Deanna Albano
Caracas, Venezuela
Frente a la ventana, detrás de un amplio escritorio, el hombre de pelo
gris, alto, porte distinguido y atlético, observa la ciudad que tiene enfrente,
su ciudad, para la cual ha luchado durante tantos años ha sido una y otra vez
dirigente, diputado, gobernador. Ahora lo eligieron nuevamente para ser
candidato.
Por una parte se siente halagado
por tal distinción; por la otra, aunque su estado fisico es sano, se siente un
poco cansado, como que ha perdido algunos aspectos de su vida.
Se pregunta: “¿Qué sentido tiene esto?”.
Otra vez los viajes, la espera en los aeropuertos, la agenda tan apretada a
cumplir en cada sitio, ver personas, algunas conocidas, otras no, las noches
solitarias en un frio hotel, de sábanas
a veces no tan pulcras.
Mientras
saborea su taza de té de frutas, mira la foto de la bellísima mujer que parece mirarlo dulcemente. Recuerda
cómo lo espera después de sus viajes; lo
mima con exquisitos bocadillos para que él
los deguste en el cómodo sillón del frondoso jardín que ella cuida personalmente.
La
dama ya no es tan joven como aparece en
la foto, pero tiene el encanto de la mujer madura, de muy buen gusto en el
vestir, no oculta su pelo veteado de gris y recogido en un moño bajo, tampoco
disimula las pequeñas arrugas cerca de los ojos.
Mientras
la contempla en la foto piensa en la época en la que deseaba casarse con ella.
Pero hay un lema: Los candidatos no se divorcian.
El
candidato pensativo evoca su juventud, sus sueños de ser un político diferente,
que pudiera lograr grandes cambios, sus valores de honestidad, solidaridad;
cambiar la forma de hacer política, centrarse en las necesidades de los más
humildes.
Sin
embargo el torbellino de actividades en que se veía envuelto lo fue alejando de
la gente. Los asesores, los comunicadores, cada vez más numerosos, erigieron un
muro que poco permitían el contacto personal y solo dejaban acercarse a individuos con intereses
particulares. La solidaridad hacia los
necesitados fue diluyéndose poco a poco, casi sin darse cuenta.
Sus
pensamientos se interrumpen con la entrada de uno de los secretarios, quien
le dice ceremoniosamente:
—
Señor, lo esperan en el salón azul, ya
llegaron todos.
—Sí
muchas gracias, en cinco minutos voy para allá, responde, con una sonrisa
apacible.
El Candidato se dirigió lentamente hacia el
salón adyacente, de repente se llevó las manos al pecho y fulminado cayó al
suelo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario