domingo, 16 de febrero de 2014

Lluvia


Lluvia

Silvia Alicia Balbuena

Argentina

Lentamente el transatlántico se alejaba de Río de Janeiro. La ciudad se iba desdibujando en una bola de smog y otra vez el mar inmenso era nuestro horizonte. Acodadas las tres en la baranda de cubierta, veíamos esa imagen empequeñecerse y empezábamos a soñar con los nuevos destinos del crucero.

Me levanté temprano, desde los salones donde desayunábamos, vi por los amplios ventanales, una sinfonía de grises. Gris encrespado el mar, apenas una línea gris el lejano horizonte, gris el cielo sin sol, sin nubes, sin pedacitos celestes queriendo ganarlo, sin arcos iris.

El Enrico ya estaba fondeado, el muelle de desembarco colgaba desafiante y los lanchones esperaban listos. Sentí pena por un día tan gris.

Expectantes, descendimos al muelle, subimos a una lancha, navegamos en un mar que se adivinaba turquesa debajo del gris. Desembarcamos en el pequeño Puerto de Angas do Reis. Liliana había llevado el paraguas y junto a Beatriz, se refugiaron bajo su copa de la persistente llovizna que no quería darnos tregua. Yo preferí mojarme. Sentía sobre mi cuerpo que la lluvia era una bendición. A mis cuarenta años estaba vacía, terminada; había decidido el viaje con mis amigas de la infancia después de los dolorosos momentos de la enfermedad de Norberto, mi viudez, la ida de los chicos a comenzar con su nueva vida. Y quería tragarme todo, para aliviar la soledad, pintarme nuevos paisajes, dibujarme nuevos horizontes, purificar mi alma.

La ciudad se nos presentó con toda su carga de romanticismo. Su aspecto colonial, los adoquines de sus calles, los negocios anclados en el tiempo, la vegetación verde exuberante, las flores de colorido refulgente por doquier. La lluvia no podía pintar de gris la exaltación de todos los sentidos que se nos abrían paseando por el lugar, escudriñando sus rincones, saltando muros o trepando subidas.

Yo estaba empapada. Caí en la cuenta que mi amplia falda dibujaba mis muslos, se me metía en mis huecos resaltando mis zonas femeninas, mis pezones se marcaban furiosos a través del vestido mojado. Mi cabello goteaba piedras transparentes que podían nublar mi vista o dar sabor a mis labios. Era hora de refugiarme bajo el paraguas.

Como era la más alta de las tres, tomé su mango y me ubiqué en el medio.

Recorrimos, caminando y dando brincos, las calles empedradas del centro mientras cantábamos tangos, esos bien nuestros, untuosos, del arrabal, de lamentos y amores enloquecidos.

Esa imagen de las tres bajo un paraguas con la lluvia acompasada dando ritmos a nuestras voces de tangos, es una de esas delicias que bebí y atesoré en mi ser, no sabía que para siempre, tampoco sabía la historia que me esperaba.

Él apareció de frente, de la mano de una muchacha. Me pareció que lo conocía de verlo en las cenas. Me clavó con lascivia su mirada transparente. Me sentí desnuda. Tal vez estaba desnuda mi alma. Tal vez mi cuerpo estaba desnudo con el vestido empapado pegado a mi piel. Yo también le clavé mi mirada, no sé por qué. Buscando un refugio para saber que estaba viva, provocándome sensaciones que me había ocultado, desafiando su mirada para decirle que no me importaba sentirme desnuda. Ahora pienso que un poco de cada cosa, y sobre todo atraída por su magnetismo. Me pareció que mis células eran esas limaduras de hierro de las clases de Física, que se mueven al influjo del imán que se les acerca y dibujan espectros magnéticos. Toda yo me encrespé, él fue el imán, yo el hierro.

Por la tarde, la sinfonía de grises no cesaba. Nos acercaron en la lancha, refugiadas bajo las lonas de su techo, a una isla privada. ¡Qué ensueño! Calma, vegetación, aves. Por un rato unos rayos de sol se escaparon, pintaron de turquesa las aguas cálidas y vistieron de arcos iris por doquier el paisaje. Me puse a nadar, iba y venía de la cercanía a la lejanía. No sé si me buscó, no sé si las últimas pequeñas gotas de lluvia que cayeron o los grises tornados a tímidos colores me lo acercaron, pero nos cruzamos varias veces. Ya no sólo nos miramos intensamente, con una lejana sonrisa nos besamos. En los labios… en todos los rincones de nuestra piel… Nuevamente me sentí desnuda y creo que lo desnudé a él también. Nuevamente me sentí hierro frente al imán. Y me sonreí:“el magnetismo se ejerce a través de todos los medios”, el agua no pudo disminuir su acción. Irracionalmente, sentí que la potenció.

Regresamos al barco en la misma lancha, cuando ya las luces del atardecer se disolvían en una llovizna que seguía persistente. Las tres abrazadas, cantamos a viva voz ese tango que es casi un canto de filosofía antropológica, casi nuestro himno Uno busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias…Él volvió a clavarme su mirada transparente. Yo lo miré dedicándole con dulzura mi decir. Al descender, se acomodó en el improvisado muelle para darme su mano. Me envolvió con una sonrisa, me abrasó con su fuego y alcancé a escucharle:

-Me llamo Simón. Viví su voz como notas musicales en mi oído.

Después de cenar, Liliana y Beatriz querían ir al teatro del buque y luego al casino.

-Yo estoy cansada, tomo un trago y me voy a dormir -sabía dentro de mí que un nombre dicho en mi oído era una cita.

Me fui al bar más íntimo del crucero, ése de los sillones de cuero de vaca y mesitas de cristal, con amplios ventanales desde donde se observaba que el cielo le había ganado a todos los grises y se había agujereado de cientos de brillantes estrellas, y el mar se había calmado en la plata de la luna.

-Te invito a un trago ¿Qué te gusta?

-Sólo un destornillador. En el 444 -y lo miré entregada y provocadora.

Yo subí por el ascensor. Simón por las escaleras. Estaba poniendo la tarjeta-llave en la puerta, cuando sentí sus dos manos acariciando mis caderas y su miembro erecto apoyarse en mi cuerpo. Me di vuelta, con mis labios busqué sus labios, con mis senos su pecho, con mi pubis su totem. Durante dos horas en mi camarote 444 fuimos un fuego destellante, sin mesura, sin límites. Un fuego que ardió en su calor, nos consumió en sus llamas, nos pintó en sus rojos.

No lo volví a ver. Pero el fuego que supimos encender emergiendo de una lluvia incesante me dejó cenizas ígneas para resucitar..

3 comentarios:

  1. Una historia con una sensualidad bien dosificada. Hermoso!

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  2. Con gran riqueza del idioma y fluidez literaria, Silviali expone con sutiles matices una gama de sentimientos originados en la soledad y el silencio de una viudez temprana que la conduce a explorar el universo turístico de su país,con la descripción de hermosos paisajes que van trasformando su angustia, a la emoción siempre fresca,y renovada de celebrar nuevamente la vida.

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