Doris Irizarry
Puerto Rico
Tengo por costumbre no mirar a mis pasajeros. Lo aprendí de mi padre. No
se mira, hijo, hasta que llegan al destino. Se hace el trabajo calladito. Así
que mantengo la mirada fija hacia adelante. Tiene razón mi padre. Que no se
necesita hablar, ni mirar atrás. No cuando se conduce un coche de esta
categoría. Unas veces porque no interesa el pasajero. Otras, porque apesta. Sí.
Algunos apestan. O porque no le importa a uno, vamos. No hay que estar mirando.
Es cosa de respeto. Y de darse uno mismo la importancia del trabajo.
Hoy no sé si quiero mirar por satisfacción. O por desafío. Por rabia o
por lo que sea. Me lo sé completito. Y es que ahí viene Marcial Torremolinos.
Lo traigo de pasajero. Quién diría que Torremolinos se dejara llevar por mí. O
mejor dicho. Quien se hubiera atrevido a decirle, se habría jodido. Que sea yo
quien lo lleve a su destino. Yo, de todos, soy el que menos habría imaginado. Porque
vivo en el barrio, claro. No. Vivo más lejos aún. Lejos de su estatura. De esa otra
que no se mide en pulgadas.
Pero vaya usted a saber. A Margarita Torremolinos no le importaba. Ella,
la niña de sus ojos. Yo, un sopla potes, chofer de profesión, la cortejaba.
Menos le importaba que él se lo prohibiera. Ella hacía lo que le pidiera el
gusto. Y yo era de su muy buen gusto. Torremolinos se enteró en una tarde de
abril. Salimos corriendo. Ella detrás de mí. Empapados. Y gracias a Dios que
llovió. Diluvió sobre el aliño de la tarde. Aquel reducido agridulce de
caricias cocinadas en el garaje. Margarita reía, sonsacadora, ella. Ese fue el
comienzo. Hubo más tardes de las que no supo Torremolinos. Y mañanas. Y noches.
Mojadas y secas. Yo entraba por la ventana. Y por donde ella quisiera. Hasta
que Torremolinos nos cogió en su cama. Sobre mi cadáver. Eso me dijo la última
vez. Que ella tenía que buscarse un hombre de bien. Le dije que yo era un
hombre de bien. Idiota. No tienes en qué caerte muerto. Sabandija. Lo dijo con
soberbia. Con desprecio.
Todo delante de ella. Me tragué el veneno y me le quedé mirando. A la
pajarita negra. Ave de mal agüero. No la pajarita. Él.
Esa fue la última vez. Margarita pasó al encierro. Lo supe por El Cano.
El jardinero de los Torremolinos. Mejor no la busques, me dijo. Yo le creí. Que
si la castigan más. Que si la tortura de sus gritos. La indiferencia del padre.
Los intentos suicidas. Me alejé. Después vino el atrevimiento de ayudarla a
escapar. Fue su idea, de El Cano. Y yo tan agradecido. Poco a poco El Cano iba
soltando más. Alardeó de ser su cómplice. Hasta que se le zafó el puñal. Y me
enterró que era dulce como la miel. Que era ajena como una abeja reina. Y que así
vivía después que se casó. Como la reina de todos los continentes. Que me
resignara. Que ella no era cosa de choferes. Ni de jardineros. Que el dulce
duró poco. Hasta las entrañas, así fue el tajo. Esa noche me volví como loco.
Sí, a Marcial Torremolinos se le dio. Margarita se casó con un tipo rico.
Rico y poderoso. Con mucha plata, mucho blin blin y mucho control. Pero a ese
no se le podía contradecir. Ni decirle sabandija. Aunque lo fuera. Marcial
Torremolinos lo sabía. Pero pudo más la imprudencia. Y la imprudencia lo
traicionó. Duelo de pistola y machingón no
es duelo justo. Su idiotez me lo regaló de pasajero. Nada menos que a mí. Y ahí
lo traigo. Estiradito y horizontal. Como siempre, con pajarita negra. Después
de todo, se salió con la suya. Que no hay que subestimar las armas. Tiro
certero. Eliminó a la sabandija y no lo supo.
Por aquello de mantener la estatura, no miro atrás. Una vez es
suficiente.
Mi padre y yo. Ambos, conducimos hacia el mismo destino. Él viene desde
el otro lado de la ciudad con su pasajero. Tampoco mira atrás. Sí. Hay
pasajeros a quienes no se les mira nunca. No sea que te disparen después de
muertos. Ni a sus secuaces. Ni a sus viudas. Aunque sean las Margaritas de la
vida. ¿O sí?
Me encantó! Bien llevado hasta el final el suspenso del destino!
ResponderBorrarMuy oportuna el uso de la técnica de las frases cortas.
Cariños
Gracias Paula, por dedicar tu tiempo de lectura a mi escrito. Mil gracias!
BorrarAbrazo!
Tiene la esencia de tu estilo. Bravo! Ese final... perfecto!
ResponderBorrarQuerida Clide, mucho de lo que me sale tiene la huella de tu ayuda incondicional. Gracias!
BorrarHabia extrañado tus cuentos.Escribes extraordinario-Felicitaciones
ResponderBorrar¡Ah! ¡Qué bueno Doris! ¡Que gusto volver a leerte! Como dice Clide este cuento es estilo Doris I!
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