Clide Gremiger
Argentina
Las lágrimas me corrían por la cara como vertientes
bajando de la montaña. ¡Lloraba por las zapatillas negras con bordes rosados!
Lloraba por unas zapatillas, pero lo más loco no era eso sino que había
caminado descalza sobre la nieve, las espinas, los bordes filosos de unos
acantilados desconocidos, los extremos cortantes del andén de una estación que
no sé si existe, las astillas de un piso de madera… el de mi abuela Meneche (ése
existe pero no lo veo desde mis doce años). Por todos esos lugares había andado
a pie desnudo y sin un rasguño. No me detenía en esas extrañezas. ¿Qué tenían
que ver todos esos sitios con la oficina de Posgrado donde había olvidado mis
zapatillas? Tampoco me lo preguntaba. Mi preocupación… ¡y vaya si estaba
preocupada!, era que Liliana, mi compañera de oficina podía llevárselas. Ella
calza el mismo número que yo. Además sabía que le gustaban y mucho; le había
visto los ojos de codicia cuando las compré. También podía ser que Sergio… él mencionó que
le encantaría tener dinero para regalárselas a su novia ¿Y si en vez de
llevárselas Liliana o Sergio, entraba a la oficina la de pelo teñido de
colorado, la que siempre limpia con bronca? Ésa me las destiñe con lavandina. ¡No,
por favor, son mis preferidas! Todo eso pensaba mientras rogaba que alguien
atendiera el teléfono que hacía timbrar desesperada, con las lágrimas
corriéndome ya por el escote de la blusa.
Si el guardia de la Facultad levantaba el tubo podía pedirle que me las
guardara hasta el día siguiente. Aunque a nadie se le ocurriera robar o
arruinar mis zapatillas, ¿qué diría el Director de Posgrado si las veía en el
piso, junto a la mesa de la computadora?… ¿O las había dejado junto a su
escritorio? ¡Qué horror! ¿Es que mi teléfono no funciona?, todo eso se me
mezclaba en la cabeza cuando corrí hacia el teléfono del bar de la esquina. Ése
que siempre está lleno de borrachos y al que no entré jamás; ése del mostrador
mugriento con olor a salamines y queso rancio; ése del que salen hombres que
necesitan cuatro o cinco ensayos para poder montarse a sus bicicletas antes de
pedalear zigzagueando por la calle; ése que tiene un mesero sudoroso y de pelo
grasiento que, con un solo golpe del filo de su cuchillo sobre la madera del
gran mesón, puede convencer a todos los borrachos de que llegó la hora de irse
a casa.
Tenía que telefonear, era indispensable que lo hiciera, pero
al bar no entré. No pude. Mi consciente dominó a mi inconsciente y lo convenció
de que en la esquina de mi casa no hay ningún bar y ordenó dejar de soñar estupideces.
A las zapatillas no las usé más.
Muy lindo cuento.Que imaginación Clide y facil de explicar con palabras. Un abrazo.
ResponderBorrarGracias Ricardo! No sabés la alegría que me da que justo vos lo hayas leído. Un besote enooooorme!!!
BorrarMuy lindo cuento.Que imaginación Clide y facil de explicar con palabras. Un abrazo.
ResponderBorrarBien Clide como siempre
ResponderBorrarGracias Paul Fernando! Besote y gracias por tu lectura!!!
BorrarBien Clide como siempre
ResponderBorrarÁgil, claro, descriptivo...Tu sello
ResponderBorrarParece que sí Osvaldo. Directa como flechazo en la frente, jajajaja. Gracias por tu lectura!!! Abrazote
BorrarMuy buen relato, Clide. Me gustó mucho. Cariños.
ResponderBorrarGracias Patricia! Un abrazo!
BorrarMuy buen relato, Clide. Me gustó mucho. Cariños.
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