Vera Islas
México, D.F.
La semana pasada tuve una infección estomacal
fuerte que me llevó al hospital. Ahora me recupero poco a poco, a base de
medicamentos, de la intrusión del alimento descompuesto, como me aseguraron los
médicos. Sin embargo, estoy convencido de que el malestar tuvo que ver con la
desaparición de Ricardo, mi amigo y colega. En la Secretaría ya se había hecho
acreedor a un par de amonestaciones por su inasistencia; me extrañó un
comportamiento tan poco habitual. El viernes quedamos para beber una cerveza y
platicar; lo notaba raro los últimos
días, algo cansado, hermético y nunca lo había sido conmigo. No llegó a la cita.
Le llamé por teléfono y no contestó. La siguiente semana lo busque en su
cubículo y tampoco llegó. Entonces decidí ir a su casa. La encontré en orden,
sin rastros de violencia excepto los de la cerradura que tuve que forzar. Sus pisos
de madera rechinaban a cada paso por el medio siglo de polilla y humedad. Cauteloso
atravesé la estancia, asomé al patio y entré en la cocina. Los visillos de la
ventana, pulcros y amarrados, parecían recién corridos; solo en la mesa un montículo
de medicamentos, vitaminas y complementos alimenticios, apilados en desorden,
rompían la armonía general. Escuché un crujido en el segundo piso. Aliviado subí
seguro de encontrar a Ricardo, pero no lo hallé. No había nadie solo la
inexplicable pulcritud del resto de la casa; cosa extraña pues recordaba
haberle oído decir en alguna ocasión, el malestar que le producía que la gente
tocara sus cosas. Prefería hacerse cargo él mismo. En consecuencia, era un
solitario empedernido, mi pobre amigo.
En el buró de la recamara encontré una libreta
con anotaciones. No sabía que mi amigo llevara un diario. Aunque precisamente
la existencia de un diario es la clase de cosa que no se confía a nadie; para
eso es, para comunicar lo que callamos. Me senté en la cama, lo abrí con algo
de remordimiento y comencé a leer.
23 de septiembre
Tengo que decirlo, ayer me ocurrió una cosa
extraordinaria. Salí como todos los días a las 6 de la tarde de la oficina y me
dirigí a la parada del autobús. Cuando llegué había una cola moderada. A punto
de abordar, llegó una mujer corriendo y sin querer me golpeó; todos mis papeles
cayeron al suelo. Muy apenada me ayudó a recogerlos. Nuestras manos rozaron en tres
ocasiones y no pude, ni quise, evitar el placentero contacto de esa piel suave
y cálida. La invité a un café que aceptó sin dudarlo. Supongo que experimentó
la misma atracción que yo. No puedo entenderlo, pero conforme pasó el tiempo y
transcurrió la plática, sus maneras lánguidas y armónicas me provocaron una
fuerte adhesión hacia toda su persona. Nunca me había enamorado de nadie. Creo
que me tocó con un dardo invisible, como dicen. Quedamos de vernos mañana.
Mañana es mucho tiempo, los minutos se dilatan
y estoy despierto para apresurar el amanecer.
24 de septiembre
Ha
sido un día ajetreado. Basilia y yo hicimos la mudanza de sus cosas, que son
tan pocas, que fue muy fácil organizar todo. Cargué dos maletas. Vaciamos una
en el ropero exclusivo para sus vestidos largos, porfirianos, que me dan un
poco de risa. Es una mujer fuera de serie: habla poco, exige poco. ¡Claro, nos
conocimos apenas ayer! Pero cada hora cuenta como un año luz. Con ella el color
huele y el sonido sabe. Nunca me ha gustado la poesía pero ahora entiendo esa
necesidad íntima que hace a los poetas decir cosas imposibles. No es algo
carnal lo que siento por ella. No sé cómo explicarlo, pues su belleza me
subyuga. Es, sin duda, una mujer guapa: alta, de piel tersa, ojos grandes y brillantes.
Sin embargo, desde que la vi es como si hubiera paralizado todas mis potencias
viriles para despertar otras. Me siento lúcido pero solo en cuanto a todo lo
que tiene que ver con ella. Esta es la primera vez que escribo. Yo soy contador,
los números son mi elemento; o más bien, eran. Ya no me puedo concentrar en los
informes y registros. Me fatigan. Solo estoy bien junto a ella.
26 de septiembre
Casi no
come, pero es espléndida cocinera. Salimos poco, no parece gustarle mucho la
calle. No importa, yo estoy bien donde ella esté; como un ave migratoria que
vuelve al hogar. Sin embargo, ayer me vi en el espejo y no luzco nada bien.
Palidez, ojos hundidos, pómulos salidos. Fui a comprar vitaminas y
complementos. Quizá, a pesar de todo, he descuidado mi alimentación.
Hoy el jefe llega a mi cubículo y dice: “¿Porque
no has venido ayer?, tenías que entregar los folios revisados”. Pretexto un dolor de
estómago pero no me cree. Amenaza descontarme el día y entonces se venga
poniendo un altero de informes sobre el escritorio. Estuve a punto de salir y
dejar todo.
27 de septiembre
Acabo de recodar que tenía una cita con Julián.
Estuvo sonando el teléfono mucho rato; seguro era él. Siempre se preocupa por
mí pero ahora me molesta tanto su intrusión. Cualquier cosa que se interponga
entre Basilia y yo es una intrusión inaceptable. Incluso esas horas que pasa a
solas en la noche, no sé dónde, me producen un vacío que ayer me hizo vomitar.
Pero tengo que darle su espacio, como dicen, incluso en momentos inoportunos
como la hora de comer. Ella es mi sol aunque me ciegue.
Se tapó la coladera
del baño, la drené hasta donde permitió el cansancio, y descubrí una gran bola
de pelo. Es mío, ¡se está cayendo en cantidades!
28 Septiembre
Besaba sus manos y cuello mientras ella
insistía sobre algo de una metamorfosis y su eterna disputa con un tal
Demócrito, amigo suyo supongo, y todos los que niegan la inmortalidad. Yo no
entiendo nada de eso, solo me gusta oír su voz que adquiere un tono apasionado
cuando habla de lo que le gusta. Sus extravagancias la hacen más linda. Mi
dulce, etérea Basilia.
29 de septiembre
Llevo todo el día en cama, me siento muy
débil para bajar las escaleras. Debe ser un virus o bacteria lo que me tiene
así pero no produce dolor ni malestar, solo una gran fatiga. Los pantalones se
me caen, creo que he bajado de peso. Basilia me trae de comer y temo que ella
haya comenzado a contagiarse. Está más delgada y pálida. Incluso hace rato…pero
no, tengo que borrar eso de mi mente. Fue un efecto óptico. Tan solo un…pero
¡de qué modo! Traía un plato de comida y lo puso sobre el buró de la cama. Como
estoy en penumbra iluminado solo por una vela a causa de esa testaruda
austeridad suya, estoy rodeado de sombras. Me hablaba de pie a un lado de la
vela y ésta proyectaba su sombra en la pared. Del vestido largo y mangas
completas que tanto le gusta solo se pueden ver sus manos. Creí ver la sombra
de una mano huesuda; si, una radiografía dibujada con tiza en la pared. Tal vez
estoy muy enfermo y mi mente se comienza a extraviar.
30 de septiembre
Debo escribir rápido, ella se aproxima. Está
más solicita que nunca pero no se ve triste, al contrario, se diría satisfecha
no de mi curación, sino de mi disgregación. En cambio ella está erguida, parece
más alta de tanto que ha adelgazado, su paso es imperceptible. Supe que subía
por el tintineo delator de la cuchara. Voy a esconder el diario, no quiero que
sepa que sé.
1 de octubre
Ayer supe quién es pero no me importa, de
ella lo puedo aceptar todo. Antes de abandonar la habitación se aproximó y me
besó en la boca con unos labios descarnados, inexistentes. Desde entonces tengo
esta sensación de levedad que va en aumento. Ya no siento los miembros y casi
no puedo sostener la pluma. ¡Es tan placentero dejar este cuerpo! Creo que voy
a dejar de escribir: ya no importa…
Cerré el diario y lo guardé en el bolsillo.
En el buró había un plato de comida reciente. Por unos segundos, permanecí
alerta escrutando el silencio. Luego bajé sigiloso, evitando las maderas
sueltas. En la calle respiré al fin con alivio y ya me alejaba veloz cuando
tropecé con una mujer en la esquina: era alta, hermosa y tenía unos ojos que no
puedo olvidar.
Menuda historia, Vera!!! Felicitaciones!!!
ResponderBorrarAh! Me eriza la piel! Muy bien logrado el clima! Felicitaciones
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