Buenos Aires, Argentina
Buscando documentos antiguos encontré una valija de madera que era de mi viejo. Adentro hay fotos. Me atrapó una de Córdoba del año 1958. Estoy con mis padres con el paisaje serrano atrás. Por un momento me remonto a ese escenario. ¿Cómo contaría hoy esa experiencia?
El tren ingresa lentamente en la estación terminal. El cansancio del largo viaje se diluye en el preciso instante en que mis ojos leen el cartel del andén: La Falda.
Estoy acostumbrado a viajar en tren. Vivimos en Capital, en el barrio de Constitución, pero como mi mamá es oriunda de Quilmes tenemos muchos familiares allí. Varias veces en el mes viajamos en el Roca a visitar unos primos de mi madre o en el colectivo El Halcón si vamos a lo de su hermana. Pero son viajes de cuarenta minutos, a lo sumo una hora.
Hoy es distinto. Llevamos un poco más de doce horas en el tren. Salimos de Retiro a las ocho de la mañana y está oscureciendo. Estoy muy emocionado. El mes próximo voy a cumplir catorce y es la primera vez que salimos de vacaciones. Creo que mis viejos también lo están. Soy hijo único y éste es el premio por haber terminado bien el primer año del Comercial. Algo que ninguno de los dos pudo hacer. De hecho mi papá no terminó ni el primario. Es un autodidacta. Él me enseñó a entender a José Ingenieros. No hace falta aclarar que no profesamos ninguna religión en casa, ni la judía de la que proviene mi mamá ni la católica de la familia de mi papá. Pero como mis abuelos ya no están no hay drama.
Salimos de la estación y mi padre dice:
—Vamos a tomar un taxi porque no tengo la menor idea de dónde queda el Hotel Español
—Sí, mejor. Porque ya está oscuro —acota mi mamá.
Comenzamos el viaje y no me alcanzan los ojos para ver los negocios iluminados y un montón de gente caminando por la calle a pesar de la hora. Quince minutos después bajamos frente al hotel. También es la primera vez que voy a dormir en un lugar que no es mi casa ni la de un familiar cercano. Sólo puedo afirmar que me gusta aunque no tenga con qué compararlo.
Los encargados o dueños, no lo sé, son muy amables. Como se enteraron que el tren venía con atraso dispusieron un turno adicional del comedor para servirnos la cena. Al parecer somos unos cuantos los que vinimos en el tren.
Hoy me desperté temprano, desayuné rápido y mientras mis padres planean la actividad del día, salgo al jardín. Como a treinta metros del hotel en un descampado veo unas piedras enormes que me invitan a trepar. Cuando llego a la más alta miro el paisaje y…del otro lado de la calle, a unos cien metros, está la estación del ferrocarril.
El taxista se aprovechó de los porteños.
Hoy en día la tecnología nos permite cosas increíbles. Para reafirmar mis recuerdos recurro al Google Map y efectivamente aparece el hotel, hoy renovado, a pocos metros de la estación de ferrocarril, ya convertida en museo.
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