martes, 11 de agosto de 2015

Parece que nunca va a ser de día



Adriana Díaz

Argentina


Con frecuencia deseo que vengan a buscarlo y se lo lleven preso. Otras veces, quiero que lo internen en una clínica para tratarlo y que vuelva a ser normal. Como era antes, al principio, cuando nos casamos y éramos felices. Bien que lo éramos. Sabe Dios que lo fuimos. Ahora han pasado los años y a veces, ya no reconozco a este monstruo que alguna vez fue mi amado esposo. No sé cuándo terminó aquella época en que vivimos serenos y dichosos. Ni siquiera qué fue, lo que desató el primer golpe o la primera paliza. Después todo fue lo mismo, ofensas y castigos. Y un callate, no me contestés. Vos no sabés nada, sos una burra. Sos una loca, una puta. Y luego, un mi amor, un perdoname, no va a pasar más y que haría yo sin vos. Sabés que te quiero, no podría vivir sin vos, pero me hacés enojar... Siempre así, una y otra vez.

A los niños, mis hijos, ya no sé qué decirles. A menudo, no encuentro las palabras. Es que ellos entienden. Oyen, ven y saben todo aunque no se los cuente, porque a esta altura de mi vida, prefiero callar y no decir ni explicar nada. Javier, el mayor, es casi una sombra de lo que era. Se ha vuelto agresivo, desencajado, violento. Diego, en cambio, viene, se acerca. Me rodea con sus brazos, me acaricia y me dice que me ama. Temo por ellos. Tengo terror porque un día, alguno de los dos, se pare frente a su padre y lo enfrente. A veces, veo en los ojos de Javier, un gesto desafiante. ¿Y si un día los golpes que su padre dirige hacia mí caen sobre él? No lo soportaría...

Es por ellos que yo sigo viviendo pero ya no puedo más. Miles de veces fui a la comisaría pero se ríen de mí, me dicen que ya se le va a pasar. Que vuelva a mi casa y me porte bien. Que yo sé bien cómo tenerlo tranquilo. Que no lo haga enojar... Eso me dicen. Me vuelvo a mi casa, sin saber qué hacer. Si todo lo enoja... Si salgo a trabajar, si me arreglo un poco el pelo. Si visto falda, si me quedo alguna tarde con las compañeros de la oficina en el after office. Si me quedo en casa, si estoy desarreglada. Si le preparo la comida, si me olvido de ponerle sal. Si le gusta, si no. Si me acuesto, si me levanto. Si existo...Todo lo hace enojar.

Quisiera que alguien viniera a ayudarme, a rescatarme.

Hace unos meses, unas mujeres que supieron de mí, me hablaron. Me convencieron, me llevaron a un refugio. Estuvimos allí unos días con los chicos. Todo parecía encaminarse pero vino alguien a verme, de mi propia familia y me dijo que él me andaba buscando. Estaba desesperado porque me extrañaba a mí y a los niños. Prometía volver a ser el mismo de siempre. Y yo caí, fui débil. Sí, volví. Le creí y ahora estoy arrepentida porque después de unos primeros días hermosos, él volvió a ser el mismo.

Esta noche, me ha golpeado mucho.

Tengo el cuerpo lleno de heridas y de sangre. Ni siquiera he podido asearme y casi no puedo moverme. Tampoco quiero hacerlo. Me han dicho que debe haber pruebas de los golpes y aquí están. Miro mis brazos, mi cuello, mis piernas. Mis ojos, mi rostro. Voy a ir así a la fiscalía. Quizás de este modo, vean por sí mismos, el cuerpo del delito pero iré mañana pues los niños duermen y no quiero despertarlos. Ni a ellos ni al padre que ahora descansa con cierta placidez en nuestra cama.

Temprano, llamaré a mi hermana para que venga a buscarme. Lo haré antes de que se despierten porque no quiero que me vean así. Apenas amanezca, cuando salga el sol, me pondré unos anteojos para que no se me vean mis ojos hinchados, un sombrero grande para ocultar los hematomas que se me están formando en el rostro y recogeré algunas pocas cosas en mi bolso. Voy a ir a ponerle una denuncia para que lo dejen detenido. O mejor, que se lo lleven a una clínica de salud mental. Que lo internen, y lo traten. Que hagan lo que les parezca pero que me devuelvan mi vida y que Dios, Dios si quiere, lo perdone.
Ya han pasado varias horas y no siento más el dolor en mis golpes ni puedo verme las heridas. No tengo movimientos ni en mis brazos ni en mis piernas. Quisiera gritar pero ni siquiera puedo susurrar una palabra. Sólo hay un extenso mar de sangre que se esparce bajo mi cuerpo entumecido. No escucho ningún sonido. Un frío helado me recorre y penetra los huesos.

Es eterna la madrugada... tal parece que nunca va ser de día.

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