domingo, 29 de agosto de 2021

El traje

Gil Sanchez

Mexico




Siempre pensé que tendría que cumplir mi sueño. Al jubilarme, iría a comprar un traje a mi medida. Concedido me dije, lo guardé para la ocasión. Pasaron los años y ese día especial, nunca apareció. Bueno, se me escapó la oportunidad cuando falleció un compadre en pleno agosto y en canícula. Opté por irme fresco con camisa negra manga corta. Siguieron pasando los años y escasearon las fiestas especiales, en una edad donde solo vamos a funerales. 

Una mañana, sentado en mi mecedora en el porche con mi taza de café, veía a gente pasear en short y otras en short pequeño y sandalias coquetas. Esta imagen regreso hasta el ayer, cuando de niño veías el pan en exhibición que no puedes comprar. Y retener la imagen, para qué, me contesté. Fue cuando me acorde del preciado traje azul oscuro con finas líneas delgadas rojas. Lo busqué entre pantalones y camisas abandonadas de años, fuera de moda; de esas camisas de las cuales me burlaba cuando veía a los ancianos. Lo saqué de la bolsa del porta trajes, después de diecisiete años. Cayeron unas lágrimas entre la felicidad de la compra y la nostalgia de la espera. Era un espacio vacío y demasiado profundo.

Como un jovenzuelo procedí a ducharme, restregué la esponja sobre mi piel, que parecía estar bañando a un shar pei. Limpie muy bien mi dentadura, afeite mi cara, utilice una loción guardada para días selectos, la esparcí por zonas altas y bajas, no por las dudas, sino por la costumbre de sentirme especial. Me vestí con mi traje y unos zapatos mocasín piel de cocodrilo negros, al primer doble del pie se quebró la piel de enfrente. Así que, me puse unos zapatos negros amplios más actuales y cómodos.

La edad al sumar resta estatura. Mi padre decía que le avisara cuando la baja era de sopetón, porque ya merito. Hoy me asuste cuando arrastraba el pantalón del dobladillo y lo pisaba con el talón. Busqué unos clips, de esos que guardan los viejos para algo y, ese algo llegó, ajusté el largo de mi pantalón sin importarme que se vieran. Aprecie el tipo de corbata y era la ideal, una roja brillante con lluvia fina azul. Me vi al espejo joven y elegante. 

Por fortuna llegaron mis dos hijos con mis nietos y mi esposa asombrada, mandándole mis nueras e hijos señales de si estaba en mis cabales, ella encogía los hombros con un no dudoso. Disfrute como nunca el día, platique como realmente deseaba que me escucharan, hice reír a todos con mis anécdotas. Por la noche le dije a mi esposa que estaba bien que, solo quería probarme la ilusión que no había concretado. Me lo pondré en otro día especial.

––Pero cariño, los clips se ven mal, hasta uno esta oxidado qué van a decir.

––No lo verá nadie, así déjalo. Es el ideal, y es el que vas a ponerme en mi funeral. Está muy cómodo––la tomo de los hombros y le dio un tierno beso––. Es perfecto para que este James Bond se retire de sus películas.

 




viernes, 13 de agosto de 2021

Vacaciones


Osvaldo Villalba

Buenos Aires, Argentina



Buscando documentos antiguos encontré una valija de madera que era de mi viejo. Adentro hay fotos. Me atrapó una de Córdoba del año 1958. Estoy con mis padres con el paisaje serrano atrás. Por un momento me remonto a ese escenario. ¿Cómo contaría hoy esa experiencia?

El tren ingresa lentamente en la estación terminal. El cansancio del largo viaje se diluye en el preciso instante en que mis ojos leen el cartel del andén: La Falda.

Estoy acostumbrado a viajar en tren. Vivimos en Capital, en el barrio de Constitución, pero como mi mamá es oriunda de Quilmes tenemos muchos familiares allí. Varias veces en el mes viajamos en el Roca a visitar unos primos de mi madre o en el colectivo El Halcón si vamos a lo de su hermana. Pero son viajes de cuarenta minutos, a lo sumo una hora.

Hoy es distinto. Llevamos un poco más de doce horas en el tren. Salimos de Retiro a las ocho de la mañana y está oscureciendo. Estoy muy emocionado. El mes próximo voy a cumplir catorce y es la primera vez que salimos de vacaciones. Creo que mis viejos también lo están. Soy hijo único y éste es el premio por haber terminado bien el primer año del Comercial. Algo que ninguno de los dos pudo hacer. De hecho mi papá no terminó ni el primario. Es un autodidacta. Él me enseñó a entender a José Ingenieros. No hace falta aclarar que no profesamos ninguna religión en casa, ni la judía de la que proviene mi mamá ni la católica de la familia de mi papá. Pero como mis abuelos ya no están no hay drama.

Salimos de la estación y mi padre dice:

—Vamos a tomar un taxi porque no tengo la menor idea de dónde queda el Hotel Español

—Sí, mejor. Porque ya está oscuro —acota mi mamá.

Comenzamos el viaje y no me alcanzan los ojos para ver los negocios iluminados y un montón de gente caminando por la calle a pesar de la hora. Quince minutos después bajamos frente al hotel. También es la primera vez que voy a dormir en un lugar que no es mi casa ni la de un familiar cercano. Sólo puedo afirmar que me gusta aunque no tenga con qué compararlo.

Los encargados o dueños, no lo sé, son muy amables. Como se enteraron que el tren venía con atraso dispusieron un turno adicional del comedor para servirnos la cena. Al parecer somos unos cuantos los que vinimos en el tren.

 

Hoy me desperté temprano, desayuné rápido y mientras mis padres planean la actividad del día, salgo al jardín. Como a treinta metros del hotel en un descampado veo unas piedras enormes que me invitan a trepar. Cuando llego a la más alta miro el paisaje y…del otro lado de la calle, a unos cien metros, está la estación del ferrocarril.

El taxista se aprovechó de los porteños.

Hoy en día la tecnología nos permite cosas increíbles. Para reafirmar mis recuerdos recurro al Google Map y efectivamente aparece el hotel, hoy renovado, a pocos metros de la estación de ferrocarril, ya convertida en museo.