Jorge Luis Guillén Príncipe
Perú
A pocos días de su llegada sabía
dónde encontrarlo en la iglesia del pueblo. “Tal como el año pasado,
Manuelito: un buey, un asno, ovejitas y tu soledad como la mía. Este año,
Condesa no parió, Platero más viejo y cansado, las borreguitas, percudidas,
apenan con su respirar; Berni, no ladra, solo quiere protección... Tengo un
plan, Manuelito, no puede fallar”.
El veinte escogió el lugar bajo de un
chirimoyo y su concavidad con estrellitas sinfín. El veintiuno ubicó la
cantera, el manantial, cubrió de verde la explanación. El veintidós, con pasión
desbordaba, sus deditos moldearon la arcilla y fueron apareciendo palomitas,
gallinas; condesas generosas, briosos plateros y corceles; ovejitas de toda
laya por manadas; agregó cerditos… y aseguró la propiedad con bernis
intimidantes. El veintitrés construyó una casita compacta, espaciosa, con
ventanales y techo de tejas. El veinticuatro esculpió a su padre vital, a su
madre le dibujo una linda sonrisa. Comprobó que todo estaba bien, se sintió
colmado, feliz, maravillándose de su obra… En la noche, a las doce, corrió
hacia la iglesia, se escabulló entre los presentes y se acercó lo más que pudo,
balbuceó: “¡Manuelito! ¡Manuelito!... Cumplí mi parte… Te toca soplar”.
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