martes, 6 de junio de 2017

Pregón

Elvirita Hoyos Campillo.
Cartagena de Indias.

          Desde mi balcón observo el mar en su vastedad. Según sea el clima, sus matices varían atrapándome en el color. Su belleza desborda olas hacia la orilla, irrigando la playa con un movimiento incesante de avance y retroceso, plasmando, sobre el lienzo de la arena un contorno húmedo, desigual, lúdico. El viento, retoza sobre la superficie provocando oleajes fuertes o, si se torna suave como brisa, entonces, el mar se nos muestra en serena magnificencia.

          Al levantarme cada día observo el cielo y sé cómo está el mar. Entonces tomo mis pinceles y trato de pintarlo con acuarelas una y otra vez, porque el mar, como un ser vivo que respira, es variable. Es de su naturaleza expresar la fuerza de los vientos y el temperamento del cielo. Vivo frente a él, a media cuadra de la esquina. En ella, niños vocean el periódico. Otros, lo que ofrecen en palanganas: dulces, frutas o pescado.  

          Estos últimos, son los hijos del pescador, vienen de muy lejos.Se ubican en la esquina. En el cruce de las cuatro calles para que sus gritos rompan el aire y alcancen la distancia. Pienso entonces, que se levantaron al alba. Su padre, saca la barca y la hiende rumbo al océano. El pescador boga y boga, mientras la madre fríe postas, medallones o pescaditos enteros para que sus hijos los traigan a vender al barrio, para luego, tener con qué comprar arroz y otros menesteres que les son necesarios.

            Mientras imagino la historia de sus vidas; el pincel traza y perfila un bote solitario, con su pescador sosteniendo entre sus manos la caña. Lo pinto sobre la inmensidad del mar. Me decido por el añil y coloco la luna en lo alto de un cielo oscuro, aclarado por su luminosidad brillante, plateada, llena. La rodeo de un halo grandioso, y agrego un punto a cierta distancia; digo en voz alta: — es Venus. El cuadro me cautiva. Luego pinto el reflejo de la luna en el agua, con su rielar alcanzando la frente del pescador. Me retiro un par de metros y observo la escena.

             De la calle entra por mi balcón ese pregón de los hijos de pescador, que interrumpe mi concentración: —¡pescao fresco, pescao frito, Caseraaa, ya llegó el pescao;comprame el pescao para tu mesa, o para tu cajdero!— Pero, el grito que me transportó al remolino de lafascinación fue ese pregón lejano de“Venga niña, venga, por su pescao”. Ese venga, de venir… ven… cimbró mis tímpanos dejándome atrapada en la telaraña de mis recuerdos. O mejor dicho, por los mares dónde él navega.

            Vivo frente al mar por amor a un marinero. O, amé un marinero porque amo la mar. No lo sé. Amor, mar y marinero: fórmula perfecta para la felicidad. Ese grito del vendedor niño despertó en mí, los recuerdos del que se fue.

            Haciéndolos surgir de repente…


          Emergía de las aguas como un dios del mar, tostado por el sol del trópico. Sus ojos oscilaban traviesos.En su cara una sonrisa reflejó el sol naciente.Caminaba despacio sobre la arena, viniendo hacia mí. Era todo un conjunto dotado de hermosura: marinero, amor y mar. Su cuerpo ardía. Era bronceado.Parecía fuego. Sus palabras describían mentiras anegadas, de relatos fascinantes con sirenas. Entre tanto, yo traducía: “las mujeres habitan su memoria”. Las que encontraba en los puertos. Las que excitaban su pasión. Y eso, no importaba. Lo sabía antes de ese instante. Neruda lo había revelado en su poesía: En cada puerto una mujer espera. Comprendo. El marino ama la libertad que inspira el mar. Igual que yo. Es el amor a la libertad lo que nos une. El mar es la alianza. El mar lo es todo.

           Aquella vez, traía para mí un coco de agua. En realidad, traía dos. Uno para mí y otro para él. —¿Quieres?, debí responderle que no.  Pero un impulso respondió por mí, y dije:  —Si. Eso dije. Se sentó entonces en la playera de a junto. Contemplábamos la mar. La contemplamos hasta la penumbra del ocaso. En silencio. Sorbiendo de a poco el agua de coco. Sobrevino un sentimiento de eternidad donde sólo existíamos los tres. Yo, amor y marinero.

         En tanto, veíamos los colores del crepúsculo vespertino. Quizás él poblaba su universo con sirenas. Mientras yo, con el pincel de la mente, bosquejaba islas inexistentes. El sol se hundió en el abismo. La luna, en su vuelo, riela el mar oscuro, roza la espuma, toca la orilla. ¡Libertad! Eso es. Entonces, no sucedió el beso anunciado en el verso de Neruda: Los marineros besan y se van. Éste, ¡Quedó suspendido en el aire! El dios volvió a las aguas desapareciendo entre ellas. Y el marinero, en su barco, navegó el horizonte.

             No volví a verlo ni con la imaginación hasta ahora, en que el pregón del niño me trae ese recuerdo sin rostro, sin nombre. Es un destello de mi alma. Son los regalos del mar cuando te cuenta sus historias.

            Atendí el pregón de "venga niña, venga por su pescao". Dejé el pincel sobre la mesa y apresuradamente me fui a la esquina, antes que fuera demasiado tarde o se acabara el pescado demasiado temprano.
     

4 comentarios:

  1. ¡Excelente relato! Se mezcla la escritora y la pintora. Con tu sello, Elvirita.

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    1. Gracias Osvaldo, sabia que te gustaría. Tiene el encanto de la ciudad que te fascinó cuando hiciste el crucero.

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  2. Un bello relato, con imagenes visuales, donde el verbo se conjuga en forma armónica entre lineas y colores

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  3. Gracias Gustavo, solo un poeta como tú puede apreciar la armonía en palabras

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