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lunes, 12 de julio de 2021
Sentir o presentir
Clide Gremiger
Rio Cuarto, Argentina
La muerte de Ramiro. Ése parecía el último presentimiento. Sí claro, también eso lo supo antes de que se lo dijeran. En realidad cuando intuía ese tipo de cosas, no sabía que se trataba de un presentimiento.
Clara trató de ordenar sus recuerdos, sentada en la terraza de su casa, junto a la puerta, con los cerros al frente como único horizonte. ¿Qué recordaba de la muerte de Ramiro? Que fue en la ruta, adentro del "perro fiel" como llamaba a su auto, contra un camión, en la mañana de un lunes de septiembre, volviendo de la casa de su pareja. Su pareja... ¿Enterarse por los diarios que el mismo Ramiro que había formado parte de su vida durante tanto tiempo tenía una nueva pareja le había afectado? ¿Había sido realmente una nueva pareja o ya la tenía cuando pasaba los fines de semana con ella? Eso ya no importaba. En realidad ya no importaba tres meses antes del accidente, cuando Ramiro dijo por teléfono "la Municipalidad me pide la casa... por deudas anteriores... Me tengo que mudar a la capital. De todos modos nuestra relación no va a ninguna parte" ¿Cómo había recibido esa decisión de Ramiro? Con alivio. Debía reconocerlo. Él nunca pudo conquistar su corazón o ella ya no dejaba su corazón disponible al amor.
Dejó el tejido recién empezado sobre sus piernas, miró a lo lejos y pensó que se estaba yendo de tema. ¿Cómo intuyó que Ramiro había muerto en un accidente? No se lo podía explicar. Simplemente había abierto el periódico local y sus ojos se clavaron en la noticia: "Un vecino de la ciudad murió tras un accidente en la ruta 158". Antes de seguir leyendo supo que era él. Pobre Ramiro, su vida tenía tan poca vida, que su muerte parecía otro alivio, como el de terminar la relación con ella. Ni la existencia de una nueva pareja sonaba a que hubiera encontrado el modo de vivir. Probablemente se había aferrado a esa nueva relación como a otra tabla, para seguir flotando en los mares de un mundo que lo enojaba, que le hacía emerger su espíritu pesimista. ¿Había sido pesimista siempre? Qué poco sabía de él. Su biografía se le presentaba en una síntesis de tres o cuatro líneas: era viudo, de una mujer que murió diciéndole que no lo quería; tenía dos hijas vivas y un hijo muerto; recordaba la muerte de su hijo con mucho enojo hacia Dios y la vida; asociaba la muerte de su mujer al sufrimiento por las disputas familiares en torno a una herencia que se reducía a una casa de cien años; decía vivir feliz en su casita del interior, pero las costumbres pueblerinas del lugar lo irritaban. Lo único que le hacía brillar los ojos eran sus recuerdos de viajante y sus nietos. Casi no tenía amigos, sin embargo los que compartían unos momentos con él aseveraban sin dudar: "es una buena persona".
¿Cómo enojarse con una buena persona? Además ¿qué motivos tenía para enojarse? Clara había sentido mucho cariño por él, pero eso sin dudas no alcanzaba para una relación de pareja. Tal vez ni él buscara amor, sino alguien que le diera la felicidad que no podía lograr por sí mismo. A lo mejor su único amor había sido la vida errante, una cerveza compartida con personas que apenas conocía, una mujer pasajera en cualquier sitio. De todo eso, siempre hablaba con lujos de detalles y anécdotas... con nostalgia.
Nuevamente se iba de tema. "Debo ir más lejos en mis recuerdos. Seguramente la muerte de Ramiro no fue lo único que intuí antes de que ocurriera, o que supiera sin que me lo contaran", reflexionó. Se puso de pie, con un poco de esfuerzo; sus piernas ya no le respondían de la misma manera que a los cuarenta años, incluso ni siquiera como a los sesenta. Un sendero de hormigas llamó su atención. "Me van a terminar las rosas", protestó. Buscó el veneno y lo arrojó sin compasión sobre las depredadoras. "Lo siento, me gustan más las rosas que ustedes", dijo en voz baja.
"Debo ir más lejos. Ése no fue el único presentimiento en mi vida", pensó mientras regresaba a la reposera. Retomó el tejido. Parecía que cada vuelta de lana sobre las agujas le ayudaba a acomodar los recuerdos en su cabeza. "El primero fue el de la hamaca, sí", afirmó con repetidos movimientos de cabeza.
www.clidegremiger.com
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¡Un relato con tu sello, profe!
ResponderBorrar¡Excelente!
Graciassss!!!
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