Rosa Pinto-Bazurco
Perú
Catherine y su
joven madre, Mirella, regresaron cansadísimas de un paseo de tres días a la
pujante ciudad Pucallpa, en la Amazonía peruana. Mientras deshacía su maleta en
la sala de su casa, Mirella recordaba lo más emblemático de aquella ciudad: sus
sirenas o Yakurunas, como las llamaron. Meditó mucho sobre lo que los
pobladores de la ciudad les aseguraron: “Cuando las aguas están tranquilas en
ríos y lagos, de cuando en cuando, pueden verse a aquellas criaturas, generalmente
de espaldas, soleándose sobre alguna roca o sobre su bote”. Recordó que había quienes afirmaban,
inclusive, que conversaron con sirenas, que eran criaturas muy bellas, rubias,
de pelo largo, ojos azules y piel y escamas blancas. Y cuando alguna persona
desaparecía, hombre o mujer, contaron los pobladores de la región, que esa
persona había sido seducida por una sirena. Vivían bajo el agua en casas con
jardines, calles, árboles y todo lo que en la superficie de la tierra conocemos
ellas lo tienen también. Algo curioso
que nunca antes habían escuchado las excursionistas: Existen sirenas varones a
las que los pobladores llaman “Tritones”.
Son rubios y de piel blanca y tienen la particularidad de que no se
dejan ver con tanta facilidad como las femeninas.
A estas
sirenas que han dado lugar a tantas leyendas y cuentos, Mirella y su hija las
han visto representadas en inmensos tallados, en troncos de madera, repartidas
en diferentes lugares de la ciudad y en todas las posiciones posibles. En el
parque contemplaron, por ejemplo, a una que representaba el preciso momento en
que se encuentra pariendo a una criatura.
Mirella
recordó que mientras se refrescaba bajo el chorro de agua de la catarata San
Carlos, realmente no pidió deseo alguno, como generalmente se acostumbra, pero
sí pensó en algo que le gustaría que ocurra. Pensó que si realmente existían
las sirenas, sería bonito que una se apareciera, ya que en ese momento se
encontraba en su territorio y bajo el agua. Ella quería conocerla. Le pediría
que no le hiciera daño y ella tampoco le haría daño. Solo quería saber por qué
se hablaba tanto de ellas y por qué exhibían sus tallados por todas partes. ¿Qué
habría de cierto en todo eso? Pero fue solo un pensamiento, no lo pidió, de eso
si estaba muy segura.
Cuando por fin
se dispusieron para ir a dormir, Mirella se sentía incómoda, le invadió una
sensación rara, como si muy cerca hubiera alguna presencia. Aseguró las puertas
e invitó a su hija para que durmiera en su
cuarto. Catherine se había recostado sobre el sofá de la sala, quería
dormir ahí nomás. Mirella tuvo que
llevársela a rastras hasta su cuarto. La acostó sobre su cama —había sitio
suficiente para ambas, pues era una King
size—. Cerró la puerta del dormitorio y le puso pestillo. “Por fin en la cama,
ahora a dormir”, pensó y cerró sus ojos. Al poco rato sintió un golpe en la
puerta, como si la hubiesen abierto. Miró. Estaba cerrada como la había dejado.
“Será el viento, aunque el cuarto se encuentra ubicado para el lado de adentro
de la casa, no puede correr aire”, reflexionó un poco asustada. Siguió
descansando unos minutos más, cuando sintió que algo se acercaba reptando y ese
“algo” subió sobre su cama. Mirella entró en pánico y solo atinó a cerrar los
ojos. La cosa que reptaba hizo un giro zigzagueante como una culebra y se
instaló sobre su cuerpo. No pesaba mucho, podía ser una niña o un niño. La cosa
siguió avanzando sobre el cuerpo de Mirella hasta alcanzar la cabeza. Lo único
que atinó a hacer la joven mujer fue proteger su cuello con ambas manos hasta
que sintió que le acariciaban la cabeza. Los dedos del intruso entraron por la
sien y de ahí para atrás. Una vez, dos veces, cinco veces, muchas veces…
Mirella llamó ¡Caty!.. ¡Caty!.... ¡Catyyy! Nada. La hija no despertaba.
¡Catherine me están acariciando la cabeza! gritó con más fuerza. ¡Catherine!
—¡Fuera!,
¡Fuera! Fuera, fuera, fuera… —pudo escuchar Mirella la voz de su hija.
—Ya mamá, ya puedes abrir tus ojos —le
dijo Caty con voz tranquilizadora.
Mirella abrió
los ojos, encendió la luz y constató que
en el cuarto solo se encontraba ella con su hija.
Rosa, hermosa leyenda, muy bien recreada en tu bella prosa!
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