Jorge Márquez
Argentina
Mi madre se casó muy joven con mi padre y vivieron felices, hasta
mi ingreso al jardín. Ella siempre quiso tener una niña, él un varón.
Él se fue sin
avisar; un día no vino del trabajo y ya, nunca más
lo vimos. Es así que, mi madre y yo seguimos solas viviendo nuestras vidas
juntas.
A ella le debo todo, hizo de mí lo que soy, una mujer triunfadora
dentro de un mundo de hombres.
Con la deserción de mi padre a la vida familiar, mi madre tuvo que
salir a trabajar. Ahí fue cuando quedé al cuidado de la mujer del fondo. Una
vieja solterona y despiadada, que no hacía otra cosa que hacer comentarios por
lo bajo sobre mi vestimenta y mi forma de ser.
Recuerdo que, ni bien mi madre me dejaba a su cuidado, ella se
acercaba con su cuerpo flaco y desgarbado, vistiendo siempre ese batón negro
con lunares blancos, y un delantal manchado con infinitas comidas. Me miraba
con sus ojos de arpía y decía: «¡siempre con vestido, mostrando esas piernas
flacas y chuecas! ¿Es que tu madre nunca te va a poner un pantalón? Anda a jugar y no molestes hasta que te sirva
la comida». A la hora de comer me tiraba el plato sobre la mesa y me decía:
«comé engendro»
El calvario continuó con mi ingreso a la sociedad. Los niños en el
jardín pueden ser muy despiadados. No tienen filtro y dicen lo que escuchan y
aprenden en sus casas, y yo era un blanco fácil, y hacia mi disparaban sus
dardos. En la primaria todo fue mucho peor. Fui consciente de todas las
agresiones. Le suplicaba a mi madre que no me mandara más, que quería quedarme
en casa. Ella me preguntaba el porqué; yo callaba. Varias veces en el correr de
los años fue a hablar con la maestra y autoridades del colegio, pero todo fue
inútil, ellos decían que el problema era yo, que no me adaptaba, que mi
vestimenta y actitudes no eran las correctas, que mi rendimiento era poco
satisfactorio, que no me integraba a los grupos de trabajo, y un sin fin de
cosas más que ya no quiero recordar.
A medida que mi cuerpo crecía me aislaba más de la sociedad.
Ingresé al secundario, y reforcé mi coraza. Pasaba los recreos encerrada en el
aula, y en clase me retraía en el primer banco, cerca de la ventana, eso me
ayudaba a escapar.
Si por alguna razón teníamos horas libres me retiraba a la
biblioteca a hojear algún libro. Fue cuando creció mi pasión por la lectura.
Cierto día me topé con un libro de Alicia Steimberg, me impactó la
fluidez de su palabra, la simpleza de sus frases, la dulzura con que guiaba al
lector dentro de la historia.
Me identifiqué con una frase del libro que dice:
«El tiempo, inexorable, siguió cambiando mi
cuerpo. La ropa infantil, los zoquetes y los zapatos Guillermina lucharon
denodadamente por disimular los cambios, por aplastarlos, por conservar la loca
ilusión de una niñez que se iba para siempre. Pero finalmente venció mi cuerpo.
Y hubo quienes no me lo perdonaron nunca.»
En cierta forma eso era lo que me ocurría.
«El tiempo, inexorable, siguió cambiando mi
cuerpo» Este cuerpo ya no era el mío,
luchaba por mantenerme como hasta ahora. Los sentimientos y mi ser se
apoderaron de mí.
«Lucharon denodadamente por disimular los
cambios, por aplastarlos, por conservar la loca ilusión de una niñez que se iba
para siempre. Pero finalmente venció mi cuerpo», él siguió por otro camino. No era yo. Al mirarme desnuda frente al
espejo no me reconocía. Yo era una mujer y el espejo lo refutaba con una imagen
grotesca. Pensé en la vieja bruja del fondo de mi casa, en los chicos en la
escuela, en los familiares y amigos de mi madre, en todas las personas que me
miraban como si fuera un bicho. Rompí el espejo en mil pedazos, lloré durante
días encerrada en mi cuarto. Después de eso, renací como el ave Fénix,
deslumbrante y hermosa. Decidí enfrentar la vida. Así como soy, una mujer.
«Hubo quienes no me lo perdonaron nunca»
decía Steimberg, pero aquí estoy, con mis
virtudes y mis defectos, yo siempre seré
una triunfadora…
¡Excelente relato Jorge! Desarrollando en forma frontal, sin vueltas y sin prejuicios una realidad que es más frecuente de lo que muchos suponen y que una parte de la sociedad se niega a aceptar y ni siquiera respeta al que no piensa igual.
ResponderBorrar¡Felicitaciones!
Bien planteado el tema Jorge! Me gustó mucho!
ResponderBorrarBella manera, Jorge, de incitar la perspicacia del lector con este relato. Y aunque resulte doloroso, crudo y cierto, no por ello deja de ser un buen relato.
ResponderBorrarAlejandro
Excelente!!
ResponderBorrarMuy buenos Jorge! Recopílalos y edita un libro!
ResponderBorrarGenio tío!
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