domingo, 10 de agosto de 2014

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Elvirita Hoyos
Cartagena, Colombia
Ana recurrió a la sicóloga, para que la ayudara a desentrañar traumas ocultos que ni ella misma sabía que tenía. El asunto es, que el mismo día que fue donde la sicologa, fue el día en que ella se preguntó en alta voz, ¿por qué’? Y caminando la habitación en círculos, desesperada, se repetía la misma pregunta: ¿por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Una y otra vez, sin hallar respuestas.
La sicóloga, llenó una hoja con sus datos y mirándola fijamente a los ojos, le preguntó:
̶  ¿Sabe por qué está aquí?
̶ Sí, le respondió.
̶ ¿Por qué?
̶Es la misma pregunta que he venido haciéndome, desde esta mañana, y pensé que usted, me daría la respuesta.
̶ Ah, respondió, usted quiere una respuesta a su pregunta.
̶Exacto.
̶Y, ¿qué opina si le digo, que no tengo respuestas para usted?
̶¿Entonces? ¿No tengo cura?
̶Cura, sí hay. No he dicho eso, lo que trato es de explicarle que las respuestas están en usted.
̶Ah. ¿Y cómo las encuentro?
̶Yo la ayudaré. Bien, bien, bien. Empecemos. Póngase cómoda y cuénteme el primer recuerdo que se le atraviese, sin pensarlo demasiado. Pensar sobre lo que usted diga es mi trabajo, el suyo, es recordar.
̶ Deme una guía.
̶ Vaya a su niñez. Que le paso en su niñez.
̶ En mi niñez…estuve aislada en una habitación cerrada y algo oscura…
̶ ¿La secuestraron?
̶ No. Me dio Sarampión y me apartaron de los demás niños, con quienes solía jugar.
̶ Y eso fue terrible, supongo.
̶ No tanto, lo pasé muy bien, me consintieron, me dieron helados, gelatinas, papas en puré. Me regalaban comics, me leían cuentos y jugábamos a la lotería, ¿sabe? Me mostraban un cartoncito con algún dibujo que yo tenía que adivinar diciendo de qué se trataba.
̶ Puede adelantarse un poco y decirme qué la molestaba.
̶ Bueno yo quería estar con mis amiguitos corriendo, jugando al correr que te alcanzo y también a escondernos para que los otros nos encontraran. Pero no, estaba encerrada en mi habitación y eso  me molestaba.
̶ Eso es ¿todo? ¿No pasó algo más?
̶ Bueno, sí. Quise abrir la ventana, pero la falleba estaba muy alta, ¿sabe? Así que arrastré una silla y la puse frente a la ventana y me subí a ella, pero no alcancé la falleba y tuve que bajarme y arrastré el banco del tocador y lo puse encima de la silla y de nuevo me subí, pero la falleba de la ventana seguía inalcanzable para mí, así, que de nuevo bajé, y  miré por todos lados buscando qué podía servirme y vi el baúl, donde guardaba los jugueticos pequeñitos y las bolitas de colores, para jugar dama china o de las otras bolitas, para jugar “uñita” y entonces lo cargué hasta la silla y empinándome, lo puse encima del banco del tocador que estaba sobre la silla y luego me encaramé primero en la silla, luego al banco que estaba sobre la silla y seguí sobre el baulito, que estaba sobre el banco, que estaba sobre la silla. Fue cuando  me di cuenta, que la silla estaba alejada de la ventana así, que no podía alcanzar la falleba para abrirla.
̶ ¿Qué hizo, entonces?
̶ Bueno, me bajé de allí con alguna dificultad y luego acerqué la silla a la ventana, e iba a subirme cuando vi debajo de la cama, la patineta y pensé…
̶ No así no, ya le dije que usted cuenta su recuerdo y yo soy la que pienso. Continúe…
̶ Ajá, entonces, cogí la patineta y con ella en una mano, escalé la silla, luego escalé el banco que estaba sobre la silla, seguí escalando al baúl, que estaba sobre el banco, que estaba sobre la silla y puse la patineta encima y me monté sobre ella…
̶ Y ¿alcanzó la dichosa falleba?
̶ Pues, me incliné un poco hacia adelante y cuando ya casi la tocaba, todo ese andamiaje, se cayó conmigo encima y…
̶ ¿Se hizo daño? ¿Se hirió en alguna parte? ¿Le dolió el golpe?
̶  No, la verdad no recuerdo.
̶  Ajá, déjeme anotar: se cayó y no recuerda si le dolió el golpe.
̶  Bueno, yo pienso, que…
̶ Ya le dije que soy yo, la que debo pensar. Continúe sólo con sus recuerdos…
̶  Oí el estropicio, tal como lo estoy oyendo ahora…
̶ Espere, déjeme anotar: Oye ahora el estropicio, tal como lo oyó en ese momento, ¿cierto? Y que pasó después…
̶  Llegaron los adultos y…
̶ ¿Los adultos, dijo? ¿Quiénes eran? ¿Por qué no los llama por sus nombres?
̶ Bueno llego mi mamá, mi hermana mayor, mi tía, mi abuelita y la doméstica.
̶ Ahhhhh, todas mujeres, espere déjeme anotar eso, es muy importante. ¿Qué le hicieron, la regañaron? ¿Le pegaron?
̶ No, mi mamá me levantó del piso, me dio besitos, mientras mi hermana y la empleada recogían las bolitas para que nadie fuera a caerse, y levantaban del suelo, la silla, el banco que había puesto sobre la silla, el baulito que había puesto sobre el banco que estaba en la silla y la patineta que había puesto sobre el baulito que estaba sobre el banco, que estaba sobre la silla, mientras mi abuelita me sobaba la cabeza y cantaba “sana, sana cabecita de rana, si no sanas hoy, sanarás mañana”
̶ Espere, déjame anotar: la mujer mayor le sobaba la cabeza mientras le cantaba. Dígame, mientras le sobaban la cabeza, usted, ¿qué hacía?
̶ Lloraba, sí, eso pienso que…
̶ No piense, déjemelo a mí por favor. Pensar es mi trabajo, el suyo es recordar. ¿Por qué lloraba, lo sabe?
̶ Creo que del susto.
̶  Permítame. Anoto: lloraba del susto. Qué pasó después, ¿lo recuerda?
̶  Sí, claro. Llegó mi papá y atrás de él, venia mi hermano mayor.
̶ Esto es muy importante en la vida de una mujer, estamos llegando al punto álgido. Espere, yo anoto: Llegaron los hombres…. Y, qué le hicieron. ¿Le pegaron?, ¿la regañaron?
̶  No. Sabe que no, que no fue así, mi papá sonreído, me cargó en sus brazos. Entonces yo…
̶ Un momento. Se acabó el tiempo. Le daré cita para el miércoles próximo a las tres de la tarde.


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