viernes, 1 de agosto de 2014

Otra visión

 Gil Sánchez
México 

 
Caminando por la pradera con mi nieto a mí lado, abstraído por esos pensamientos apocalípticos que aparecen nomás en los viejos, increpaba a mi persona acerca de por qué no había hecho más en la vida, tan cerca ya de la muerte. El sol se había ocultado detrás de una montaña majestuosa, pero no competía con él. Mi nieto de doce años, al comenzar a oscurecerse me dijo:
     ––Mira abuelo, las estrellas están brillando todas, viven felices.
      –– ¡No! ¡Ya están muertas! Sólo avisan lo que hicieron después de morir––al instante me sentí apenado al golpear sus sentimientos, y lo abracé, con mis ojos le pedí perdón. Ahí comprendí el por qué de las mentiras piadosas.
     ––Entonces, yo a lo mejor vivo solo cuando tú me miras. Y lo que miras es mi imagen o el sonido de mi voz––dijo mi nieto, sin quitar su vista a las estrellas.
      Después de su comentario, dejé de preocuparme, a lo mejor, así era.

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