Adriana Díaz
Argentina
Con
frecuencia deseo que vengan a buscarlo y se lo lleven preso. Otras veces,
quiero que lo internen en una clínica para tratarlo y que vuelva a ser normal.
Como era antes, al principio, cuando nos casamos y éramos felices. Bien que lo
éramos. Sabe Dios que lo fuimos. Ahora han pasado los años y a veces, ya no
reconozco a este monstruo que alguna vez fue mi amado esposo. No sé cuándo
terminó aquella época en que vivimos serenos y dichosos. Ni siquiera qué fue,
lo que desató el primer golpe o la primera paliza. Después todo fue lo mismo,
ofensas y castigos. Y un callate, no me contestés. Vos no sabés nada, sos una
burra. Sos una loca, una puta. Y luego, un mi amor, un perdoname, no va a pasar
más y que haría yo sin vos. Sabés que te quiero, no podría vivir sin vos, pero
me hacés enojar... Siempre así, una y otra vez.
A
los niños, mis hijos, ya no sé qué decirles. A menudo, no encuentro las
palabras. Es que ellos entienden. Oyen, ven y saben todo aunque no se los
cuente, porque a esta altura de mi vida, prefiero callar y no decir ni explicar
nada. Javier, el mayor, es casi una sombra de lo que era. Se ha vuelto
agresivo, desencajado, violento. Diego, en cambio, viene, se acerca. Me rodea
con sus brazos, me acaricia y me dice que me ama. Temo por ellos. Tengo terror
porque un día, alguno de los dos, se pare frente a su padre y lo enfrente. A
veces, veo en los ojos de Javier, un gesto desafiante. ¿Y si un día los golpes
que su padre dirige hacia mí caen sobre él? No lo soportaría...
Es
por ellos que yo sigo viviendo pero ya no puedo más. Miles de veces fui a la
comisaría pero se ríen de mí, me dicen que ya se le va a pasar. Que vuelva a mi
casa y me porte bien. Que yo sé bien cómo tenerlo tranquilo. Que no lo haga
enojar... Eso me dicen. Me vuelvo a mi casa, sin saber qué hacer. Si todo lo
enoja... Si salgo a trabajar, si me arreglo un poco el pelo. Si visto falda, si
me quedo alguna tarde con las compañeros de la oficina en el after office. Si
me quedo en casa, si estoy desarreglada. Si le preparo la comida, si me olvido
de ponerle sal. Si le gusta, si no. Si me acuesto, si me levanto. Si
existo...Todo lo hace enojar.
Quisiera
que alguien viniera a ayudarme, a rescatarme.
Hace
unos meses, unas mujeres que supieron de mí, me hablaron. Me convencieron, me
llevaron a un refugio. Estuvimos allí unos días con los chicos. Todo parecía
encaminarse pero vino alguien a verme, de mi propia familia y me dijo que él me
andaba buscando. Estaba desesperado porque me extrañaba a mí y a los niños.
Prometía volver a ser el mismo de siempre. Y yo caí, fui débil. Sí, volví. Le
creí y ahora estoy arrepentida porque después de unos primeros días hermosos,
él volvió a ser el mismo.
Esta
noche, me ha golpeado mucho.
Tengo
el cuerpo lleno de heridas y de sangre. Ni siquiera he podido asearme y casi no
puedo moverme. Tampoco quiero hacerlo. Me han dicho que debe haber pruebas de
los golpes y aquí están. Miro mis brazos, mi cuello, mis piernas. Mis ojos, mi
rostro. Voy a ir así a la fiscalía. Quizás de este modo, vean por sí mismos, el
cuerpo del delito pero iré mañana pues los niños duermen y no quiero
despertarlos. Ni a ellos ni al padre que ahora descansa con cierta placidez en
nuestra cama.
Temprano,
llamaré a mi hermana para que venga a buscarme. Lo haré antes de que se
despierten porque no quiero que me vean así. Apenas amanezca, cuando salga el
sol, me pondré unos anteojos para que no se me vean mis ojos hinchados, un
sombrero grande para ocultar los hematomas que se me están formando en el
rostro y recogeré algunas pocas cosas en mi bolso. Voy a ir a ponerle una
denuncia para que lo dejen detenido. O mejor, que se lo lleven a una clínica de
salud mental. Que lo internen, y lo traten. Que hagan lo que les parezca pero
que me devuelvan mi vida y que Dios, Dios si quiere, lo perdone.
Ya
han pasado varias horas y no siento más el dolor en mis golpes ni puedo verme
las heridas. No tengo movimientos ni en mis brazos ni en mis piernas. Quisiera
gritar pero ni siquiera puedo susurrar una palabra. Sólo hay un extenso mar de
sangre que se esparce bajo mi cuerpo entumecido. No escucho ningún sonido. Un
frío helado me recorre y penetra los huesos.
Es
eterna la madrugada... tal parece que nunca va ser de día.
Doloroso pero tan real!!
ResponderBorrarDoloroso pero tan real!!
ResponderBorrarAsí es Osvaldo. Muchas gracias por leer y dejar tu comentario.
ResponderBorrarAsí es Osvaldo. Muchas gracias por leer y dejar tu comentario.
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