Viviana Ibrahim
Argentina
Sentado sobre los escombros amaneció Leonid.
Había pasado horas eternas frente al fuego,
viendo arder en la hoguera su vida entera. La noche fue testigo de su furia, de
su llanto, de sus gritos, de la ira desplegada contra su Dios; pero lentamente,
muy lentamente, su cuerpo cedió agotado ante el fracaso de intentar atemperar
la opresión.
Sus ojos fijos en el espanto no lo dejaban
partir, quería al menos, llevar consigo las imágenes de lo que fue. Ahora, con
las manos cubiertas de hollín, la ropa rasgada, bañado en sudor, tieso, absorto
batallaba contra los remolinos de cenizas, que girando al compás del viento,
envolvían su cuerpo con la insistencia de perpetuar en él, el olor que adquiere
la pérdida.
El sol comenzaba a vislumbrarse en el cielo,
límpido, calmo, abrazador. El sonido algo lejano de voces, de puertas que se
abren, de persianas que se levantan, de motores en marcha, le anunciaban que en
algún lugar y para otros, la vida continuaba. ¿Cómo podía ser? Ecos anónimos,
cada vez más cercanos, amenazaban la intimidad de su acto, ¡¿es que nadie ve?!
Instintivamente se tapó los oídos; sentía en
las entrañas la necesidad salvaje de aferrarse a las cenizas, de unirse a
ellas, de fusionarse, de hacerse Uno con ese resto... huella de su obra, su
arte, sus sueños, su ser. Sin detenerse a pensar en lo que hacía, se arrodilló
y comenzó a levantar del suelo los vestigios de su pasión. Mientras guardaba
sus reliquias, en una pequeña caja de pinceles sobreviviente del desastre,
desesperado, loco, se descalzó. Corridas, bullicio, carcajadas... como si al
verlo tomaran cuerpo los fantasmas, nadie se detuvo, nadie le habló.
Embebido en su aflicción caminó entre las
ruinas apenas ardientes, se untó la frente, el pecho, el corazón y continuó con
la prisa de aquél que teme que se le arrebate hasta el dolor.
Un lamento se alzó a los cielos, le tendió la
mano, lo envolvió...
Leonid se detuvo. No la vio cuando llegó.
Allí estaba ella, pálida, vestida de azul, con
su largo cabello suelto, de pie en las heridas de la destrucción. Abrazada a un
violonchelo ofició el responso, embriagando el aire de sonidos condolientes.
Íntimos en la oscuridad de los lamentos, ella
permaneció con los ojos entrecerrados hasta el último instante y él, en
silencio, juntó las cenizas de su alma y al fin partió.
Es un relato interesante y de grata lectura y moderna factura. Auguro éxitos a este nuevo espacio.
ResponderBorrarAlichín, gracias por leer mi relato y por tu comentario alentador!
ResponderBorrarViviana Ibrahim
Impresionante relato de un moribundo que lo ha perdido todo, menos su cajita de pinceles,y fue ayudado en su transicion por el lamento fúnebre de las cuerdas de aquel instrumento único en el cual se hizo eco el dolor desgarrador de su alma. Asistido por la musa, fuente de una inspiración que constituyo la pasión de su vida,murió en la deseperacion del incendio creativo.
ResponderBorrarMe recuerda la muerte del Cisne Negro.
La autora, muere en la creación de su obra para luego emerger victoriosa a las alturas del Fénix triunfante en la literatura de sus propias palabras.Una obra que se sumerge en los desconocidos y laberínticos mundos de la psiquis humana,donde solo puede penetrar el relámpago de una pluma magistral.
Espero seguir leyéndola.
Gracias Elvirita por tan atenta lectura! Magistral el análisis que hacés del relato, rescatás su profundidad.
BorrarViviana Ibrahim