Jaime Aldana
Perú
Estoy esposado y encerrado en un cuarto.
No sé qué hora es ni dónde estoy. Me han puesto una asquerosa capucha que huele
a aceite quemado. Debo tener hematomas por todo el cuerpo. He llorado, pero mi
llanto, que en un principio fue de cólera, ahora es de impotencia.
La puerta se abre de nuevo produciendo un
chirrido escalofriante. Mis músculos se tensan porque saben que recibirán otra
dosis de golpes. Un hombre se acerca y me habla al oído:
––Está muy mal eso de que
te hagas azotar por encubrir a tu cómplice. Si me dices lo que queremos saber,
ten por seguro que saldrás bien librado. Pero si insistes en permanecer en
silencio, ya sabes lo que te espera ––me dice en tono confiable.
––Yo no sé nada, señor, no sé qué es lo que quieren saber.
––Te lo voy a preguntar una vez más, ¿qué estabas haciendo en el banco?
––Cobrando mi sueldo. Mi primer sueldo. Lo estaba contando cuando
aparecieron esos tipos encapuchados y nos ordenaron tirarnos al suelo.
––¿Y qué hiciste?
––Me tiré al suelo. Yo sé que en momentos
como esos es necesario obedecer.
––La persona que estaba contigo, ¿cómo se llamaba?
––En el barrio lo conocíamos como el ‘’cojo Miky’’. No sé su nombre
verdadero.
––¿Y tú te haces acompañar de alguien que no conoces y justo para
retirar tu sueldo? ¿Tú crees que somos tontos?
––En el barrio todos lo conocemos… o lo conocíamos. Sospechábamos que
andaba en cosas raras pero con nosotros siempre se portó muy bien.
––¿No habrá sido que a ti te pagaron para que lo cerraras? ––me pregunta
alzando la voz.
––No señor, yo no me meto en esas cosas. Para mí la tranquilidad es lo
más importante.
––La tranquilidad económica, supongo.
––No, señor… este… bueno, sí, pero no a costa de nadie.
––Lo que pasa, ‘’señor’’, es que tú tienes antecedentes penales. Eso te
hace sospechoso de cualquier cosa.
––Pero eso fue por una pelea que…
––¡Por lo que sea! ¡Tienes antecedentes penales, y listo! ¡Es todo lo
que necesitamos para encausarte! ¿Entiendes? ––me grita al oído.
––Sí señor ––respondo sin saber qué más decir.
––Bueno, ya que no quieres cooperar, voy a tener que pedirle a otro que
venga a refrescarte la memoria.
––No, por favor, señor, yo no tengo nada qué ver. Si supiera algo,
¿usted cree que ya no lo hubiera dicho? ––le ruego. Ya no creo poder soportar
más. Comienzo a gimotear, pero el tipo me toma del hombro y me dice:
––No te preocupes. Solo quiero que me digas si viste algo que debamos
saber. ¿Por qué crees que a tu amigo le dispararon? ¿Notaste alguna marca o
tatuaje en los asaltantes? ––me pregunta.
––No señor. Yo estaba boca abajo y con los ojos cerrados. Miky era un
tipo raro, no le conocí ninguna novia. Ni siquiera sabíamos dónde vivía.
Acostumbraba a ir a la canchita a jugar fulbito, pero casi siempre se quedaba
en las gradas tomando aguardiente. Traía una botella y nos invitaba. Uno que
otro aceptaba. Su charla era interesante porque a veces nos contaba historias
asombrosas. Fue ahí donde lo conocimos. Parecía un buen tipo porque algunas
ocasiones invitaba helados a los más chicos ––le respondí. La verdad era que sí
había podido ver algo. Quería saber quién se había quedado con mi sueldo. Mi
primer sueldo. Tenía tantas ilusiones con esa plata. Llevaría a mi novia al
cine y le compraría lo que quisiera. También le haría mercado a mi viejita.
Pero a esos malditos que mataron a mi amigo y me robaron el sueldo, solo les vi
los pies.
Rato después, y siempre con la capucha puesta, los policías de
investigación me suben a un auto y me dejan en un sitio desolado, a las afueras
de la ciudad.
Como puedo logro llegar hasta las primeras casas y pido ayuda. Al
comienzo me mirab con desconfianza, pero al verme herido me hacen pasar a una
de las casas donde me dan un café que me sabe delicioso, y un pan con queso. Me
preguntan qué me pasó, pero solo atino a decirles que por robarme, unos
muchachos me habían golpeado. Hablan algo sobre la inseguridad, y luego me
llevan hasta la posta médica, donde me curan las heridas y me piden ‘’descanso
absoluto’’, cuando lo que yo tengo es ganas de ir a tomarme un trago.
Llamo por teléfono a uno de mis mejores amigos y le pido que nos
encontremos. Cuando llega, abre desmesuradamente la boca para decir algo, pero
le pido que se abstenga.
––No me digas nada ahora, hermano, solo invítame un trago y te cuento
––le digo. Tomamos un taxi rumbo al centro de la ciudad, mientras le cuento las
malas nuevas.
––¡Entonces hay que ir a poner la denuncia! ––me sugiere.
––¿Denuncia? ¡No jodas, compadre! ¿A quién voy a denunciar? ¿Tú crees
que por poner la denuncia me van a devolver la plata que me robaron o ya no me
va a doler el cuerpo? ––le digo, intentando alzar la voz sin lograrlo. Me mira
con esa cara suya que conozco muy bien cuando ya no le quedan argumentos.
Llegamos al bar al que solemos ir, y de inmediato pedimos media botella
de ron.
Rato más tarde escucho una risotada seguida de unas exclamaciones que me
hacen palidecer. Volteo a mirar lentamente y me agacho haciendo como que recojo
algo, y compruebo que en efecto son las mismas horribles medias rojas que vi en
el banco, las del hombre que le disparó a Miky.
Como ya nos tienes acostumbrados Jaime: pintas las situaciones de tal manera que te creemos todo! Felicitaciones!!!
ResponderBorrarUn relato con tu sello Jaime. ¡Un gusto leerte!
ResponderBorrarTus relatos de policías y de crímenes organizado son espectaculares, te leo sin desprenderme de tus letras.
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