viernes, 27 de junio de 2014

Yakuruna

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Rosa Pinto-Bazurco

Perú


Catherine y su joven madre, Mirella, regresaron cansadísimas de un paseo de tres días a la pujante ciudad Pucallpa, en la Amazonía peruana. Mientras deshacía su maleta en la sala de su casa, Mirella recordaba lo más emblemático de aquella ciudad: sus sirenas o Yakurunas, como las llamaron. Meditó mucho sobre lo que los pobladores de la ciudad les aseguraron: “Cuando las aguas están tranquilas en ríos y lagos, de cuando en cuando, pueden verse a aquellas criaturas, generalmente de espaldas, soleándose sobre alguna roca o sobre su bote”.  Recordó que había quienes afirmaban, inclusive, que conversaron con sirenas, que eran criaturas muy bellas, rubias, de pelo largo, ojos azules y piel y escamas blancas. Y cuando alguna persona desaparecía, hombre o mujer, contaron los pobladores de la región, que esa persona había sido seducida por una sirena. Vivían bajo el agua en casas con jardines, calles, árboles y todo lo que en la superficie de la tierra conocemos ellas lo tienen también.  Algo curioso que nunca antes habían escuchado las excursionistas: Existen sirenas varones a las que los pobladores llaman “Tritones”.  Son rubios y de piel blanca y tienen la particularidad de que no se dejan ver con tanta facilidad como las femeninas.
A estas sirenas que han dado lugar a tantas leyendas y cuentos, Mirella y su hija las han visto representadas en inmensos tallados, en troncos de madera, repartidas en diferentes lugares de la ciudad y en todas las posiciones posibles. En el parque contemplaron, por ejemplo, a una que representaba el preciso momento en que se encuentra pariendo a una criatura.
Mirella recordó que mientras se refrescaba bajo el chorro de agua de la catarata San Carlos, realmente no pidió deseo alguno, como generalmente se acostumbra, pero sí pensó en algo que le gustaría que ocurra. Pensó que si realmente existían las sirenas, sería bonito que una se apareciera, ya que en ese momento se encontraba en su territorio y bajo el agua. Ella quería conocerla. Le pediría que no le hiciera daño y ella tampoco le haría daño. Solo quería saber por qué se hablaba tanto de ellas y por qué exhibían sus tallados por todas partes. ¿Qué habría de cierto en todo eso? Pero fue solo un pensamiento, no lo pidió, de eso si estaba muy segura.
Cuando por fin se dispusieron para ir a dormir, Mirella se sentía incómoda, le invadió una sensación rara, como si muy cerca hubiera alguna presencia. Aseguró las puertas e invitó a su hija para que durmiera en su  cuarto. Catherine se había recostado sobre el sofá de la sala, quería dormir ahí nomás. Mirella  tuvo que llevársela a rastras hasta su cuarto. La acostó sobre su cama —había sitio suficiente para ambas, pues era una King size—. Cerró la puerta del dormitorio y le puso pestillo. “Por fin en la cama, ahora a dormir”, pensó y cerró sus ojos. Al poco rato sintió un golpe en la puerta, como si la hubiesen abierto. Miró. Estaba cerrada como la había dejado. “Será el viento, aunque el cuarto se encuentra ubicado para el lado de adentro de la casa, no puede correr aire”, reflexionó un poco asustada. Siguió descansando unos  minutos más, cuando sintió que algo se acercaba reptando y ese “algo” subió sobre su cama. Mirella entró en pánico y solo atinó a cerrar los ojos. La cosa que reptaba hizo un giro zigzagueante como una culebra y se instaló sobre su cuerpo. No pesaba mucho, podía ser una niña o un niño. La cosa siguió avanzando sobre el cuerpo de Mirella hasta alcanzar la cabeza. Lo único que atinó a hacer la joven mujer fue proteger su cuello con ambas manos hasta que sintió que le acariciaban la cabeza. Los dedos del intruso entraron por la sien y de ahí para atrás. Una vez, dos veces, cinco veces, muchas veces… Mirella llamó ¡Caty!.. ¡Caty!.... ¡Catyyy! Nada. La hija no despertaba. ¡Catherine me están acariciando la cabeza! gritó con más fuerza. ¡Catherine!
       —¡Fuera!, ¡Fuera! Fuera, fuera, fuera… —pudo escuchar Mirella la voz de su hija.
      —Ya mamá, ya puedes abrir tus ojos —le dijo Caty con voz tranquilizadora.
Mirella abrió los ojos,  encendió la luz y constató que en el cuarto solo se encontraba ella con su hija.




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