Paul Morillo
Lewisville, N.C. USA
Tuve
que pagar cinco dólares del tiquete para entrar a mi propia casa. Un
año atrás yo mismo cobraba al público un pesito nada más. Las
cosas más extrañas pueden acontecer en menos de unos segundos, la
verdad es que la era del Internet te puede cambiar la vida.
Hace
poco más de un año regresaba yo de mi oficina y al tomar la salida
de la carretera 421 entré al shopping center y me topé a boca de
jarro con un nuevo negocio. Una panadería; Bakery y Panadería
Glorita, decía el letrero. Toda una novedad en esta parte del pueblo
donde la mayoría son “gabachos”, como llaman los mexicanos a los
gringos. Noté toda suerte de panes y golosinas que años tenía de
no llevarme a la boca, hechos ese mismo día. Me golpeó la mirada y
el olfato unos alfajores argentinos hechos por manos nicaragüenses.
Compré pan y una docena de alfajores. Efectivamente esos alfajores
sabían al Sur mismo. Tenía que pasar las noticias de la panadería
a mis amigos; además le iba a hacer un favor a la dueña si lo
publicaba en el Tweeter. Así lo hice.
Pan
hispano y Alfajores, los mejores, los encontré en el shopping center
de la salida 239 ruta 421 norte. Puedo dar fe, eso fue todo lo que
envíe.
A
los 33 minutos contados de aquel tweet llegó a mi casa una camioneta
y una minivan. La camioneta repleta, con más argentinos que el
estadio de Boca. En la minivan llegó una serie de mexicanos que no
terminaban de salir del automóvil, paré la cuenta en 35, y seguían
saliendo. No pensé nada en especial en ese momento, creí tontamente
que había alguna construcción en mi barrio, pero todos caminaron
directo a la puerta de mi casa.
Timbraron.
Abrí.
Buenas
tardes dije, ¿en qué los puedo ayudar? Eso fue lo que alcancé a
decir. Un galamatías de “che” y “cabrón” se mezclaron en el
aire. Los unos exigían ver la Virgen de Guadalupe y los otros la
imagen de Messi. Alcancé a oír palabras sueltas: alfajor, dos
caras.
Mientras
tanto, afuera la gente seguía llegando, ahora eran de todas las
nacionalidades de Hispanoamérica. Yo ya calculaba la masa humana en
los cientos de personas. Por allí creí advertir un Toyota con
algunos filipinos, todos exigiendo, gritando ver el Alfajor Bendito.
Traté,
en vano de decirles que era un error, que no había ningún alfajor,
pero un filipino de nombre Alberto Santillán, me acuerdo el nombre
clarito porque me enseñó el certificado del nuncio apostólico de
Boston, ya estaba en la cocina rebuscándolo todo. Abrió la funda
que contenían los alfajores y los examinó uno por uno. En el noveno
paró, tomó el alfajor entre sus dedos y se puso de rodillas
rezando. Los otros alfajores los repartió entre los niños que ya
rondaban la docena. Los argentinos corrieron a la cocina y le
pidieron la golosina para observarla y ellos también encontraron a
Messi en la otra cara de la galleta. Y comenzaron los cánticos: olé
le le, ola la la, Messi se la da, messi se la da.
Yo
nunca vi nada, ninguna cara o mancha en el alfajor. A esta hora mi
casa era un atolladero de gente que rezaba y jugaba al fútbol, según
el lado del alfajor que se mirara. A mí me habían empujado casi
hasta la puerta de entrada, donde encontré a la señora
nicaragüense, la panadera que hizo el alfajor, quien me dijo sin más
pena: “Vo si sos un jue-puta, vo” y se fue para la cocina. Nunca
supe el doble significado de esta frase. Yo, más que de una oración,
o de un cántico... fiel a mis lecturas nocturnas me acordé del
cuento Casa tomada de Cortázar, pero eso solo pasa en cuentos y
otras fantasías, me dije. Esto estaba aconteciendo en realidad. Y me
estaba pasando a mí.
Había
grupos que rezaban rosarios en la sala, el comedor y los cuartos del
segundo piso. El garage, el patio, el corredor que lleva de la
entrada a la cocina y la sala estaban destinados a juegos de fútbol,
de a cinco contra cinco, o de siete contra siete, o cancha grande de
once contra once. Incluso vi, uno contra uno, mientras esperaban los
cambios de jugadores en los equipos. Los argentinos comandaban el
grupo del fútbol, de vez en cuando descansaban, iban a la cocina a
preparar un mate, lloraban ante la oblea, cantaban a Messi más duro
que los mexicanos a la Virgen de Guadalupe:
−Y ya se ve… y ya se ve, Messi sos el más grande, papá
Messi ....
Mientras
los mexicanos cantaban y rezaban:
−Nuestra madre en los cielos, llénanos con tu mirada...
Un
galimatías comparable solo a la Torre de Babel. De pronto algún
creyente mexicano se animó a un partido contra la selección
argentina de facto. Estaba agrupando a sus once, pero Alberto
Santillán, ahora ya reconocido mandamás en mi casa, lo sentó a
rezar de un solo carajazo. Nunca más se mezclaron los grupos o lo
intentaron siquiera.
Así
transcurrió cosa de un mes. Yo dormía en una esquina del porchesito
que da al jardín. Aguanté frío pero no hambre, ya que entre las
señoras mexicanas la comida era un ritual serio. Dueñas y amas, de
mi cocina entre rezo y rezo, se cocinaba 24 por 7 horas, ya sea unos
taquitos de nopal, de carnitas, al pastor, la auténtica comida del
pueblo de Degollado. Se ufanaban las doñas con unas tamalitos,
guacamole, o con los frijolitos. Los argentinos por su lado eran
bebedores incansables de Mate solamente, miraban con soberbia y casi
con asco las sabrosuras de los del otro lado del medallón bendito. A
la galleta la expusieron en una caja de vidrio, al lado de la Virgen
de Quito, junto con un Niño Jesús semidesnudo y un Cristo que me
regaló mi abuela cuando decidí migrar al imperio gringo.
Esperé
día tras día por las facturas y la hipoteca de la casa; que se
venzan y nadie pague, así vendría la policía por orden del banco y
se irían todos de mi casa, pero cuando las facturas llegaron, las
personas que habitaban la casa hicieron cuota y pagaron las cuentas,
Alberto Santillán era un genio de las finanzas. Fue entonces que se
me occurió cobrar un dólar por la entrada para ver el santo
alfajor. El malencarado del bando de los mexicanos junto con Alberto
como testigo y el más carismático del bando de los argentinos me
llamaron a la cocina para saber qué estaba sucediendo.
-¿Que
pasó cabrón? ¿Qué tal? la neta, carnal psss, o sea, te pasaste de
guey, psss.
Yo
no sabía, en este punto de lo que hablaban.
−Che,
¿sos boludo o te haces nomás?
Oficialmente
estaba perdido, no sabía de qué me hablaban y no entendía ninguna
palabra. Las miradas de todos estaban fijas en mis bolsillos así que
intuí que era el dinero de la entrada a la que se referían. Para
salvarme de cualquier mala situación les dije que era una mejor
forma de contribuir para los gastos de la casa-capilla-estadio. Me
quitaron todo el dinero, me destituyeron de todo lo que me unía a la
casa y me dijeron que mejor sería que me marchase y que no volviera,
o si no, tendría que jugar de portero en el equipo de los
argentinos. Fue entonces que supe cómo se formó todo el atolladero
en que estaba metido.
El
verano pasado hubo un campeonato de fútbol y los argentinos me
invitaron a jugar en el equipo de ellos, pero de arquero ya que no
calificaba para ninguna otra posición. Jugué un partidaso,
terminamos en penales y el último tiro entre que lo atajé o
no, nunca lo supe. Tuve que salir corriendo
porque los dos bandos me perseguían; unos a matarme, otros a besarme
las manos. Los dos me juraron una vendetta y cuando la señora de la
panadería me reconoció, corrió la voz que yo compré unos
alfajores. Lo de las imágenes en las dos caras de los alfajores ha
sido una respuesta de los cielos; y los aficionados al fútbol a mi
entrega por el deporte rey. Y así ha sido que me han corrido de mi
casa.
Ahora regreso porque tengo que
volver a mi país y quisiera recuperar mi pasaporte, pero me quieren
cobrar cinco dólares la entrada. Además me indican que la persona
que vivía allí murió un año atrás atorado por once alfajores y
un mate bien cebado con agua recontra caliente. Mira tú.
Buen ritmo y la dosis justa de disparate para lograr un cuento donde el absurdo tensa la cuerda para lograr el humor: bravo!!!
ResponderBorrarBuen ritmo y la dosis justa de disparate para lograr un cuento donde el absurdo tensa la cuerda para lograr el humor: bravo!!!
ResponderBorrarBuen relato, con mucho humor!
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