Elvirita Hoyos
Cartagena, Colombia
Ana
recurrió a la sicóloga, para que la ayudara a desentrañar traumas ocultos que
ni ella misma sabía que tenía. El asunto es, que el mismo día que fue donde la
sicologa, fue el día en que ella se preguntó en alta voz, ¿por qué’? Y
caminando la habitación en círculos, desesperada, se repetía la misma pregunta:
¿por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Una y otra vez, sin hallar respuestas.
La sicóloga,
llenó una hoja con sus datos y mirándola fijamente a los ojos, le preguntó:
̶ ¿Sabe por qué está aquí?
̶ Sí, le
respondió.
̶ ¿Por
qué?
̶Es la
misma pregunta que he venido haciéndome, desde esta mañana, y pensé que usted,
me daría la respuesta.
̶ Ah,
respondió, usted quiere una respuesta a su pregunta.
̶Exacto.
̶Y, ¿qué
opina si le digo, que no tengo respuestas para usted?
̶¿Entonces?
¿No tengo cura?
̶Cura, sí
hay. No he dicho eso, lo que trato es de explicarle que las respuestas están en
usted.
̶Ah. ¿Y
cómo las encuentro?
̶Yo la
ayudaré. Bien, bien, bien. Empecemos. Póngase cómoda y cuénteme el primer
recuerdo que se le atraviese, sin pensarlo demasiado. Pensar sobre lo que usted
diga es mi trabajo, el suyo, es recordar.
̶ Deme una
guía.
̶ Vaya a
su niñez. Que le paso en su niñez.
̶ En mi
niñez…estuve aislada en una habitación cerrada y algo oscura…
̶ ¿La secuestraron?
̶ No. Me
dio Sarampión y me apartaron de los demás niños, con quienes solía jugar.
̶ Y eso
fue terrible, supongo.
̶ No
tanto, lo pasé muy bien, me consintieron, me dieron helados, gelatinas, papas
en puré. Me regalaban comics, me leían cuentos y jugábamos a la lotería, ¿sabe?
Me mostraban un cartoncito con algún dibujo que yo tenía que adivinar diciendo
de qué se trataba.
̶ Puede adelantarse
un poco y decirme qué la molestaba.
̶ Bueno yo
quería estar con mis amiguitos corriendo, jugando al correr que te alcanzo y
también a escondernos para que los otros nos encontraran. Pero no, estaba
encerrada en mi habitación y eso me
molestaba.
̶ Eso es
¿todo? ¿No pasó algo más?
̶ Bueno,
sí. Quise abrir la ventana, pero la falleba estaba muy alta, ¿sabe? Así que
arrastré una silla y la puse frente a la ventana y me subí a ella, pero no
alcancé la falleba y tuve que bajarme y arrastré el banco del tocador y lo puse
encima de la silla y de nuevo me subí, pero la falleba de la ventana seguía
inalcanzable para mí, así, que de nuevo bajé, y
miré por todos lados buscando qué podía servirme y vi el baúl, donde
guardaba los jugueticos pequeñitos y las bolitas de colores, para jugar dama
china o de las otras bolitas, para jugar “uñita” y entonces lo cargué hasta la
silla y empinándome, lo puse encima del banco del tocador que estaba sobre la
silla y luego me encaramé primero en la silla, luego al banco que estaba sobre
la silla y seguí sobre el baulito, que estaba sobre el banco, que estaba sobre
la silla. Fue cuando me di cuenta, que
la silla estaba alejada de la ventana así, que no podía alcanzar la falleba
para abrirla.
̶ ¿Qué
hizo, entonces?
̶ Bueno,
me bajé de allí con alguna dificultad y luego acerqué la silla a la ventana, e
iba a subirme cuando vi debajo de la cama, la patineta y pensé…
̶ No así
no, ya le dije que usted cuenta su recuerdo y yo soy la que pienso. Continúe…
̶ Ajá,
entonces, cogí la patineta y con ella en una mano, escalé la silla, luego
escalé el banco que estaba sobre la silla, seguí escalando al baúl, que estaba
sobre el banco, que estaba sobre la silla y puse la patineta encima y me monté
sobre ella…
̶ Y
¿alcanzó la dichosa falleba?
̶ Pues, me
incliné un poco hacia adelante y cuando ya casi la tocaba, todo ese andamiaje,
se cayó conmigo encima y…
̶ ¿Se hizo
daño? ¿Se hirió en alguna parte? ¿Le dolió el golpe?
̶ No, la verdad no recuerdo.
̶ Ajá, déjeme anotar: se cayó y no recuerda si le
dolió el golpe.
̶ Bueno, yo pienso, que…
̶ Ya le
dije que soy yo, la que debo pensar. Continúe sólo con sus recuerdos…
̶ Oí el estropicio, tal como lo estoy oyendo
ahora…
̶ Espere,
déjeme anotar: Oye ahora el estropicio, tal como lo oyó en ese momento,
¿cierto? Y que pasó después…
̶ Llegaron los adultos y…
̶ ¿Los
adultos, dijo? ¿Quiénes eran? ¿Por qué no los llama por sus nombres?
̶ Bueno
llego mi mamá, mi hermana mayor, mi tía, mi abuelita y la doméstica.
̶ Ahhhhh,
todas mujeres, espere déjeme anotar eso, es muy importante. ¿Qué le hicieron,
la regañaron? ¿Le pegaron?
̶ No, mi
mamá me levantó del piso, me dio besitos, mientras mi hermana y la empleada
recogían las bolitas para que nadie fuera a caerse, y levantaban del suelo, la
silla, el banco que había puesto sobre la silla, el baulito que había puesto
sobre el banco que estaba en la silla y la patineta que había puesto sobre el
baulito que estaba sobre el banco, que estaba sobre la silla, mientras mi
abuelita me sobaba la cabeza y cantaba “sana, sana cabecita de rana, si no
sanas hoy, sanarás mañana”
̶ Espere,
déjame anotar: la mujer mayor le sobaba la cabeza mientras le cantaba. Dígame,
mientras le sobaban la cabeza, usted, ¿qué hacía?
̶ Lloraba,
sí, eso pienso que…
̶ No
piense, déjemelo a mí por favor. Pensar es mi trabajo, el suyo es recordar. ¿Por
qué lloraba, lo sabe?
̶ Creo que
del susto.
̶ Permítame. Anoto: lloraba del susto. Qué pasó
después, ¿lo recuerda?
̶ Sí, claro. Llegó mi papá y atrás de él, venia
mi hermano mayor.
̶ Esto es
muy importante en la vida de una mujer, estamos llegando al punto álgido.
Espere, yo anoto: Llegaron los hombres…. Y, qué le hicieron. ¿Le pegaron?, ¿la
regañaron?
̶ No. Sabe que no, que no fue así, mi papá
sonreído, me cargó en sus brazos. Entonces yo…
̶ Un
momento. Se acabó el tiempo. Le daré cita para el miércoles próximo a las tres
de la tarde.
Excelente. Me gustó.
ResponderBorrarExcelente. Me gustó.
ResponderBorrarAh! Muy bueno!
ResponderBorrar