lunes, 19 de junio de 2017

Asiles

Adri Diaz

Argentina

Asiles

Lo extraño a mi padre en todo y por casi todo pero en especial, en su andar por el patio y la huerta de la casa. Hiciera frío o calor, hubiera sol o no, se pasaba las horas abstraído en la contemplación de sus árboles frutales y en especial, de sus gallitos.

Era mucho más que una ocupación, un hobbie, un entretenimiento. Consistía en verdad, en una pasión a la cual dedicaba gran parte de su tiempo y había dos o tres aves pertenecientes a la raza de los Asiles que eran sus preferidos. A ellos les brindaba toda atención y cuidado.


Y esto de dedicarse a la cría, le había generado además, todo un círculo nuevo de conocidos y amigos que se dedicaban casi a lo mismo. Un grupo de cinco o seis personas que comenzaron a venir con cierta asiduidad a la casa y que antes nunca las habíamos visto.

Entre ellos, una pareja de criadores que se dedicaba al adiestramiento de las aves para los combates y las exhibiciones, Alejandro y Felipe. Dos muchachos cuarentones muy sociables que eran simpáticos, entradores y luego supimos habían sido los iniciadores de papá en estas lides.


Eran muy amables, en especial conmigo que ya no era una niña pero me asomaba con frecuencia y un poco a escondidas para ver lo que hacían o de qué hablaban. Debo confesar que nunca descubrí nada sospechoso ni extraño más allá de palabras técnicas que no conocía y supuse eran la jerga del oficio.

Por aquel tiempo, cada vez que llegaba de visita por la casa de mis padres, encontraba aquel pequeño conjunto de hombres reunidos en el fondo y a mamá protestando solitaria en la cocina. Ella intuía que en algún momento, ese entrar y salir de personas que recientemente conocíamos, nos traería problemas y así fue.
De todos modos, yo lo notaba a mi padre siempre tan de buen humor y contento que verlo así me tranquilizaba. Además no falto a la verdad si aclaro que mi madre había sido toda su vida, quejosa y pesimista por naturaleza. De tal modo que con mi padre solíamos coincidir en que era en esencia, una aguafiestas.

Una tarde, sin embargo y sin que yo pudiera hacer nada, llamaron al teléfono de la oficina para avisar que mi padre estaba detenido en la comisaría. Confieso que mi mundo se vino abajo en un par de segundos y sin pensar demasiado me fui directo a la estación de policía.

Eran tiempos en los que algo había cambiado en el mundo con respecto​ a la protección de los animales. Ya no se aceptaban antiguas prácticas e imaginé que las circunstancias del problema estarían relacionadas a las riñas de los gallos - hecho que por supuesto- estaba prohibido.

Grande fue mi sorpresa al llegar pues me informaron que mi padre había sido detenido en el marco de la ley federal de estupefacientes pues dentro de los recipientes de alimentos y también anudados en pequeños papelitos, ocultos entre anillos y patas, los gallos de papá escondían sustancias prohibidas.

Por inverosímil que me pareciera y sin haber tenido nunca antes un problema legal, papá resultó acusado de narcotraficante. Y ese fue el fin de la historia. O mejor dicho, el principio de una nueva y totalmente diferente que aún continúa aunque nos hemos acostumbrado a ella.

Ha pasado el tiempo y papá aún permanece detenido. Fue encontrado culpable en un juicio abreviado y el defensor público que le otorgó el Estado si bien le ha tramitado un pedido de prisión domiciliaria, eso es algo que siempre está por verse. En trámite, dicen cada vez que consulto.

Mamá, por su parte, despotrica todo el día y no quiere salir a la calle por la vergüenza y el qué dirán. Casi toda la familia nos ha dado vuelta la espalda y ya no nos visitan. Sólo nos han quedado como mascotas, el perro salchicha y un gato medio bizco ya que el mismo día de su detención, nos confiscaron los otros animales.
Del grupo que acostumbraba venir a casa tampoco tuvimos más noticias y no hemos vuelto a verlos. Sólo he sabido por algunos conocidos que Alejandro y Felipe viajaron a Amsterdam. A poco de llegar, se casaron y por lo que hemos escuchado por ahí, continúan el oficio con que los hemos conocido, la -en apariencia- inocente cría y adiestramiento de aves asiles.





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