Elvirita Hoyos Campillo
Colombia
El
homenaje, que los compañeros de trabajo del doctor Jaime Iribarren le hicieron
en el club de profesionales de la ciudad, como despedida por su jubilación, fue
apoteósico. El Director, en su breve discurso, dio a conocer la sorpresa
celosamente guardada para esta ocasión… “Por su loable desempeño en la
administración sanitaria y en reconocimiento de sus cuarenta y cinco años de
servicio a la comunidad, destacándose como hombre probo, al mostrar honradez e integridad;
como bien merecido premio, a su elevada virtud, el laboratorio de la
Institución llevará con orgullo, su nombre desde hoy, para que sirva de ejemplo
a las generaciones futuras.” A continuación, muchos otros quisieron dedicarle
unas palabras de despedida al servidor, al jefe, al colega, al amigo, al buen
compañero.
Entre discursos, aplausos y copas, al doctor
Jaime Iribarren le vinieron los recuerdos de su infancia en el pueblo, donde su
padre tenía la tienda. Una miscelánea en la que se vendía mercancía de todo
género. Detrás, había un cuarto con grandes neveras, que su padre llamaba el frigorífico; y en el centro, una
enorme mesa de madera rústica, en la que descuartizaba las reses, los pollos y
los marranos. Luego los pesaba y separaba en bolsas de a kilo y de a libra, que
guardaba en los neverones listos para la venta. Viendo a su padre, Jaimito
aprendió el conocimiento correcto de cortar las carnes crudas, siguiendo las
vetas en la dirección de las fibras musculares y el secreto de tratar los huesos
sin dañar le perfección de la carnes y de partir las presas correctamente por
sus articulaciones. Se aficionó, además, a cortar el costillar de un solo golpe
vertical y descubrió que esa serie de cortes era el que más le gustaba hacer.
Al
graduarse de bachiller le pidió a su padre que lo enviara a la capital. Quería
ser académico. En la universidad, asombró a sus profesores por mostrar cierta
habilidad en cirugías de hueso, además de un ojo clínico extraordinario que favoreció
la ciencia de la Osteología. Se graduó y especializó con honores.
Decidió
entonces, irse a la guerra que tenía lugar en las montañas andinas y en las
selvas tropicales, para ampliar sus conocimientos en los campos de batalla;
acción legalizada, mediante un permiso especial que le fue concedido por las
autoridades del país. Regresó tres años después, con una medalla al mérito por
contribuir a nuevos saberes en el arte indoloro; sin necesidad de recurrir a
anestesias, que nunca hubo, en los improvisados puestos de salud camuflados en
la profundidad de la jungla; para la amputación de miembros lesionados, con gangrena,
diabetes emotiva o por pisar minas antipersonales.
Ahora,
en el pleno jolgorio de su jubilación, el doctor Iribarren resolvió volver a la
tranquilidad de su pueblo. La casa de sus padres lo esperaba cerrada, ellos ya
no existían. El pueblo recibió con regocijo al hijo benemérito, quien abrió una
consulta, para atender todo tipo de casos gratuitamente en pro-de la humanidad.
Meses más tarde la cerró por falta de pacientes, debido a la sólida salud del
campesino. Sin tener nada que hacer, decidió reabrir la tienda. Contrató una empleada
para todos los oficios domésticos: Juanita, quien pronto se dio cuenta que el
viejo, como lo llamaba a sus espaldas, estaba loco, porque hablaba solo y con
palabras extrañas, ocurriéndosele una que otra manía rara que, sobra decirlo, a
ella no le parecían normales.
A
veces, al ocultarse el sol, don Jaime se iba al monte de cacería, al regreso
cuando todos en el pueblo dormían, se le daba por descuartizar, al animal cazado
en la mitad de la noche, con esos golpes precisos, acompañados de gemidos
débiles, que le parecieron a Juanita, mugidos del animal que está muriendo; sobresaltándola
sin dejarla dormir como Dios manda, hasta que empezó a sospechar de alguna
actividad chocante, a la que no supo, darle nombre.
Una
noche, ella lo siguió desapareciendo para siempre en la espesura de aquel
bosque. Don Jaime, se quedó sólo en la casa, con sus recuerdos memorables y sus
costumbres amañadas. Una tarde llegó el sargento con varios policías:
—
Doctor ¿está enterado de lo que ocurre en los alrededores? Algunas noches
desaparecen mujeres y hombres en el bosque, crímenes sin violencia ni
explicación alguna, no hay rastros de haber sido atacados por las fieras, ni
restos de cadáveres; solo encontramos huellas de calzado y chorros de sangre
regados por el camino, como las pistas conducen hasta aquí; traemos orden de
allanamiento para inspeccionar su frigorífico. Mientras, usted responde al
interrogatorio en la comisaria.
En
la puerta, escandalizado, se arremolinaba el pueblo siempre murmurante…
Ah! Terrible!! Escalofriante historia!
ResponderBorrarBelllamente llevada esa narración Elvirita. Me encantó!!!
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