miércoles, 2 de agosto de 2017

Dias de pesca

 Paola Pamapre

Concepción del Uruguay, Argentina


El rio estaba manso y sereno.  Corría por su lecho de arena desvistiendo orillas doradas.  La canoa se mecía suavemente en el margen abrasado por el sol de la siesta demorada  y el aroma de los eucaliptos hacía más límpido el aire. Había sido un buen fin de semana de pesca y parranda. 
El grupo de amigos andaba desparramado buscando sombra para dormir la modorra después de almorzar unas buenas bogas y unas papas a las brasas. Todo regado con abundante líquido, y no agua precisamente.  En unas horas estaríamos regresando.
El Chino se estaba encargando de limpiar la parrilla con uno de los bicheros afilados y se aseguró que el fuego estuviera bien apagado. Juanjo despejó el tablón y acomodó el pan y el poco vino sobrante, mientras que el Negro se daba el último chapuzón para sacarse el olor a humo del fogón. Tato juntó los arneses de pesca cerca de la lancha y su hermano hizo un pozo a unos pocos metros del campamento y enterró los restos del banquete.
Mi instinto me estuvo avisando todo el día que había algo de tensión en el aire, y no alcanzaban los eucaliptos circundantes para disiparlo.  Entre Juanjo y Tomás las miradas eran flechazos, las agresiones estaban mal disimuladas tras bromas y cargadas aunque era bastante común el trato rudo entre todos.  Los amigos de tantos años, como nosotros,  tenemos un lenguaje grosero a veces.
Bastó que el Negro regresara chorreando agua y salpicando a todos, para que la yesca se encendiera. Y como era de suponer, se armó la disputa. A los empujones, se sucedieron las trompadas, y los gritos y las risas se convirtieron en insultos.
Tomás fue empujando a Juanjo hasta la orilla y a pesar de que se iban alejando, pude escuchar clarito lo que le estaba reclamando.  El agua de la orilla los recibió tan revuelta y turbia como los pensamientos de esos dos, pero  el chapuzón no calmó la calentura.
- ¡Dale, che!...es en joda. 
Entre todos tratamos de separarlos y el Chino, que seguía con el bichero de fierro en la mano, cayó contra mí y me lo clavó en la espalda.  Me puse pálido y el agua se tiñó de rojo.  Pocos se dieron cuenta de que no era el tinto sobrante.
Antes de desmayarme, llegué a escuchar las últimas palabras de los contendientes:
- ¡Tarado, soltáme!..Te juro que no pasó nada con tu hermana.
- ¡Hijo de puta! Con tantas mujeres que hay, justo con Julia te tenías que calentar.



1 comentario:

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