lunes, 13 de enero de 2020

Atentado


Jorge Marquez 

Argentina




Entre sirenas, gritos y empujones te busqué en la multitud. Allí estabas, de rodillas, arañando la pila de escombros como un perro que busca su hueso.
Tu cara, tu pelo, tu respiración exhalaban polvo. Tus manos, tu cuerpo desgarrados transpiraban sangre.
Al posar mis manos en tus hombros, no advertiste mi contacto. Traté de sacarte de ese infierno de destrucción, pero te resististe. Como lo haces ahora y continúas rascando, buscando, llamando a gritos a ese hijo que no está.
La detonación te absorbió en su entorno, los escombros te hundieron en la desesperación, tus manos, que una vez acunaron su cuerpo, rasgaban la tierra sin éxito.
Los rescatistas te tomaron en sus brazos y te sacaron de ese infierno. Te llevaron en andas mientras tus lágrimas se entremezclaban con el polvo dejando surcos de barro en tus mejillas.  
Y sigues rasgando el aire, buscando, buscando.
Te acompañé en esa huida loca hacia el hospital donde te trasladaron. Te depositaron frenéticos en un pasillo repleto de gritos, llantos y lamentos. Vos seguías buscando, mientras el enfermero insertaba una aguja en tu brazo y colgaban un frasco con quién sabe que cosa.
Te dormiste de a poco, como cuando te acariciaba el pelo en las noches. Tus manos en cambio, seguían arañando el aire, buscando.
Todas las noches te cuento historias sobre un joven de veintisiete años con bata blanca que cuida infinidad de personas en ese hospital donde un día estuvimos y del cual nunca salimos. Mientras tanto, bajos las sábanas blancas tus manos siguen rasgando, buscando… 



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