Doris Irizarry
Puerto Rico
De entrada, confieso que lo que les voy a contar me llena de regocijo. O
mejor… llamémosle, satisfacción. Y no es que me haya convertido en una víbora,
o que en algún momento fugaz me haya dejado corroer por el moho de la envidia.
No. El sentimiento es más puro que eso, aunque el cristal con que lo miren
parezca algo nublado.
El día iba de maravillas hasta que la novia me entregó el
sobre preciosamente caligrafiado, (incluido papel de seda) perfumado con ese
aroma particular y enlazado con una fina cinta satinada que nos anticipa una
recepción tipo revista Imagen. Antes de guardarla, una de mis compañeras de oficina me dijo, con ojos
de perro de albergue municipal malamente fingidos, (por la nobleza de los
perros, claro) ¡Vas a ir, ¿verdad?! Decir que no, era como darle cuerda para
que pensara que estaba sangrando por la herida.
Me tomó unos segundos
soltar un sí que pareciera ‘normal’. Y acabando de pronunciarlo, se me acercó
sin dejar de mirarme a los ojos, puso una de sus manos sobre mi hombro y añadió
con cara de arpía, ¿Estás bien, querida? Entonces hice un despliegue de mis
dotes actorales (bien aprendidos, en la oficina, por cierto), y la convencí de
que no podía estar mejor. Tal fue el éxito, que salimos de la oficina con una conversación tan
animada que parecíamos amigas de toda la vida, a pesar de que sabía que ninguna
de las dos me tragaba, porque mi nombramiento les había anulado sus
aspiraciones. Había que ver con qué gusto nos miraba la gente, ¡Tan
dicharacheras! Claro, hasta llegar al estacionamiento y mirarme al espejo
retrovisor con esa sensación que queda en los músculos después de haber reído
sin ganas. ¿No hacemos lo mismo siempre? (lo de mirarnos al retrovisor, y
pensar que hay quien no lo usa). Lo hacemos tan pronto nos montamos en el
carro, especialmente cuando hemos confrontado una de esas situaciones estúpidas. Aceptémoslo, lo hacemos siempre. Para
nosotras las mujeres, mirarse al espejo es algo profundo, místico, es una
manera de encontrarnos a nosotras mismas. Lo de reírnos sin ganas, también.
Llega a ser un acto de heroísmo cívico en pos de la paz y la sana convivencia.
En síntesis, para evitar guerras.
Ya había transcurrido poco más de un año de
mi llegada a la compañía. Darle vueltas al asunto y verme al otro lado, empezó a darme visos de resignación. Que yo estuviera
entre los invitados de la boda debía ser parte del protocolo. Obvio. Al fin y
al cabo, dejarme fuera sería de mal gusto, después de haber invitado a mis compañeras.
Todo se remonta a mi
llegada al la empresa. En aquel entonces, el diploma de Maestría en
Comunicaciones le dio peso a mi cara mona, que tampoco se quedaba atrás. Inmediatamente
después de terminar la entrevista, tenía la oferta de empleo, Especialista de
Relaciones Públicas, directo y en vivo de las manos del Jefe de la empresa,
alto, guapo y de mirada encantadora. Completaba el ensueño, un anular libre de
pecado. Dicen que las cosas pasan por alguna razón y yo, que no creía ni en la
luz eléctrica, estaba flotando en las nubes.
No bien acabado de acomodarme, empecé a encontrar notas sobre mi
escritorio. “Buenos días” “Te ves linda hoy”… y comencé a buscar en los ojos de
los varones de la empresa, (siempre los delatan). Aunque mirar los ojos del
objeto del deseo, no era fácil, por razones obvias. Además, como presidente de
la compañía estaba muy ocupado, viajaba mucho y entraba por una puerta privada
hacia su oficina.
Los “Buenos días”,
“Me gustas mucho”, los Ferrero, ¡los Ferrero! Esa ristra de detalles motivó mis
llegadas a la oficina, cada vez más temprano. ¿Sería él? ¿Por qué no se
revelaba? Hay hombres así, románticos y enigmáticos. Y así pasaron los meses. Una
flor, uno que otro día me convenció de que había esperanza. El día de
intercambio de regalos, además del que me tocó, recibí un pequeño cofre de
cristal. ¡Dios! Pero, ¡ah!, una mujer como yo no iba a ser tan evidente. Ni
soñarlo, primero muerta, que sobrada. Me haría la tonta hasta que el monstruo se revelara.
Y el monstruo se
reveló, (el que yo llevaba dentro) cuando llegó la notita de, “Te veías
preciosa ayer”. ¿Ayer? Se activaron mis neuronas, el hemisferio izquierdo opacó
al derecho y la dopamina cayó estrepitosamente en niveles históricos. La
susodicha, (o sea, la nota) la encontré un miércoles después de haber estado
ausente el martes ya que el lunes había dejado el rímel, la base y los polvos
en una mezcla pegajosa y surreal sobre mi rostro; estornudando, por supuesto. Y
obvio, quien puso la nota olvidó rescatarla en mi ausencia. Salí de la idiotez
en un santiamén. Aquello… ¡era una broma! ¡Por Dios! No dije nada, más bien, me
costó digerirlo. Yo, nadie más que yo, había caído en la patraña… ¿O no?
Lo insólito pasó
después de la hora de almuerzo. ¡Encontré otra nota! “Te espero el viernes en
la mesa 3 del restaurante de enfrente, a las 6:00”. La víbora que habitaba en
mí había mudado el pellejo, pero no me iba a quedar con esa. Ni corta ni
perezosa, decidí salir de la duda. Ese viernes me retrasé en mis tareas para
salir un poco más tarde. Esperé algunos minutos pasadas las seis para entrar al
restaurante. A esa hora ya había mucha gente. Y allí estaba él.
Delante de estos
ojos que ha de comerse la tierra, vi aquel hombre más hermoso que nunca. Me
miré el vestido negro que me había puesto para impresionarlo, (en honor a la verdad,
lista para matar) que no hacía otra cosa que ocultar un saco de nervios. Se
levantó para acomodar la silla, mostró la sonrisa más sensual que haya podido
verle en sus labios. Sonreí aliviada, mientras él extendía su mano para recibir
a… ¡la hermana de su socio! De más está decir que compré una Coca Cola y la
pedí para llevar. A la salida estaban mis queridas compañeras, a quienes bauticé
desde entonces como el clan de las Brujas, Arpías y Malvadas, BAM. Ocultaban
una risa cizañosa bajo las garras acrílicas. ¡Claro! Ellas, pusieron las notas,
las flores ¡el cofre! Respiré profundo. No le iba a dar el gusto de la escena, así
que tampoco dije nada.
Para hacerles el
cuento largo, corto, asistí a la boda del año, el objeto del deseo y la hermana
del socio. Pero todo tiene un lado gratificante. Vi, con este único regocijo
del que les hablaba, lo mejor de la recepción; las Brujas Arpías y Malvadas habían llegado ¡con el
mismo vestido! Eso, para nosotras las mujeres es, ¡imperdonable! Así, que en
menos nada, una de ellas se esfumó como el éter. La salida de la otra fue más
discreta, dizque salió al tocador y no regresó.
No puedo negar que
me hubiese gustado estar al otro lado,
o sea, del brazo del novio, pero en verdad, a mis veintisiete puedo decir que no
he disfrutado más en mi vida, además, creo que esto solo acaba de empezar. ¡Por
cierto, le dejé a la novia, preciosamente envuelto con una cinta satinada el
cofrecito de cristal!
¡¿Me estaré
transformando en una BAM?!
Excelente Doris!!!
ResponderBorrarBonito Cuento
ResponderBorrarExcelente!! Muy bien narrado
ResponderBorrarEstas pequeñas venganzas casi siempre tienen nombre de mujer. Muy bien narrado, con el ritmo siguiendo el paso a la historia, con sus idas y venidas, como en la vida. Bravo!
ResponderBorrarGracias a todos por leer!
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