domingo, 26 de enero de 2014

El convivio



Por Alejandro Franco
México

―Arrímate aquí a mi lado, Carlingas…, acércate a la hoguera… ¿qué haces ahí echadote en la tierra, tiemble y tiemble de frío?
― ¡Oh!, no moleste don Pepe. Déjeme aquí, pegadito al Pulgas que me da un calorcito requete suave.
―Ándale, anímate y métete un fuertecito en el cogote pa’que te enciendas. Esta botellita la tenía yo bien escondida… nomás que para esta noche.
Don Pepe atiza la hoguera con cartones y palos inservibles del edificio en construcción donde el par de vagabundos se guarece por las noches. El fuego se aviva y alumbra su flaca figura. Por entre el sombrero viejísimo de fieltro, se le escapan ralos mechones de pelo blanco. La luz rojiza  amarillenta da contrastes cadavéricos en las cuencas de sus ojos y los acusados pómulos.
― ¡Vaya, ya veo que sí te animas a echarte una conmigo! Apenitas y puedes caminar de lo tieso que estás de frío.
Frotándose las manos, el invitado se aproxima a la hoguera y las pasea sobre el fuego. Es un hombrón que raya los cincuenta. Fornido y extrañamente acicalado, porta ropa que al parecer  fue robada o, mejor pensado, quizás fue un obsequio de un samaritano.
―Este cafecito, Carlingas, te va a caer de rechupete, ya lo verás.
El buen viejo mete el pocillo en la olla del café que hierve, para luego, agregarle un poco de aguardiente. Con amplia y compasiva sonrisa desdentada, hace el ofrecimiento estirándose lo más que puede hasta alcanzarlo.
Carlos, seguido por su perro, un escuálido animalito lanudo, se sienta a un lado del hombre. Le pega un sorbo al café sin azúcar y exclama:
― ¡Uta, don Pepe, se le pasó la mano con el alcohol! Pero resbala… resbala sabroso. ¡Salucita!
― ¡Salud, Carlingas! ¡Feliz Navidad y un feliz Año Nuevo!
― ¿Feliz Navidad? ¿Cual feliz, don Pepe? ¿Cuál Navidad? Estas fechas para mí ya están olvidadas… ya se fueron.
―Mira nomás qué noche, Carlingas… ¡cuánta estrellita hay en el cielo! Por ahí, entre todas, una de ellas seguramente ha de ser mi vieja mirándome… a la espera de que yo me le junte muy pronto.
― ¡Újule, ‘ora hasta melancólico se me va a poner! Pus a mí ni quien me espere… si acaso el Pulgas que más pronto que yo, se me irá de viejo.
Don Pepe hurga en su costal y extrae una bolsa de papel que pone sobre el suelo. Enseguida y a ciegas, vuelve a meter el brazo y saca una caja extendida.
―A ver Carlingas, ¿qué va usté a querer para la cena, que yo invito? Tenemos unas sobras de pollo a la “quentuchi”, y… vamos a ver… tres rebanadas de pizza “dominós”.
―Seguro que esta cena no se parece en nada a la que se van a despachar los riquillos en sus casas esta noche; dista mucho ―digo―. Si yo fuera mago o Diosito, palabrita que les cambiaba sus cenas por las nuestras; pa’ repartirlas entre todos nosotros los jodidos. Y esta triste hoguera…, por un radiador. O una chimenea por la que se descuelgue El Santa Clos ese, con hartos regalos. Y esta pobre mesa de tierra, por una de caoba o encino con sillas acojinadas.
―”Ay, don Pepillo, si yo fuera Dios qué no haría…”
―Y si mi tía tuviera ruedas, sería bicicleta…          
“Mejor súmase usté su cafecito que se le va a enfriar…; pa’ servirle otro; que el frío arrecia y la noche es larga…”.

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