Paul Morillo
Lewisville. NC. USA
Sucedió igual que la
mayoría de los descubrimientos, por accidente. Y ya que pasó, juré sacar
provecho de una buena vez, acabar con toda esta racha de ignominia que nos han
impuesto. Por favor no me despierten!
Hace un mes que estoy
en prueba con este experimento y ahora ya lo tengo dominado.
Permítanme dormir
porque lo quiero matar! Esta ya no es vida, lo mejor es que yo, aunque podría ser
cualquiera de nosotros, tomé cartas en el asunto. Nadie notará como fue
perpetrado el suicidio, nadie lo sabrá, es el crimen perfecto. Solo tengo que
dormir y tener el ensueño correcto, de allí en adelante yo me encargo, les
prometo. Hasta que tenga el sueño que me hará encontrar mi destino, dormiré.
Todo comenzó en la
revuelta de los primeros días de Marzo. Afuera la gente estaba volcada en las
calles, el sabor negro del caucho de las llantas quemadas y las bombas que al
explotar muerden los ojos y abren las fosas nasales, ofendían cada rincón de lo
que quedaba de la casa y mi cuerpo. Yo no había probado bocado desde hace
treinta y tres días, solo restos de comida encontrada en la basura, no por que
estaba tomando un curso de faquir, simplemente no había nada que comer, ni en
la nevera, ni el supermercado, ni en los campos. Estaba en el letargo del
estómago vacío, el colon derramaba desabrido ese llanto que profesan las tripas
al estirarse y contraerse, empujando los sillones viscerales en una sala vacía.
Afuera de mi balcón, tres pisos mas abajo, los patriotas intercambiando palos,
piedras y tiros con la policía. Dos bloques calle arriba la sangre barata de
los luchadores se subía en una moto y era
esparcida por la ciudad, este paupérrimo lamento era secundado por los
gritos confundidos de los, aún vivos, opositores. La muerte era ama y señora de
la desidia, la ambición, la amargura, la no resignación y el caos.
Entonces
sucedió, la pantalla vomitaba, con asco,
las imágenes del títere de la ilusión, bailaba engolosinado por la muerte
acaecida en las calles, mientras que yo estaba en trance aletargado,
llorando una pena larga, de veinte años,
me miró, y le miré, los dos supimos que
la barrera de lo físico se rompió. El quiso creer que yo era el espíritu de un
criminal metido en el cuerpo de un pajarito. Yo actué respondiendo a mi instinto,
le quise picar la lengua, pero por alguna razón, entonces no conocida para mi,
me desaparecí de la escena, fue real.
Si ocurrió una vez,
debe, por lógica pasar una segunda vez, así que me instalé frente al aparato
concentrador de ondas y entré en el sopor del desprendimiento cárnico. Pero
cada vez que sentía rabia por el impresentable ser de la codicia me desaparecía
de la escena justo cuando lo tenía en frente mío. En estos estados nos mirábamos, nos olíamos,
nos odiábamos. Debo actuar con un
tercero, entendí.
Después de meses de
intentar dominar la técnica, acaeció que el repudiable ser salió en un tanque a reír con orgullo las muertes de
jovencitos asqueados del latrocinio, del desparpajo. Vi mi oportunidad, mal comido como estaba, me
era fácil dormirme y era tal el grado de desesperación que fui a su encuentro.
Las calles hervían de descontento, los payasos serviles bailoteaban alrededor
del jumento estrafalario que se veía torpe y con miedo, él sabia que yo
aparecería desde el viento. La carroza lúgubre que cargaba aquel ser de la
muerte estaba a cien metros, avanzaba lento, como en ritual de semana santa,
repartiendo paz a punta de golpes, vejámenes y tiros, les grite a mis
compañeros de hambre que me estiraría en el piso frente al carro a dormir
y por lo que mas quieran no me
despierten! Pedí que un compañero
fornido tenga una molotov, embarrada en
mierda y fuego, lista para aventarle en medio del pecho a que arda el maldito
tirano.
Me acosté en mitad
de la calle, la somnolencia vibró
chiquita en mis manos, después en mis sienes, las lacrimógenas explotaban, la
gente corría, las motos gemían, las tanquetas aplastaban, el jumento gemía de
placer de la escena macabra.
A los cincuenta metros, le miré y me miró, me estaba esperando,
palideció, mi cuerpo seguía trémulo botado en el piso, el borrico aflojó los esfínteres
bajos, tenia los ojos bastante desorbitados, ninguna mueca de risa, la gordura
de su cuerpo se escondió como pudo y la grasa se torno en copioso sudor. Allí
estaba como estatua viva de los próceres de la infamia, parado, señalando el
horizonte frente a él, con el brazo extendido, la mano hecho puño y el índice
en posición firmes, milico obediente, los ojos y la mirada al frente, luchando con los míos. Rebuznó algo como: avancemos, adelante,
patria o muerte, muerte!!
Desprendido de la carga del cuerpo y libre al fin, susurré al oído a
mi compañero que esté listo con la bomba casera, pero las llantas del tanque
que repartía paz, estaban sobre mí, despedazando mi cuerpo físico. Y desde lo
profundo de la época que me robaron, mi niñez, mi juventud, mis ansías de ser
yo mismo no el Estado, yo les decía a mis compañeros, no me despierten, déjenme
dormir. Estaba aplastado por las llantas de la corrupción, por el despotismo,
déjenme dormir y no me despierten ni hoy ni mañana, déjenme dormir hasta la
hora libertaria, déjeme dormir el sueño arrebatado con alevosía y ventaja,
déjenme soñar mi país libre, déjenme dormir por siempre y ustedes sigan
masticando el pan escurridizo del mañana que llegará, elegante, majestuoso, un
pan sin gusanos usurpadores. No me despierten déjenme dormir.
Fabuloso, vas por buen camino estimado Paul, muy pero muy buen relato de una realidad que en verdad desconocemos, pero que a todos los que todavía tenemos un vestigio de humanidad, nos duele profundamente y arranca silenciosas lágrimas de dolor el ver tanto descaro, tanta ignominia, tanto horror y muerte.
ResponderBorrarFuerza Venezuela !
BorrarMuy buena narración, un experimento formado a través de una realidad latente... dormir es la mejor de las evasiones y solo es eterna cuando es reemplazada por la muerte.
ResponderBorrarHay veces que uno no puede callar. Aguante Pueblo Venezolano!
BorrarExcelente relato y tan real que duele! Un beso
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