grises y más grises, cenizas, personas rodeadas de velas, gallinas, palomas
degolladas. Botellas vacías de ron.
Personas grises, feas. No se escuchaban risas ni cantos.
Enoé y yo, cual niñas de preescolar, agarradas
de la mano, no nos atrevíamos a separarnos. Un señor, de muy mal aspecto, uno de los brujos nos acosaba:
—¿Quieren
trabajar? — a lo cual nos negamos una y otra vez.
A lo lejos vimos a Pablo en el río, nuevamente
había reencarnado en Guaicaipuro. Más allá una señora caía en trance con una
facilidad asombrosa, reencarnando en varias personalidades.
El profesor había conseguido un permiso
especial, para filmar uno de los trabajos,
pero solo de nuestro grupo.
Se acercaba la noche, el lugar adquirió un
encanto particular por la inmensidad de velas encendidas rodeando los cuerpos
de mujeres, hombres, jovencitas, jovencitos, grupos, grupitos, cada uno
concentrado en lo suyo,
Llegó la hora. Benita preguntó: ¿Quién está
dispuesto a trabajar?—
Callados, nos mirábamos, cuando Simón con tenue
voz afirmó:
— Yo, yo quiero.
Lo acostaron, lo rodearon de velas, le echaron
ron, fumaron el tabaco.
Simón, en el suelo, empezó a murmurar: Quiero
ir a la montaña, quiero ir la montaña.
Un joven matemático de nuestro grupo, empezó a
reírse nerviosamente,
A mi lado estaba la nieta de la Sra. Benita, una
niña de unos diez años de edad quien murmuró: Esto se pone mal, cuando llaman a
la montaña es peligroso. Y ese señor riéndose, mal muy mal.
Transcurrió un tiempo, Simón hablando incoherencias
hasta que calló. La Sra. Benita pidió ayuda
a otros dos brujos y lo levantaron, pero él no reaccionaba. Trataron
por diferentes medios de que se recuperara pero, nada, Simón estaba ido. No
obstante la noche calurosa, un frio recorrió mi cuerpo, yo no dejaba de
observar el rostro angustiado de la
niña.
Llevaron a Simón al río, lo bañaron sin éxito
alguno. Lo trajeron de vuelta. La psiquiatra del grupo nos pidió que hiciéramos
un círculo rodeando el cuerpo inanimado y sostenido por los brujos. Agarrados de la mano, llamábamos:
Simón, Simón, regresa.
Estuvimos largo rato, llamándolo, fueron
segundos, minutos, me pareció un siglo, hasta que al fin Simón poco a poco volvió
a la conciencia.
Silenciosamente nos retiramos a las carpas, y
sin quitarnos la ropa, nos dispusimos a dormir, sin embargo los rituales
continuaron toda la noche. Unos rezaban, otros caían en trance, una y otra vez. Esa noche Simón estuvo merodeando las carpas y
entraba a ellas varias veces, buscando sus zapatos. A las seis de la mañana del
día siguiente, no sé quien dio la orden pero todos habíamos recogido nuestras
pertenencias, las carpas y emprendimos el camino de regreso.
Simón condujo su camioneta, con dos muchachas, pero ellas a
los pocos minutos le pidieron que las dejara en la carretera. Apenas había
recorrido cuatro kilómetros, cuando Simón se fue por un barranco, atraído tal vez por la muerte. Estuvo hospitalizado varios meses sin deseos de luchar por la vida que le había
ocasionado varios golpes últimamente.
Deanna Albano
Caracas, Venezuela
https://www.youtube.com/watch?v=h092K3_hUsI
Qué hermosa manera de recuperar esos personajes que no se van de la historia de los pueblos!
ResponderBorrarImpactante descripción!
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