Paul Fernando Morillo
Lewisville NC. USA
No sé qué
esperar, el marido de mi ex me llamó, y por la voz de amargura con que sonaron sus
palabras solo puedo pensar lo peor.
Aquí me
encuentro, en el patio posterior de su casa sintiéndome como agua en un cajón
de arena. Él abre la puerta, y adivino por el rojo de sus ojos que no ha parado
de llorar.
“Se nos
adelantó” me dice, sin detalles, y sin más, me abraza compartiendo el dolor que
él cree que también debe ser mío. Me invita a entrar y me sirve un whisky con
hielo. No me interesa preguntar cómo sucedió. No tiene sentido.
Entramos a la
casa.
Sobre la mesa
de la sala hay un paquete de cartas
abrazadas en un sueño de años. Las misivas descansan unas sobre otras atadas con un solitario cordel terminado con un lazo hecho con apuro.
-Nos amó mucho
a los dos, me dice él, ahora viudo. Toma las cartas y las pone en mis manos y…
me brinda la privacidad de una sala solitaria.
Los sobres
están marcados con fechas, en orden cronológico. La carta del fondo, la que
aguanta a las demás, lleva por fecha un año antes de nuestro divorcio. La de
arriba, que corona todo el bulto, es de un
año después de su segundo matrimonio. Temo leer esta última. Pienso en los momentos de mi vida
junto a esta mujer que ya no está en este mundo. Recuerdo lo bueno, lo malo y
trato de balancear mis emociones. No me culpo ni le culpo.
-No era, me
digo, a mis adentros.
Apuro el whisky
y busco la botella, me sirvo otro trago, esta vez sin hielo. Mi cuerpo
está lo suficientemente inanimado, frío debido a las fúnebres noticias, como
para aumentar su frigidez.
Tengo la última carta abierta ante mis ojos.
-Su despedida,
me responde a una pregunta que no formulé.
El papel está
arrugado, fué mojado de alguna forma, no hay rastros de tinta, está en blanco.
Instintivamente lo pongo en mi pecho, para rendirle un último tributo. Mi corazón me exige que huela la carta vacía. Y es asi,
que esta acción en este instante me trae un olor agrio-salino imperceptible a
los pechos sin amor. Golpea mis fosas nasales excarbando sentimientos
enterrados.
Descubro una
por una las lágrimas secas en este papel arrugado por el agua salina del
desconsuelo. Allí, bebo y aprendo lo que fue amor del bueno. Todavía me afirmo
en mi “No era”; pero cómo negar el enjambre de néctar de la vida que estas
gotas tristes y evaporadas representan, y es eso mismo lo que me revelan, el
amor que me profesan, más allá del cúmulo de años que quiso parar el latir de
su corazón enamorado. Me doy cuenta que fuí yo el causante; quien hizo que ella mojara y secara ese llanto de
amor y despedida.
--No era--lo
sabía cuando me separé de ella y lo sé ahora porque solo me quedan bellos
recuerdos pero no emociones. La culpa que siento no se va ni se esconde. Bebo
el segundo whisky necesitando aplacar una disculpa que, la verdad, no siento.
--No era y punto-- me repito automáticamente y salgo camino al cementerio.
Estoy frente a
un mini nicho, donde se conservan las cenizas de los finados, el nombre de ella
escrito al apuro en la tapa del nicho, la enterraron recientemente y
todavía nada es perenne. Perfecto, digo en voz alta y reparo mi soledad
en el camposanto. Imposible meter
el fardo de cartas en el hueco de treinta por treinta centímetros, las cartas
son de ella aunque el destinatario sea yo y deben reposar con su legítima
dueña. La lápida está sellada, tanto
como estuvo su amor, eterno ahora. Tomo tres cartas casi al azar, la segunda
fechada cronológicamente, una del medio y la antepenúltima, anterior a la carta de las
lágrimas. Es este orden, todavía dueles”, “¿porqué?“, “SI ERA.”
Esta última
frase me toma desprevenido y me timbra las cuerdas del alma, siento su
presencia a mi lado, los vellos de la nuca se me
erizan estoicos ante la arremetida del destino.
Camino hasta un árbol a unos pasos de allí, escarbo un pequeño hoyo a
manera de nicho, con mi bolígrafo escribo en la tapa de la carta de las
lágrimas “NO ERA” que sigue al tope de todas las demás y la marco con un beso
bajado del cielo, con la punta del bolígrafo me saco unas gotas de sangre del
pulgar. Dejo que mi sangre marque las
cartas por un costado, las deposito en
el fondo de la pequeña sepultura, me santiguo mecánicamente y me alejo para
siempre del lugar.
Paul F. Morillo
Lewisville NC USA
Me gusta. Conduce a varias reflexiones. Un beso
ResponderBorrarMe gusta. Conduce a varias reflexiones. Un beso
ResponderBorrarBuena pintura de como procesamos nuestras decisiones y como ellas afectan en forma desigual a aquellos que nos rodean. A veces hasta sufrimos la culpa de no sentir culpa.
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