OSVALDO VILLALBA
Buenos Aires, Argentina
Su
propio grito lo sacó de la pesadilla. Se sentó en la cama,
traspirado, le faltaba el aire. El sueño se había vuelto
recurrente. No podía precisarlo con seguridad pero estaba seguro que
en los últimos días lo había sufrido más de cuatro veces. Con
variantes, pero el final en todos los casos era similar: un enorme
camión con cuatro grandes faros que encandilaban y bocina
ensordecedora que avanzaba de frente a gran velocidad. Algunas veces
estaba caminando por una ruta; otras manejaba un auto desconocido.
Invariablemente se despertaba antes del choque.
Todavía
estaba oscuro pero la luz de la calle, ingresando por la ventana
abierta, se reflejaba en el cielorraso del dormitorio, y le daba al
ambiente una tenue luminosidad. Igual encendió la luz del velador
para convencerse que todo estaba bien y fue a lavarse la cara.
Regresó al dormitorio y se sentó sobre el costado de la cama.
Frente a él estaba el placard, con puertas espejadas; a su espalda,
del otro lado de la cama, la cómoda, que también tenía un gran
espejo. Siempre le resultaba sorprendente ver su figura reproducida
hasta el infinito. Volvió a acostarse con la intención de dormir un
rato más pero no pudo conciliar el sueño.
Franco
pasaba la mayor parte de su tiempo en la ruta. Viajaba veinte días
seguidos y después, una semana libre, en su casa. En esa semana, uno
de los días concurría a la empresa para la que trabajaba para
cumplir algunos trámites administrativos. Esa mañana debía pasar a
retirar las órdenes para comenzar el viaje al día siguiente, por lo
que decidió irse a duchar. Se levantó, puso a funcionar la cafetera
eléctrica - necesitaba desayunar antes de salir - y se metió en el
baño.
Una
espesa niebla cubría el tramo de la Ruta 14 entre Santo Tomé y
Gobernador Virasoro. Todavía faltaban un par de horas para que el
alba dibujara sus primeras pinceladas en el horizonte oriental. El
camión avanzaba a considerable velocidad – más de la aconsejable
de acuerdo a las condiciones climáticas – rumbo al norte. El
tránsito era escaso. Algunos camiones que venían de Brasil,
viajando en grupos de dos o tres por seguridad, algún micro de larga
distancia y, muy ocasionalmente, automóviles particulares.
En
sentido contrario, 30 km más adelante, un automóvil mediano, color
gris, ingresaba en el banco de niebla. Viajaba detrás de tres
camiones que circulaban muy pegados complicando el sobrepaso. Diez
minutos después el automóvil aceleró y comenzó a pasar al primer
camión.
El
camión que avanzaba hacia Misiones salió de una curva cuando,
después de cruzarse con otro, se encontró, como a 400 metros, con
un automóvil que venía de frente. El chofer del camión prendió
las luces altas, tocó desesperadamente la bocina y, de un volantazo,
lo dirigió hacia la banquina. El camión se inclinó peligrosamente,
zigzagueó unos metros y finalmente se detuvo. El automóvil, por un
segundo, pasó sin ser tocado y se alejó sin detener la marcha.
Franco, todavía temblando, abrió la puerta del camión, se bajó, y
se quedó mirando la ruta en la dirección en que se fue el auto. No
alcanzó a ver ningún detalle del coche, pero de algo estuvo seguro:
sabía lo que sintió el conductor.
Bien Osvaldo! Bien relatado. Pude ver el accidente como en película. Muy bien!!!
ResponderBorrarGracias Clide! Tus palabras alientan!
BorrarQué buen relato. Con suspenso y detallada descripción.
ResponderBorrarGracias Paula!!
Borrarmuy Buen Cuento ...
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