Paul Fernando Morillo
Louisville. NC. USA
Eran las cuatro y treinta de la mañana cuando
se levantó, a fuerza de la costumbre por los últimos veintisiete años. Encendió
la lámpara de mano, una luz mortecina de no más de 5 watts que fungía de guía
en la celda del monasterio. A dos pasos alcanzó el reclinatorio, se desperezó
lo mejor que le permitieron sus brazos, cuello y piernas; un bostezo final sonó
a resoplido y por el esfuerzo musical salieron un par de gotas saladas en sus ojos, se secó la pereza en forma de
lágrimas que ya comenzaban a resbalar por sus mejillas. Se arrodilló y comenzó
con un Padrenuestro vacío y sin significado, oración víctima de la rutina, las
palabras resbalaban ingrávidas, sueltas, entonces pensó en el horóscopo del
día. Se arrepintió allí mismo, supuso que si años atrás las revistas y periódicos hubiesen existido
seguro formarían parte del index
librorum prohibitorum, índice ahora en
desuso y reemplazado por mecanismos más
persuasivos como la lectura de libros que apelan a la conciencia individual de
cada cristiano para evitar los escritos peligrosos para la fe y la moral.
Sonrió. Repitió: ¨lectura que apela a la conciencia...¨
Acabado lo que él pensó fue Padrenuestro,
disimuló sus dudas con ropas civiles y salió presto hacia la capilla. Cruzó el
patio, las estrellas militaban en lo alto, el joven Sol todavía esquivo atrás en las montañas. Marte
cruzaba Capricornio en ese momento y se aliñaba con el astro rey, el oráculo
desconocido por él se cumpliría de todas formas. Se arrepintió otra vez por
tales impíos pensamientos. Al pasar frente a la oficina sacerdotal, encontró el
periódico, estaba mal acomodado en la acera, listo para ser desenrollado. Lo
acarició con ternura, a pesar de la
oscuridad encontró la sección del horóscopo, pidió perdón en silencio, se paró,
pensó, dobló las páginas como si nada hubiera roto el mutismo de las palabras
no leídas, enfundó el periódico bajo su brazo, entró a la capilla, empezó la
rutina para la misa de 5 AM. Su cabeza seguía fija en el signo de Sagitario
escrito en la sección de vaticinios del diario, esas predicciones tan repetidas
en los periódicos decentes y con más desparpajo
en los amarillistas.
En su
natal Saraguro cuando él era un monaguillo el cura párroco leía con dedicación
ferviente todos los días un Horóscopo Celta. Del cura al mando aprendió a poner
en duda las prácticas indígenas y no siguió el camino de los chamanes al cual
él estaba destinado. El dogma religioso pudo más que el sincretismo que él
quería practicar a escondidas, aunque el horóscopo era una parte de ese anhelo.
Más de una docenas de siglos hacen que por sus venas su espíritu le domine y le
hostiga a mirar el cielo para la lectura de los astros. Tenía muchas cuestiones
sin resolver como siempre y tal vez sería la confabulación de los astros en
este día que las dudas aparecen con más fuerza,
y como siempre ocurría en estos periodos
dolorosos de duda, recordaba el cuento El Sacerdote de William Faulkner,
con la salvedad que él no tenía dudas sobre las mujeres pero el temor que le
asaltaba era el del camino equivocado. Resonó en su cabeza una frase del
relato: ¨ … mediante una vida de negación de sí mismo hasta que los fuegos
terrenales se extinguieron ...¨
El clérigo se daba el lujo de espeluznar su
piel al recordar que el diccionario Petite
Larousse formó parte del Index librorum prohibitorum, aquella guía católica
que nació para impedir que libros no apropiados para espíritus sanos, de los
devotos creyentes en la Iglesia, se
difundan. Él se formó en la lengua castellana y el diccionario fue de inmensa ayuda,
al ser el quichua su primer idioma. Muchas veces el sacerdote comparaba al diccionario con la
Biblia, actos de rebeldía intelectual decía, porque las dos le servían para las
consultas breves, ya que a veces su camino iba de menos a más y las dudas le
arrebataban la fe que había acumulado a través de sus años. Una fe que él la
leyó como coincidencia de las estrellas, aquel día Saturno pasaba por alguna
constelación de buenos augurios, o malos según como se lea en el pequeño
Larousse años atrás, Fe: ¨Virtud teologal que consiste en creer en Dios y lo que la Iglesia católica enseña sin poderlo garantizar empíricamente ni con procedimientos racionales. Ver el futuro; Predecir: “Acción y resultado
de predecir o anunciar una cosa que va a suceder.”
Al acabar de alistarse para la misa, echó una
mirada de lejos al periódico que reposaba en la sacristía, su mirada se desvió
para la Biblia que reposaba en el altar. Tembló. Se acordó de la imagen de
Atahualpa al llevarse la Palabra de Dios al oído y no escuchar nada; él se vio
a sí mismo todos los días elevando los ojos a los astros y bajando su intelecto
al horóscopo, no veía nada tampoco en las palabras escritas. Ni Atahualpa era
sordo ni él era ciego. Volvió a surgir el Padrenuestro de la mañana, o eran
palabras repetidas sin meditar en ello, pero ahora puso mente en aquella
oración y reparó en ella.
“Oh Hacedor y Sol y Trueno sé siempre joven, no
envejezcas; has que todas las cosas estén en paz, multiplica la gente y la comida.” En ese mismo instante
recordó a su abuelo indígena, recitando este conjuro, el cual había pasado de
generación en generación desde el tiempo de los Incas, oración que se repetía
en los templos incaicos donde se rendía culto al Hacedor. Lo había confundido
con el Padrenuestro y aunque creía que de su cabeza salió la oración, era su
alma indígena la que ponía esta plegaria en sus labios. Siempre fue así.
Alguna vez quiso preguntar a los oráculos
acerca de su cultura indígena milenaria y el camino de servicio, cuál de las dos era acertada, o si era válida
compararlas. Al final las dos tienen dudas y requieren de la lectura precisa y
entendimiento. Por eso el invento del Index, jugaba con ese pensamiento. Estas
conjeturas eran las que le golpeaban justo en las horas claves, cuando
necesitaba una fe sólida, y por lo que infería, él no la tenía. Pero la
llegaría a tener, para eso son las luchas internas. El fin que él buscaba era
unificar las dos corrientes del espíritu, o sea una mezcla de los dos caminos.
¿Por qué no? A nadie hacía daño.
Al término de la misa abrió la página de los
horóscopos, sus ojos corrieron hacia su signo zodiacal, por mecánica se santiguó,
quiso leer, pero no pudo. Imaginó ser el
dueño de esa información, el gerente de su propio destino, pero se vio chiquito
y huérfano a la misma vez. ¿Quién era él para saber el futuro que Dios ya tiene trazado? No era digno de tener ese
conocimiento. Estaba confuso sin saber qué hacer, qué acción tomar si llegase a
saber que venía en el futuro, ¿podría alterarlo? Tan perdido se encontraba que
no supo si rezar, agradecer o repudiar
ese conocimiento. Se asustó de sobremanera. Sintió vergüenza, se sentó adentro
del confesionario, juntó el periódico lo mejor que pudo, sabía que esa vez no
lo leería, quizás mañana, y empezó su oración de penitencia:
Oh Hacedor que estas en los cielos, en el Sol
Santificado, sé siempre joven y venga tu Reino aqui en el cielo como en la
pachamama…
Paul Fernando
Navidad 2019
¡Excelente relato Paul! ¡Muy bien expuestas las dudas que provocan las diferentes religiones!
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