Deanna Albano
Caracas, Venezuela
Arsenia pasó toda la mañana
cosiendo una camisa de fino hilo y luego
bordó un monograma. Sus blancas y
pequeñas manos se movían con gracia sobre la tela. Planchó la camisa
parsimoniosamente. Todo lo hizo con la calma y la seguridad de los veinte años
de experiencia de esa labor, desde que, casi adolescente tuvo que dejar los
estudios, para atender a su madre. Por
su buen gusto y la calidad de su trabajo, una clientela selecta solicitaba sus
servicios con provechosas ganancias. Sus gastos frugales le permitían ahorrar y
su libreta bancaria crecía sostenidamente. Si bien tenía dos hermanos y una
hermana, todos casados y con hijos, sobre ella recayó la responsabilidad del
cuidado de la madre.
Sus pequeños ojos pardos se detuvieron
en la foto de la pared. En ella una jovencita
muy linda, de tez blanca, cuerpo torneado, nariz griega, labios carnosos le
recordaba su juventud. Con los años su largo pelo rizado adquirió un tono gris.
Su cuerpo se mantenía esbelto, sin embargo el eterno vestido floreado cubría
sus formas.
Arsenia colgó la camisa de
un gancho y admiró su obra. Esa camisa era un regalo para Julio César. A todos
los sobrinos los quería por igual, pero Julio César era el más cercano, debido
a que cumplían años el mismo día. Además se parecía a ella en un aspecto: él
era obsesivo por el orden y la perfección en los detalles; ordenaba sus trajes,
camisas, corbatas en el closet por color
y combinación y día de uso, gavetas especiales para las medias, los
zapatos rigurosamente dispuestos.
Al levantarse, su sobrino
seguía una rutina diaria: su aseo personal, limpiar el baño, el desayuno,
seleccionar lo que se va a poner, dejar el cuarto ordenado. Almorzaba
religiosamente a la una. Cualquier cambio en esa práctica lo ponía nervioso y
de mal humor.
Sin embargo Julio César, abogado y con buenos ingresos,
es un excelente conversador, amante del
teatro, de la vida social, y aunque no muy entendido en música, le encantaba ir
a conciertos y podía remedar a un pianista de una manera jocosa que entretenía
a los oyentes. Sus imitaciones eran divertidas. Sin embargo, el vivir de una manera muy por encima de lo
que le permitían sus entradas, las deudas, iban saliendo a la luz. En esos
momentos se encontraba en la necesidad de tener que acudir a su tía, para pedirle un
préstamo para solventar sus obligaciones. Ella, en algunos momentos, le había
dado a entender que el dinero que ella ahorraba sería para él, ya que no había
tenido hijos.
Arsenia, cuando no estaba cosiendo, estaba limpiando,
cuidando sus matas, y detestaba que las palomas se asomaran a su balcón.
Consideraba que eran sucias y dejaban sus excrementos en todas partes. Además
la vecina del piso superior les tiraba migas de pan y algunas caían) sobre sus
matas. Cada vez que una paloma se asomaba a su balcón ella la espantaba.
Algo después de las cinco de
la tarde de un día de junio, Arsenia esperaba a su sobrino para tomar el té, en
el balcón, sumida en profunda reflexión sobre su porvenir. Había pasado casi un
año de la muerte de su madre, después de una penosa enfermedad que la mantuvo
en cama largos años.
Esa tarde no podía
concentrar su pensamiento, sacudía la cabeza de un lado a otro, evocando su
vida transcurrida, que de repente le pareció lejana e insustancial. No podía
recordar un paseo, una fiesta, una ida al teatro. Solo acudían a su mente los
recuerdos:
—Arsenia, ¿Puedes plancharme esta camisa?
—Tía, ¿Me arreglarás este
vestido?’
—Hermanita, tengo una fiesta el sábado
¿Me coserás el ruedo de este
vestido?
—Cuñadita, ¿Me harás una
camisa?
—Vecina ¿Podrías hacerme el favor de regar mis matas?
Nos vamos una semana a la playa. — Ella
siempre disponible y servicial.
Cuando tocaron el timbre la
mujer se sobresaltó; era Julio César. Después de los saludos de rigor, y
mientras Julio Cesar buscaba el momento
propicio para pedir a la tía la gruesa suma de dinero, degustaba unas ricas
galletas y un té negro.
Arsenia le dijo:
—Julio Cesar, mañana para mi
cumpleaños quisiera tener un momento diferente. ¿Me podrás llevar al teatro y a
cenar en uno de esos lujosos restaurantes a los que tú vas?
Él muy contento y pensando
en la gran oportunidad que tendría, le contestó rápidamente:
—Claro tía, mañana te vengo
a buscar, ponte bien bonita.
Durante todo el día Arsenia
estuvo revisando el closet, probándose vestidos, faldas, blusas, arreglándose el pelo de diferentes
formas.
A la hora convenida estaba elegantemente
vestida con una holgada blusa negra de ligera seda con cuello de raso y llanas
charreteras de encaje. Una falda beige debajo de la rodilla, asomaban unas
piernas bien torneadas y unos primorosos zapatos de medio tacón, completaban el
atuendo. Su pelo reunido en la nuca, por una peineta de concha de carey le daba
un toque de distinción.
Cuando franqueó la puerta,
Julio César abrió desmesuradamente los ojos lanzando un silbido.
Fueron al
teatro y luego a cenar, el sobrino la estuvo entreteniendo con sus
cuentos e imitaciones, mientras pensaba en qué momento le pediría el dinero a
la tía. Esta vez era una suma considerable, pero él conocía de la libreta de
ahorro que una vez la tía había dejado olvidada en una mesa. Sin embargo
consideró que ése no era el momento y decidió
esperar
una semana para hacer la petición.
Al tercer día el joven recibió una carta:
Querido Julio César,
Agradezco muchísimo el regalo que me
hiciste. Me enseñaste que hay otro
mundo. Me fui en un crucero y estaré lejos tres o cuatro meses. Cuando vuelva
me iré a otro crucero por un año, de vuelta al mundo.
Te quiero mucho.
Tía Arsenia
Excelente Deanna! Tiene una combinación de ternura e ironía preciosa! Me encantó!Besote.
ResponderBorrarMuchas gracias Clide. Me encantan tus comentarios. Deanna
BorrarBello! Deja ver que aveces pequeños detalles pueden cambiar la perspectiva de la vida ❤💐
ResponderBorrarMuchas gracias Leys me encanta que lo hayas leido.
Borrar¡Muy bueno Deanna! Para aprender que la vida es sólo una y que ser servicial no implica olvidarse de uno mismo.
ResponderBorrar¡Felicitaciones!
Muchas gracias Osvaldo. Aprecio tus comentarios Deanna
BorrarLa vida entera, a veces, es tan solo un detalle. Hermoso cuento, querida Deanna.
ResponderBorrarMuchas gracias Rafael. Que bueno tener por acá Deanna
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