domingo, 31 de enero de 2016

Yosinmí

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Maritza Sevilla

Valencia, Venezuela

 


Disculpa el no haberte escrito antes. Los dos últimos días los he vivido a la carrera.  Durante el viaje no me cansaba de mirar el paisaje por la ventana. El autobús hizo una parada en un pueblito del camino. Se subió una señora mayor y se sentó en el asiento que estaba a mi lado. Estuvimos unos instantes allí, se montaron algunas personas más y el autobús siguió su camino. La señora me ofreció unas galletas que sacó de su bolso. Me preguntó que hasta dónde llegaba mi viaje y si no temía viajar sola. Le conté que era mi primera vez y que estaba muy emocionada. Ella se quedaría en el próximo pueblo porque iría a visitar a su hija mayor y a sus nietos.  Yo solo pensaba en lo perfecto que había salido todo y me moría de las ganas de contarlo al mundo. Confiando en la discreción de una compañera de viaje, desconocida y accidental, sin preámbulos,  le dije de un solo sopetón que yo había abandonado a mi propia personalidad y me disponía a pasar un feliz fin de semana en la playa.

Justina, así me dijo que era su nombre, abrió exageradamente los ojos y me miró sin pestañear por unos instantes. Me dijo que no estaba bien lo que había hecho, y me aconsejó que regresara cuanto antes porque mi personalidad debía estar muy molesta. ¡Claro! Yo sé que ella está molesta. Pero igual es su culpa. Tú lo sabes. Porque entiendo que a quien le habla es a Justina) mucho tiempo esperé que me tomara en cuenta. Pero no me hizo caso.  Bastante que se lo dije, que se lo pedí, que se lo imploré... Justina sacó un pañuelo del bolso y lo pasó por su cara. Luego me preguntó que por qué lo hice y le dije la verdad, mi personalidad me engañó.

Yo había creído que esta vez sí nos iríamos de vacaciones por el fin de semana. Desde hace un mes estuvimos planificando este viaje  a la playa. Nos iríamos solas. Solamente a descansar. Ni siquiera tendríamos que cocinar. Solamente tumbarnos en una perezosa a la orilla de la piscina, con idas eventuales al bar, a comer o tomar algo. Leer, dormir, bañarnos en la piscina sin tener pendiente nada más que relajarnos y embriagarnos con el olor del mar. Yo ya me sentía en un paraíso. ¡Con lo que me encanta la playa. Pero, a última hora, ella suspendió el viaje. ¿Por qué? Porque ella siempre nos sabotea los momentos felices y quiere que vivamos una vida de permanente sacrificio.  No es que ella sea mala gente, por el contrario, se pasa de buena; pero para nosotras, nunca toma nada.

La señora me insistió mucho en que le contara cómo yo había logrado escapar sin que mi personalidad se diera cuenta. Bueno, tú sabes que no fue fácil. Esperé esos momentos, en que ella dormía para concebir mi huida. Afortunadamente; ella tiene una mente muy organizada y eso me ayudó a planificar todos detalles. Decidí escapar hace como dos semanas, cuando me di cuenta que ella estaba buscando excusas para suspender el viaje. Primero me enfurecí, luego me sentí muy triste. Pero después decidí que esta vez no se saldría con la suya.

Saqué algunos cheques del final de su talonario; pues sé que ella concilia su cuenta al final del mes. Aproveché los veinte minutos en que ella descansa después de almorzar, y ayer, fue en ese momento que me escapé. Me fui directo al banco a solicitar una tarjeta para sacar dinero del cajero automático, que según les dije, se me había dañado. No me costó mucho porque ella es muy amable con las chicas del banco y siempre les lleva alguna chuchería. Ayer no fue la excepción, me atendieron pronto y me la activaron de inmediato.

Por momentos, yo dudaba de seguir contando mi treta a Justina porque ella mostraba demasiado interés, más allá de la simple curiosidad.

Después de ir al banco me dirigí a “Caricias”, la tienda donde nos habíamos probado un traje de baño que nos quedó ¡divino! y lo compré. De allí  fui directo al negocio de comidas que tiene nuestra amiga Marta; a quien mi personalidad le prestó un dinero y no había ido a cobrarlo por temor a causar un conflicto. ¡Ningún conflicto! Al verme Marta se acercó agradecida y me pagó la mitad del dinero en ese momento, y ofreció el resto para la próxima semana. Yo se lo había dicho a mi personalidad, que fuera a cobrarle y con eso pagaríamos la última cuota de la nevera; pero, como tú sabes, todo tiene que ser como ella dice.

El autobús se detuvo por un momento y se montaron unos muchachos vendiendo golosinas. Compré tostones para mí y para Justina. Destapadas las bolsitas  y con un tostón en la mano, Justina insistió que continuara con el relato.

Le conté que fui a resolver lo más difícil: hablar con Octavio, nuestro novio. Muy lindo, sí, y muy inteligente, demasiado diría yo. Pero un verdadero sinvergüenza. Ya me tenía harta, y sé que a mi personalidad también, pero ella siempre espera lo mejor de todo el mundo. Así que me le paré delante Octavio y le dije: “Hasta aquí nos trajo el río”. Que no me buscara más porque lo denunciaría por acoso. Que yo buscaría ayuda terapéutica para olvidarlo. Y que si yo lo llamaba, se trataba de una recaída, que no me atendiera porque dañaría mi tratamiento.

Justina se rió tanto que tuvo que usar su pañuelo para secar las lágrimas. Ya calmada me preguntó que había dicho él. La verdad es que el pobre se quedó de una pieza y, antes que me respondiera, me di la vuelta y me largué dando el portazo acostumbrado en estos casos.

En ese momento solo me quedaba una cosa por hacer. Con la excusa de que no tenía luz en el apartamento, dormí anoche en casa de mi prima Paula y tempranito en la mañana me dirigí a nuestro empleo. Sabía que mi personalidad pasaría primero buscando los resultados de unos exámenes médicos. Pedí hablar con nuestro jefe, el Sr. Ruíz. Luego de saludarle le dije que yo estaba siendo sub pagada. Que él sabía que yo era una empleada súper capacitada; que las responsabilidades de mi cargo y mi dedicación merecían una mayor remuneración, y que si él no me aumentaba el sueldo renunciaría de inmediato. El Sr. Ruíz escuchó mi perorata sin interrumpir. Y ¡adivina! Cuando terminé de hablar, me miró a través de los vidrios verdes de sus anteojos y, con una media sonrisa, respondió que yo tenía razón y que no me preocupara, que contara con mi aumento a partir de este mismo mes. ¡Yo lo sabía! Se lo dije muchas veces, que su jefe apreciaba su trabajo, que se arriesgara. Pero, como te he contado tantas veces, ella no me escucha. 

De repente, Justina se quedó callada y seria. Miraba hacia la ventana; pero era fácil darse cuenta que sus pensamientos estaban mas lejos. Pensé que ya no le interesaba la historia, así que decidí quedarme callada y comerme mis tostones en paz. Y ¡zas! La sorpresa: con un tono muy bajo, como si no quisiera que los demás la escucharan, me confesó que ella era una personalidad y andaba buscando a su otra yo.

Era verdad que en ese pueblo vivía su hija. Pero hacía mucho tiempo que no la visitaba porque, aunque deseaba verla y pasar momentos con sus nietos, siempre se le complicaba el viaje y lo posponía. Hacía más de dos años que no los veía; había discutido con su hija por una tontería y dejó que esa diferencia se fuera imponiendo. Me dijo que dos días antes había sentido que algo le faltaba, pero no entendió por qué se sentía así.

Decidió hacer el viaje porque una amiga que tenía en el pueblo la llamó para reclamarle que la había visto paseando por allá y no la había ido a visitar. Así se comprendió que su otro yo estaba en el pueblo, con su hija. ¿Qué te parece? Yo que pensé que mi personalidad y yo éramos las únicas con problemas… Justina me confió que, escuchando mi relato, se dio cuenta que su otra yo, muchas veces le había dado consejos muy sabios y ella la había ignorado. Por eso vino al pueblo, a reconciliarse y a disfrutar su familia.

El autobús llegó a la parada de Justina, justo cuando ella pronunciaba estas palabras. Nos dimos un abrazo de despedida, como viejas amigas, y nos deseamos suerte mutuamente. En este momento, querido diario, me encuentro recostada en una perezosa a la orilla de la piscina, tal como tanto lo deseé, con mi hermoso traje de baño nuevo, oliendo el mar y con la tercera piña colada en la mano. Si mi personalidad hubiera venido, seguro ya se hubiera  olvidado del Octavio, con tanto chico guapo que hay aquí.

Aproveché de escribirte y te confieso que, después de mucho pensarlo,  aún no resuelvo si regreso con ella o no. Bueno, tal vez lo decida con la cuarta piña colada…

La mujer se levantó, colocó la pequeña libreta sobre la tumbona y se dirigió al bar, moviendo exageradamente sus caderas.

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