Doris
Irizarry
Puerto
Rico
Allí estaba, con su traje
oscuro. Elegante, como siempre. No era posible no mirarlo. Era orgulloso,
impasible, distraído, callado. Hacía desfallecer a cualquiera de nosotras si nos
pasaba la vista, aunque fuera por encimita, así, dejando caer aquella mirada
desentendida, con sus grandes ojos verdes buscando algo más interesante de lo
que atisbaba a simple vista. Y yo estaba en primer plano, a simple vista.
Hacía tantos años que no lo
veía… cuarenta y cinco… cuarenta y seis… tal vez. Recuerdo aquella noche. Fue
su baile de graduación. Yo tenía quince años y era amiga de su hermana. En
verdad, mi madre era amiga de su madre y casi como obligación, los hijos de los
amigos nos amigábamos, las niñas hacíamos grupos de niñas y ellos hacían grupos
de niños. Solíamos hacer fiestas dentro de sus fiestas, planes dentro de sus
planes, los imitábamos. Casi siempre separados, hasta que la pubertad nos hizo
aburrirnos entre grupos separados y comenzamos a acercarnos. Empezamos a hacer
planes fuera de sus planes y fiestas fuera de sus fiestas. Y un día nuestras
madres, acostumbradas a planearlo todo, lo dispusieron. Así fue que llegamos
juntos al baile, yo con él y mi amiga con su novio. Nos habíamos maquillado
una a la otra, más bien ella a mí. A
ella le hicieron su peinado en un saloncito que había en la misma calle de su
casa. Yo me peiné yo misma, me acomodé el pelo en bucles sobre la coronilla y
solté un flequillo sobre mi frente, hacia un lado. Me puse un vestido verde que
tenía canutillos en la parte del arriba y calcé unos zapatos color blanco perla.
La verdad, estábamos preciosas.
Pasé la noche viendo como saludaba
a sus amigos, a veces lo perdía de vista. Estuvo serio toda la noche, la mayor
parte del tiempo de pie, mirando entre las parejas que bailaban o buscando
entre la gente. Me sorprendió que fumara y que lo hiciera casi con tristeza.
Hubiese querido bailar más de dos piezas. Esa noche dormí en su casa, con su
hermana.
No lo volví a ver hasta hoy.
Y ahí está, con su traje
oscuro, impasible, con algo más de peso y mucho menos pelo. Tiene barba, ¡siempre
le lució tan sensual! Se ve serio, impasible. Esta noche es él quien está en
primer plano, y yo, a simple vista, pero él aunque quisiera, no me ve. Sus
grandes ojos verdes, están eternamente cerrados.
Le di un beso a su madre, la
abracé, lloró en mis brazos… lloramos.
Sutil congoja. Excelente amalgama de imágenes y sentimientos del ayer y del hoy.
ResponderBorrarMe agrada la transposición de planos y esa sutil descripción tan palpable que nos envuelve hasta el final.
ResponderBorrarSilvia, Guberlin
ResponderBorrarGracias, me alegra que les gustara!